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lunes, noviembre 25, 2024

Ética periodística: ¿Qué es? ¿De qué hablamos?

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El debate en torno a la ética del periodista se ha visto tergiversado en los últimos años del mismo modo que el concepto de libertad de expresión y de libertad de prensa.

Las voces dominantes insisten en ligar esa ética a elementos como la objetividad y el equilibrio informativo, ignorando el modelo económico dominante en la empresa de la información y los poderes de accionistas y anunciantes.

Objetividad y equilibrio

Se trata de dos conceptos mitificados por el modelo periodístico moderno, ambos tan falsos como oportunistas. Veamos cada uno. Hoy la ciudadanía se molesta ante cualquier intento de dirigismo político e ideológico. Sabedores de eso, la estrategia actual de los medios es explotar al máximo su consideración de “objetivos”. Los staff periodísticos denominan a sus cabeceras con nombres asépticos y virginales como El País, ABC, El Mundo, La Nación, Informaciones, El Tiempo… en el caso de la prensa escrita, o con términos numéricos, en el caso de las televisiones, que evocan la infalibilidad y neutralidad de las matemáticas. Pero todo periodista sabe que la objetividad no existe, ni puede existir, el ejemplo más evidente es el proceso de selección de las noticias. A la redacción de un periódico pueden llegar cada día 4 000 informaciones procedentes de corresponsales, enviados, agencias, grupos de interés, filtraciones…; dejarlas reducidas a unas pocas decenas supone aplicar un evidente criterio de subjetividad. Elegir para la portada una boda monárquica, un informe de derechos humanos o las declaraciones de un jefe de Estado conlleva una decisión subjetiva y por tanto un criterio editorial e intencionado, totalmente alejado del discurso de la objetividad del que se alardea.

El otro mito en el que fundamentan la ética periodística es el del equilibrio. Lo defienden con el argumento de la necesidad de presentar todas las versiones de un hecho y las diferentes posiciones ante un acontecimiento. Desde este punto de vista, y en aras del equilibrio, tras una agresión neonazi deberíamos recoger, además de la reacción de la víctima, también la del grupo neonazi. Y el día 25 de noviembre, Día Internacional de la Lucha contra la Violencia de Género, buscaríamos, junto a los que combaten esa violencia, la opinión de algún asesino de su pareja. Y tras un bombardeo a una población civil, deberíamos presentar, con igual extensión y legitimidad, las argumentaciones de los bombardeados y de los bombardeadores.

Con la empresa hemos topado

¿Cuál debería ser entonces la ética del periodista? ¿En qué elementos se debería fundamentar? La realidad es que en el profesional que hoy trabaja para un gran grupo de comunicación no existe lugar para la ética porque su margen de decisión es mínimo. La elección de las noticias, que (como vimos anteriormente) es clave en la definición de la línea de un medio de comunicación, corresponde a un pequeño equipo directivo nombrado directa o indirectamente por el accionariado, los titulares de las noticias son aprobados o decididos por el redactor jefe o el jefe de sección, los temas a cubrir por los corresponsales suelen ser propuestos desde la dirección o, al menos, aprobados. El distanciamiento entre el periodista y la línea editorial del medio es absoluto, los profesionales se enteran del editorial de su periódico cuando sale de las rotativas, de modo que pueden estar dedicando su tiempo y su talento a un proyecto periodístico con el que no comparten la línea ideológica.

Recuerdo una anécdota en los tiempos en que trabajaba en un periódico madrileño a principios de los noventa. Existía entonces un duro debate municipal sobre la decisión del Ayuntamiento de Madrid de instalar un bordillo para el carril-bus que impidiera su uso por los coches privados. Lo había puesto el gobierno socialista y la derecha estaba en campaña contra la iniciativa. El director del periódico llegó a la zona de la redacción donde se encontraba la sección de Local y pidió al equipo en voz alta escribir un editorial sobre el asunto. En ese momento, un periodista preguntó: “¿A favor o en contra?”. A nadie le llamó la atención la pregunta, la consideraron normal. A mí me pareció un ejemplo de la pérdida de ideología a la que se le somete al periodista, o mejor dicho, al enterramiento de su propia ideología para poner su capacidad al servicio de la ideología de la empresa informativa.

Otra anécdota la viví durante mi participación en una mesa redonda sobre fotoperiodismo en Barcelona. Mi intervención consistió en la presentación de algunos ejemplos de fotografías de prensa que habían sido publicadas con un pie de foto erróneo o se les había recortado parte de la imagen. No se trataba de errores técnicos, todos ellos se habían hecho con una clara intencionalidad de engaño y tergiversación. Los fotoperiodistas que se encontraban en el público me apuntaron que en esos ejemplos el fotógrafo no era quien había manipulado las fotos: sería después, en la redacción, donde fueron manipuladas. Sin embargo, reconocieron que no lo denunciaron públicamente porque hubiera supuesto poner en peligro su puesto de trabajo (algo muy arriesgado en unos momentos en que encontrar trabajo no es fácil) y tratarse de personas con muchos compromisos y obligaciones económicas (hipotecas, niños que mantener, etc.)

Este ejemplo pone de relieve dos cuestiones. Por un lado, la forma tan asumida que tienen los profesionales (al menos los que yo allí pude conocer) de anteponer sus necesidades económicas personales a los principios éticos. Por otro, el control absoluto sobre la ética que tienen los dueños de las empresas de comunicación. Es indiscutible que en el sistema económico actual la decisión sobre la continuación o no de un profesional prestando sus servicios corresponde a la persona que lo contrata, al igual que en el resto de las empresas del ámbito privado. En el caso del periodista, este hecho, tan asumido y normalizado, tiene una clara consecuencia en su ética profesional, que no es otra que si no es compartida por la empresa se verá despedido. No existe ninguna norma ni legislación que garantice al periodista que puede aplicar un determinado criterio ético contrapuesto al de la empresa. De ahí que recurrir a códigos éticos o deontológicos cuando se habla de periodismo en el ámbito de la empresa privada es una falacia. Sólo hay un código: que a tu contratador le guste lo que hagas. Ya lo ha denunciado el Sindicato de Periodistas: “Nuestra precariedad es tu desinformación”. En el periodismo privado no existe algo similar a la libertad de cátedra que encontramos en la educación superior pública. Nos referimos a ese derecho a ejercer la docencia con absoluta libertad. A un profesor de una Universidad pública no se le puede despedir porque sus enseñanzas violen determinadas directrices jerárquicas, sin embargo, se puede hacer inmediatamente con un periodista de la empresa privada, que son la mayoría.

Conclusiones

Debemos considerar como principios éticos del periodismo no la objetividad o la equidistancia, meros conceptos de uso demagógico impracticables, sino el rigor y la veracidad. El deterioro de la información es tal que lo que está en duda es nada menos que si lo que nos cuentan es verdad o no. Asimismo, es necesario plantear como principio ético si el periodista está ayudando a satisfacer los derechos ciudadanos relacionados con la información: el derecho a informar y el derecho a estar informado. Es decir, el derecho de los hombres y mujeres a poder transmitir informaciones a su comunidad y el derecho de cada ciudadano a estar recibiendo una adecuada información de la actualidad. Obsérvese que ninguno de esos derechos está en condiciones de garantizarse por el profesional, sino por la empresa. De modo que, una vez más, es el empresariado mediático el que tiene el monopolio de la ética o, dicho de otro modo, sólo se aplica la ética que el empresario quiere. Si se desea incorporar ética al periodismo, debe ser enfrentándose al mercado. En el panorama actual ética y mercado es incompatible. Cuando el mercado entra por la puerta, la ética sale por la ventana, y hoy las puertas de las redacciones están abiertas de par en par para el mercado. No olvidemos que este, a través de rentabilidad accionarial o publicitaria, no está exigiendo más rigor, más veracidad o más profundidad informativa, sino más espectáculo y más audiencia a costa de lo que sea.

A todo lo anterior yo añadiría otros principios éticos que hoy son ajenos al modelo de formación de los periodistas. Me refiero a motivaciones y acciones destinadas a mejorar la sociedad, a mejorar el mundo. El discurso dominante ha hipertrofiado tanto el principio de la objetividad que ha proscrito valores tan necesarios en el periodismo como sentirse comprometidos en el trabajo periodístico en cuestiones como la búsqueda de una salida dialogada a los conflictos, trabajar para terminar con el desequilibrio informativo que sufren los sectores más empobrecidos y marginales o los países del Sur o sensibilizar a la ciudadanía sobre los problemas con el objetivo de lograr una sociedad movilizada y participativa. Los mejores periodistas de la historia participaron de esos principios y los aplicaron en su trabajo: John Reed, Gabriel García Márquez, Ryszard Kapuściński, José Martí, Edgar Snow, Mark Twain…

Por tanto, sólo existen dos vías: desarrollar un periodismo público y comunitario al margen del mercado; y crear un corpus legislativo que garantice la estabilidad laboral de los periodistas, la participación colectiva de los profesionales en la elaboración de las informaciones, la garantía del rigor en los contenidos y el acceso de la ciudadanía a los medios.

Pascual Serrano es periodista. Su último libro: Traficantes de información. La historia oculta de los grupos de comunicación españoles. Foca, 2010

– Este artículo ha sido publicado en el Cuaderno Comunicación, educación y desarrollo, Paz con Dignidad – Revista Pueblos, Toledo, febrero 2011.

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