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domingo, noviembre 24, 2024

El Imperio contraataca

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Lo que está pasando en el norte de África afecta a mucho más que a Libia. Es la demostración palpable de la reversión drástica y ominosa del orden internacional.

El tigre imperialista sigue contrariando la opinión de Mao respecto a la materia de que está hecho. No es de papel; se trata de una bestia elástica y revestida de acero. Sus reflejos son rápidos y su actuación en estos días así lo demuestra. Aprovechando una revuelta local, apoyándose en una campaña de desinformación masiva y cubriéndose con la máscara del “imperialismo humanitario”, se ha abalanzado sobre Libia y está poniendo en práctica la primera fase de las operaciones para deshacerse de un dictador incómodo y para preparar el terreno a un nuevo Irak, a fin de poner al país norafricano y sus reservas petroleras bajo la tutela imperial. Lo que significa el contralor de estas por las grandes corporaciones energéticas. Las mismas que se reparten el crudo iraquí, saudita, kuwaití y demás. Texaco, Exxon y Halliburton están de parabienes mientras las bombas llueven sobre Trípoli, preludio a la ocupación del país si antes no se consigue que este quede bajo las órdenes de alguna autoridad dócil a Occidente.

La operación se ha desencadenado con el aval de las Naciones Unidas o, mejor dicho, de su Consejo de Seguridad, el exclusivo club de las grandes potencias. La votación que tuvo lugar allí fue reveladora de cómo los tiempos han cambiado desde la época de la guerra fría. Hubo diez votos positivos y cinco abstenciones. China y Rusia, que según los estatutos podían vetar las operaciones contra Libia, se abstuvieron de hacerlo. Esto demuestra una vez más, por si hiciera falta, que el mundo desarrollado actúa como un bloque, preocupado por sus solos intereses. En realidad, esta solidaridad fundamental, que convierte a la Asamblea General de la ONU en una cáscara vacía al lado de su único órgano realmente ejecutivo, es incluso anterior a la caída del Muro. Antes de esta hacía rato que la URSS había renunciado a su papel contrahegemónico. No hay más que recordar la votación que adoptó la interpretación británica de la crisis de Malvinas y dio luz verde a la flota de invasión inglesa en 1982, para comprenderlo. De hecho, Malvinas fue el primer ejemplo de esa separación drástica entre países desarrollados y subdesarrollados en ocasión de un conflicto armado: los primeros privilegian por encima de todo los vínculos entre ellos, y los otros que allá se las arreglen. Después de Malvinas vinieron Yugoslavia, Albania, Irak, Afganistán… y ahora Libia.

Gaddafi por otra parte no es un sujeto fácil de defender. Su apertura a Occidente anuló buena parte de sus antecedentes antiimperialistas y sus operaciones de inteligencia en el mundo árabe le enajenaron cualquier atisbo de buena voluntad que podría haber habido hacia él en ese ámbito. Pero de cualquier manera no es de esto de lo que se trata. Lo fundamental es que el principio de la no intervención y de la no injerencia en los asuntos internos de otros países está siendo reemplazado por el principio de la Responsabilidad de Proteger (RPS), versión oficial del “imperialismo humanitario”. Munido de ese principio, susceptible de ser leído del derecho y del revés y según le plazca a la autoridad que se arroga su interpretación, no habrá rincón del planeta que no sea susceptible de una intervención. Nos preguntamos si las autoridades de nuestro país están conscientes del peligro que la divulgación y promulgación de esta doctrina supone para Argentina y para Iberoamérica toda.

Los mandatarios de Venezuela, Bolivia, Cuba, Ecuador, Uruguay y Nicaragua si lo están y se han pronunciado contra el ataque de la Otan, bendecido por la ONU. El Brasil y la Argentina callan todavía. Es importantísimo que ese silencio sea roto por una declaración enérgica en contra del operativo imperial contra Libia. Y no debería tratarse de opiniones sueltas, emitidas al azar de las cancillerías, sino de un pronunciamiento de fondo, surgido de la Unasur, que es la instancia regional más significativa con la que contamos y que es la única que puede hablar con el peso que le da el ser el embrión de una futura potencia regional.

Una declaración en este sentido podrá sonar utópica, pero es importante. Y no sonaría retórica si fuera acompañada, como lo ha propuesto el presidente del Ecuador, Rafael Correa, de una repatriación inmediata de las reservas internacionales netas de los países del Alba y de la Unasur, que suman 740 mil millones de dólares, para depositarlas en el Banco del Sur, forzando a esta entidad a iniciar de manera perentoria sus actividades fomentando proyectos de infraestructura e industrialización en Suramérica. Después de todo, especular con que se va a comprar la buena voluntad del Primer Mundo haciendo buena letra para con él, es un espejismo bueno tan sólo para quienes en efecto son parte del sistema de coerción global, en la medida que son sus representantes entre nosotros y viven en simbiosis con aquel. La suerte de Libia y de Irak, cualquiera haya sido la catadura moral de sus gobernantes, así lo demuestra. No bien se decreta la puesta al bando de un país, sus fondos depositados en el exterior, privados o no, son embargados sin más. Y andá a cantarle a Gardel…

Alentar la idea de la potenciación del Banco del Sur no implica un delirio sino una comprensión realista de los problemas que nuestra región va a enfrentar en el curso del presente siglo. Rica en reservas no renovables, América latina es una presa para el tigre imperial. Desgraciadamente, los cuadros políticos que deberían encarar la tarea de protegernos de ese ataque, sólo en parte están predispuestos a asumir este camino o incluso de forjarse al menos una idea clara acerca de cuáles son nuestras alternativas frente a la coyuntura mundial. Subsiste en ellos y por desgracia también en una parte de la opinión, una comprensión episódica y casual de la política, incapaz de ver las coordenadas históricas que la encuadran y determinan.

Cerrar la parábola

Y la historia, tal como se la concibe desde la perspectiva eurocéntrica, en este momento está intentando cerrar una parábola. Así como se pasó de la colonización de los países del tercer mundo a una independencia relativa de estos, para caer luego en una neocolonización, hoy los poderes hegemónicos intentan volver a implantar la política de las cañoneras en los relaciones con los países a los que definen como bárbaros, atrasados o primitivos. Operan de acuerdo a un principio psicológico de contenido “civilizatorio” y racista similar al del siglo XIX: se debe proteger a los bárbaros de sí mismos. Aunque para ello haya que matarlos. Las cañoneras han sido reemplazadas por los aviones furtivos, los drones asesinos, los misiles de crucero, el campo de batalla informático y toda la panoplia que permite golpear a distancia y con seguridad; pero el principio es el mismo. Y, si cabe, mucho más desvergonzado, pues nadie cree ya en “la carga del hombre blanco”, término con el que Rudyard Kipling definía a la misión de Occidente asumiendo la “sacrificada tarea” de ordenar la confusión reinante en Oriente.

El Premio Nobel de la Paz, Barack Obama, se ha dado el lujo de decretar la segunda guerra en gran escala de su mandato. Aquí tenemos otro ejemplo del neolenguaje orwelliano del que hablábamos en la nota pasada. El Nobel de la Paz hace la guerra. Obama afirma que no invadirá Libia con tropas de tierra (al menos propias). Es de suponer que la Academia sueca le brindará sus parabienes por su contención en la práctica del crimen…

Lo que está sucediendo es el preludio a otros desarrollos. Libia puede ser un escalón para Irán. Pero también un punto de resistencia en torno del cual puede reagruparse la resistencia árabe. El problema, sin embargo, tal como se lo ha señalado en muchas oportunidades en esta columna, es la ausencia –en el mundo árabe, pero también por desgracia en muchos otros lugares- de un organismo o unos organismos políticos capaces de encuadrar en un corpus ideológico la inquietud de los menos favorecidos que bulle en el mundo moderno. En el mundo árabe, ante el hundimiento de las últimas y ya corruptas supervivencias del viejo populismo laico expresado por movimientos como el baasismo, el nasserismo y el nacionalismo militar, la única fuerza que se perfila como bastión resistente es el islamismo, lo que conlleva tanto ventajas –la potencia de un credo mesiánico- como desventajas –la posibilidad de que sus sectores extremistas le alienen la voluntad de los grupos modernistas y juveniles que son los únicos capaces de propulsar un cambio acorde a las exigencias de nuestro tiempo.

La comunidad de inteligencia norteamericana tiene una aguda conciencia de las oportunidades y los peligros que sobrenadan en la coyuntura actual. Para navegar en estas aguas turbulentas hace rato que tiene en carpeta los proyectos dirigidos a contemplar una diversidad de escenarios. El nombre código asignado al ataque contra Libia, Odyssey Dawn (El Amanecer de la Odisea), es ilustrativo no sólo de las aptitudes poéticas de los planificadores del Pentágono, sino de lo ambicioso de su proyecto. Si se observa el apelativo junto al nombre clave que los franceses dieron a su propia operación, Mistral del Sur, en alusión al viento que barre al África occidental, se percibe que los juegos literarios de los mandos de la Otan aluden de manera bastante transparente al alba de una intervención en ese continente apuntada a asegurar puntos clave para el interés de la coalición occidental. Con Sarkozy, Francia ha renunciado a la soberanía militar que Charles de Gaulle había defendido férreamente y que Pompidou, Giscard d’Estaing, Mitterand y Chirac habían mantenido a lo largo de sus mandatos. Incluso la fuerza nuclear francesa (la famosa Force de Frappe) ha perdido su independencia: al suscribir entendimientos que contemplan la investigación conjunta entre Francia y Gran Bretaña en materia de tecnologías y ensayos nucleares en laboratorio, la fuerza de disuasión francesa ha dejado de ser independiente, y la fuerza nuclear británica queda bajo control norteamericano. La operación contra Libia es conducida asimismo por el US Africom, con sede en Stuttgart, y la concurrencia al escenario de las operaciones de barcos y aeronaves italianas y canadienses la convierten a todos los efectos en el primer despliegue bélico polivalente y a gran escala de Estados Unidos y la Unión Europea.

Guerra, petróleo, posibles aluviones migratorios desde el norte de África hacia Europa, son factores que se agitan detrás la lucha dispersa que está arrasando Libia. El Imperio está en marcha. La tormenta popular que recorre al Medio Oriente debe enfrentarse demasiado rápido a las técnicas que intentarán yugularla.

Notas

– 1) Referencia aportada por Andrés Soliz Rada, en su nota editorial de este domingo en El Nacional, de Tarija, Bolivia.

– 2) Según precisa Thierry Meyssan en la publicación electrónica Réseau Voltaire de ayer.

Enrique Lacolla

(de su sitio web)

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