Con David Viñas desaparece uno de los grandes escritores argentinos de la segunda mitad del siglo XX. Entre los homenajes publicados, recogemos este perfil escrito desde una cercanía más humana que literaria.
Viñas había recibido todos los “grandes” premios naciones (literatura y teatro) aunque 1991, alborotó al «mundillo» cultural, cuando recibió y rechazó la Beca Guggenheim. «Un homenaje a mis hijos. Me costó vinticincomil dólares. Punto», declaró Viñas más tarde.
Sus hijos María Adelaida y Lorenzo Ismael fueron secuestrados y «desaparecidos» por la dictadura cívico-militar de los ’70.
«Viñas escribía con huevos y con odio y con dolor: no se sumergía en una probeta en busca del adjetivo perfecto. Y de este modo concibió una obra troncal en la literatura
argentina».
–¿Usted sigue escribiendo en La Nación?
–Oh, sí.
–¿Y ya redactó su propio artículo necrológico?
–¿Cómo dice?
–El que van a publicar cuando usted se muera. (Tartabul, 2006)
Duele como la puta que lo parió y tal vez, pienso, tal vez precisamente por eso hay que escribirlo ahora. David Viñas ha muerto. Hoy estuve en el bar La Paz y pensé en él, parroquiano habitual del bar, con su bigote coloreado por la nicotina.
Fue en el bar La Paz donde le pedí que me firmara mi ejemplar de Jauría, la edición original de Granica, que tiene el dibujo de Carlos Alonso en la tapa. Fue en el bar La Paz donde me lo crucé algunas veces en los últimos años para pedirle una nota que me negó siempre, argumentando problemas de salud que saltaban a la vista.
David Viñas ha muerto y da miedo pensar en todo lo que muere con él: un escritor cada vez más libre, cada vez más experimental.
No es el Viñas de Literatura argentina y realidad política ni el de Indios, ejército y frontera el que más me interesa, y eso que es difícil encontrar una obra crítica de semejante espesor.
Pero tengo la impresión de que el Viñas ensayista ha sido un poco usado para ningunear a un narrador con una obra única.
Si describiéramos a Lionel Messi como un gran goleador, no faltaríamos a la verdad, pero ocultaríamos una parte, y los lectores que no lo vieron jugar podrían cometer el error de pensar que Messi es algo así como el Martín Palermo del Barcelona.
Así como la obra de Balzac se denomina La comedia humana, el título Literatura argentina y realidad política podría ser aplicado tranquilamente a la obra narrativa de Viñas.
La campaña del desierto (Cayó sobre su rostro), los fusilamientos de la Patagonia (Los dueños de la tierra), la guerra civil española (Un dios cotidiano), los movimientos revolucionarios surgidos en América latina a partir de la Revolución Cubana (Cosas concretas), la casta militar que volteó a Yrigoyen y a Perón (Hombres de a caballo) el Viejo, un general que es Urquiza, pero en el fondo es Perón (Jauría), la última dictadura (Cuerpo a cuerpo), todo eso está presente en su obra, a la cual sin embargo le quedan francamente chicos rótulos pedorros como “Novela histórica” (¿Cómo sería, por otra parte, una novela ahistórica?)
Mientras reviso sus libros en mi biblioteca, descubro, en la solapa de Cosas concretas, un texto que tiene un aire al párrafo anterior. Dice: “En un sentido podría afirmarse que todos los libros de David Viñas (incluso sus ensayos) pueden ser leídos como un gran texto único: una amplia saga balzaciana en la que distintos niveles de escritura (ensayo, crítica, narración, reportaje, crónica) se organizan en función de la dialéctica entre biografía privada e historia política que obsesiona al autor.” Me lo llevo. Ojalá siguieran escribiéndose solapas como esta en los libros.
En Un cuarto propio, Virginia Woolf afirma que los escritores deben dejar de lado el resentimiento a la hora de escribir, porque ese resentimiento les impedirá escribir obras maestras.
David Viñas -su vida, su obra- prueba exactamente lo contrario. Viñas escribía con huevos y con odio y con dolor: no se sumergía en una probeta en busca del adjetivo perfecto. Y de este modo concibió una obra troncal en la literatura argentina.
Los escritores norteamericanos viven en busca de la entelequia de “la gran novela [norte] americana (The great american novel)” La gran novela argentina, en cambio, ya fue escrita.
Su primer capítulo es Cayó sobre su rostro y fue publicado en 1955; el último, Tartabul, fue publicado en 2006.
William Faulkner nos hace libres. Cualquiera que lo haya leído se siente libre, desde ese preciso momento, para escribir como se le canta, para experimentar con la lengua y los procedimientos literarios, para cagarse en el trencito introducción-nudo-desenlace y en sus vagones que se detienen casi siempre en las mismas estaciones. “La estructura es para los ingenieros”, decía Faulkner.
David Viñas es nuestro Faulkner, un Faulkner pasado por Sartre y por Mansilla. Un escritor imperfecto y digresivo y, precisamente por eso, un escritor a menudo genial. Y si Yoknapathawa es la tierra de las novelas de Faulkner, la Yoknapatawpha de Viñas se llama Argentina.
A propósito de la reciente polémica sobre la visita de Vargas Llosa, Américo Cristófalo escribió en Página/12 que Vargas Llosa es (ha devenido) un escritor de derecha porque en los últimos treinta años su obra ha perdido todo riesgo artístico y se convirtió simplemente en una maquinaria eficaz al servicio de la industria editorial.
No sé si Cristófalo tiene razón, porque no he leído obras de Vargas Llosa posteriores a la gran Conversación en la catedral, pero en todo caso, no deja de emocionarme pensar que los últimos libros de Viñas son los más rupturistas, los más audaces; que en lugar de desalentarse porque la Revolución con la cual soñaba no había llegado, Viñas optó por hacerla desde su literatura.
En las novelas de Viñas, la gente huele. ”Yo hiedo, viejito; mi cuerpo es un queso. Bilbao, no: camembert. En los sobacos y en las verijas -te ruego- oléme, soy una planta, Lore, no me desprecies. […]”
En las novelas de Viñas, la gente coje. Con jota. Y hay saliva, semen, fluidos.
En las novelas de Viñas no hay asepsia.
Opuestos por el vértice
Borges escribe con la tradición de la literatura argentina en la cabeza. Viñas escribe con la tradición de la literatura argentina en la cabeza.
Cada uno se hace cargo a su manera de esa tradición. Borges escribe cuentos. Viñas escribe novelas: escribió un libro de cuentos, Las malas costumbres, pero es, sobre todo, un novelista.
Viñas denunciaba al borgismo como un camino paralizante. Un ejército de epígonos berretas de Borges y de Bioy Casares dan fe de cuanta razón tenía.
Hombres de a caballo, una novela sobre milicos, es la obra de transición de Viñas. El momento en que empieza a lanzarse al vacío. En una novela sobre milicos, Viñas rompe filas.
Cuerpo a cuerpo fue escrita en 1979, cuando la dictadura de Videla ya había desaparecido a sus hijos María Adelaida y Lorenzo Ismael, y se publicó por primera vez en la Argentina en 2006. Cuerpo a cuerpo circula por librerías de viejo o de saldos: cuesta 15, 20, a lo sumo 25 pesos según la librería.
En Cuerpo a cuerpo, a un general le rompen el culo. Literalmente. Y luego su propia hija le pega un tiro en la cabeza.
Cuerpo a cuerpo es una novela disruptiva, áspera, que requiere un enorme compromiso de parte del lector acostumbrado a la papilla narrativa.
Seguime, Chango. Y si te animás a seguir a Viñas, quedate tranquilo que no te va a defraudar. Cuerpo a cuerpo es “la” novela de la dictadura. Ideología y estética son absolutamente inescindibles en la obra de Viñas.
La Academia (léase Facultad de Filosofía y Letras de la UBA) ha reconocido a Viñas. Los cánones literarios construidos y promovidos desde la Academia suelen ser denunciados por su arbitrariedad desde una postura ciertamente tilinga. Si no fuera por la influencia benéfica de las operaciones culturales diseñadas desde la Universidad de Buenos Aires, escritores como Héctor Viel Temperley, Osvaldo Lamborghini, César Aira, Juan José Saer, se habrían ido perdiendo en el olvido.
Viñas mismo es un gran pionero en la creación de cánones.
Un grupo de estudiantes universitarios entre los cuales estaban los hermanos David e Ismael Viñas fundó una revista durante la década de los 50 y la llamó Contorno. El primer número de Contorno estuvo dedicado a un escritor por entonces olvidado que se llamaba Roberto Arlt.
En la Facultad de Filosofía y Letras, David Viñas ha tenido cátedras a su cargo, desde donde impuso su perspectiva crítica, absolutamente ajena a la bananeada de la “muerte del autor”, a la escisión quirúrgica entre vida y obra. [Quiero decir: ¿Los condicionamientos sociales en que surgió la obra?; Sí, por supuesto, ya sé; ¿El contexto político?, Sí, claro, ya, sé, de acuerdo, pero qué hacemos con vos, el autor de ese libro. Sí, vos también, porque lo político y lo privado, como dice el solapista de Cosas concretas, en Viñas no se escinden jamás: la pregunta del millón es, digamos, como interactúan una cosa y la otra.]
Cuerpo a cuerpo se estudia en la cátedra Literatura Argentina II. Pese a este esfuerzo académico, Viñas no tiene la cantidad de lectores que se merece.
Ojalá el tiempo ponga las cosas en su lugar.
A Viñas le molestaba ser definido como un “escritor”. Prefería ser llamado “intelectual”. La diferencia entre un término y otro se relaciona con el deseo, la necesidad, la obligación de intervenir en su tiempo para transformarlo.
Según Ricardo Piglia, el tema de la obra de Viñas es la “indagación sobre las formas de la violencia oligárquica”. Desde allí escribe. Desde allí, también, interviene como intelectual. Desde allí lee. Viñas es un modo de leer la literatura argentina. Viñas es un modo de leer la Argentina.
Duele como la puta que lo parió y quizá por eso mismo hay que escribirlo ahora. David Viñas ha muerto. No se trata de estetizar la muerte: su rigor intelectual no lo permitiría. Viñas es un corazón que se detuvo, un cuerpo que ha comenzado a descomponerse. Parece como si la literatura argentina se hubiera muerto, pero no, es un eclipse nomás.
Queda, siempre, el legado de Viñas: el resentimiento como ejercicio de la lucidez, la experimentación formal como acto revolucionario. Y un general al que una de sus víctimas le rompió el culo y su hija le pegó un tiro en la cabeza.
‘La estructura es para los ingenieros’, decía Faulkner. «David Viñas es nuestro Faulkner, un Faulkner pasado por Sartre y por Mansilla. Un escritor imperfecto y digresivo y, precisamente por eso, un escritor a menudo genial».
– Daniel Riera / Periodista y escritor
Revista Digital El Arca
Nº 439
Marzo/2011