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domingo, noviembre 24, 2024

Dos garzas jugaban en el agua: Cuento dedicado a las francesas asesinadas

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Este cuento fue escrito hace ya tres años o algo más, ¿no parece una extraña premonición, salvando detalles y metáforas? Estas dos muchachas francesas asesinadas, acaso como las garzas, habrán jugado en el arroyo con el agua.

Dedicado a Houria Moumni y Cassandre Bouvier

Dos garzas jugaban en el agua

En el atardecer del río Arias, dos garzas blancas jugaban en el agua.

Tontamente chapoteaban cerca del puente, frescas y holgazanas, frágiles, livianas, ignorantes del jumento que andaba por la playa arrastrando un lazo de tiento.

Lejos del mundo jugaban, cerca el sol de los cerros, al poniente. Tardecita provinciana, tiempo lento que anda como si no pasara.

Enseguida nomás iban a pasar las primeras loradas, viniendo de joder de las lagunas, rumbo a su refugio seguro en las serranías de San Antonio. Rumbo a Jujuy diríamos si en las loradas cabe geografía, rumbo a Jujuy, como el General Lavalle, como la empresa de colectivos Atahualpa, como ángeles verdes del jardín de infantes, que
algún día madurarán en otras inciertas mitologías.

Ingenuas y abstractas, las garzas blancas jugaban en el agua. El tráfago del mundo no les decía nada, nada les decía el mundo.

-Qué tal si jugamos –le dijo la más flaca a la otra- a que era el tiempo de antes.

La otra no le daba bolilla, saltando de aquí para allá detrás de los pescaditos de colores. El sol, que ya se recostaba sobre los cerros hacía infinitos reflejos sobre el agua, como un chisporroteo de peces inquietos que saltaban como el espíritu de otros peces bailando en las aguas de otro tiempo. El vientecito de la tarde agitaba las ramas del sauce llorón por sobre el río que pasaba, metáfora del tiempo o de la eternidad, según de qué lado se la mire.

-Dale –dijo la más flaca- juguemos pues al tiempo de antes.

-Siempre y cuando- dijo la más bambaca- no me hagas que vaya a ir a misa.

Mientras, seguía espiando los pescaditos que le regalaba el último sol sobre la panza del río.

-Tengo unos chismes bárbaros para contarte- insistió la flaca.

-Ah, ¿Sí?- le contestó la otra, casi sin comprometerse.

-¿Ves el cochero que tiene la parada al lado del puente?

-¿Cuál? –dijo la otra, despistada garza en las aguas de un río de otro tiempo.

-Me ha contado un loro que una noche se ha dormido en el pescante. Machado, pero bien machadito estaba el don Cochero.

-Ajhá.-dijo la otra. –¿Y cuándo habrá sido eso?

-Una noche de San Juan. Parece que se habían quedado macaneando hasta bien tarde, dele chupar y chupar.

-Hasta el perfume se habrán tomado –dijo la otra.

-Y, sí, hasta el perfume se habían tomado, la lavandina, el alcohol de desinfectar, el vino, el vinagre. Hasta con ginebra parece también que se han machado.

-Y con qué habrá ido la señora del cochero al baile- dijo la otra –

-Bueno. –dijo la flaca- El hecho es que parece ser que este señor cochero, que no se sabe quién le habrá dado el permiso correspondiente, imaginate, que es un riesgo para la gente…

-Eso –la interrumpió la bambaca- sobre todo eso, un verdadero riesgo para la gente.

-Buéh! –prosiguió la flacuncha – el hecho es que parece ser que el carajito se quedó dormido en el pescante ya casi cerca del puente i’ fierro. Qué habrá sido que se ha dormido tan fiero que el caballo siguió derecho nomás, cómo sería, y ha pasado de largo la ciudad, como si nada.

-¿Y la policía de tránsito? –dijo la bambaca- Para qué está, si no hace nada.

-No seas opa –dijo la flaquita- si es que en el tiempo de antes no había policía de tránsito, ni nada. Ni tránsito había.

El hecho es que el señor “alto índice de alcoholemia” pasó derecho, así dormido como venía, y ya enseguida dejó atrás el bailes de la Jaula del Tigre. Y cruzó por el río Arenales como si nada, y ya pasó por la zona de los Albergues Transitorios que coronan las últimas estribaciones de la ciudad dormida…

-¿Los albergues qué? -dijo la tontuela.
-Ahí, –dijo la flaqui- donde vos has ido la otra noche con tu novio. Y bueno, siguiendo con el vicioso, parece que se quedó dormido nomás como dos años. ¡Qué borracho infeliz! Y el caballito derecho nomás, total nadie le decía que se quede quieto, ni Chito! Con almita de caballo servil y explotado por el Sindicato Unico de Choferes de

Coche, de Pompas, Peones y afines, seguía tranquilo y sufrido su destino. A ratos al trotecito, a ratos tecleando, al rato galopando, según las exigencias del paisaje que a veces es oblicuo, a veces cóncavo o convexo.

-¿Converso? –dijo la turula.

-Sí, vos conversás y también te hacés la tonta. Cóncavo y convexo, digo, estoy hablando de las dimensiones del paisaje. Vos no sé con quién conversarás, de echada.

-Y, el caballito siguió derecho, nomás –dijo la turu blanqueando el ojo.
-Sí, la gente, compadecida, le daba a como dé lugar algo de alfa de comer cuando pasaba por los pueblos. Dicen que llegó a comer churqui el pobre caballito, hortigas, porquería.

-Comida chatarra habrá comido.-dijo la bambaca.

-Y sí, también. El hecho es que estuvo dando vueltas por ahí como dos años, sin nadie que le rasque el cogote, pobrecito, sin escuchar ni siquiera el látigo sobre su cabeza.

-Testuz, querrás decir. -le corrigió la profe-tonta, garza blanca con las canillas en el agua del río Arias, rondando allá por el mil ochocientos.

-Mirá que ya se está poniendo fresco. –dijo la flacura.

El sol se había derretido ya tras de los cerros y los primeros faroles en la calle del pueblo se iban incendiando.

– Y qué vamos a hacer. – dijo la bambaca –¿Vos tenés pensado hacer algo esta noche?

-Me han dicho que va a estar lindo el baile de la Ituzaingó y Zavala. Parece que en el intervalo van a servir sopa de Quaker, por el Jubileo…

-Jubileo, Jubileo, –dijo la tontita- parece que lo he escuchado nombrar en la radio de Romero. ¿No es un chico alto que estudiaba en el Colegio Militar, si mal no me recuerdo?

-No seas estúpida –le dijo la flacura- no vas a querer estar abriendo la boca en el baile que me vas a hacer quedar horrible. Jubileo es un tipo de festejo: algo así como lo que se siente cuando tu novio te mete la mano. Como andar emplumando. ¿No has visto la propaganda de Champú cuando la chica viene corriendo para alcanzar el taxi con el pelo así, en cámara lenta? Bueno, algo así es el Jubileo.

-Bueno, ¿vamos a ir o no vamos a ir? -dijo la tonti- mirá que yo tengo que arreglarme.

-Nena, vos para arreglarte necesitarías que te injerten un cerebro. Mirá, vamos que ahí está parando un cochero.

Y así se fueron, se acomodaron bien en el asiento, el cochero esgrimió alto el látigo en el cielo y dijo ¡Arre!

Las ruedas empezaron a rodar. La luna estaba caída en una esquina, los perros ladraban al pasar las garzas blancas rumbo al cielo. El baile estaba requetebién. Bailaron hasta el cansancio, ignorando como al pasar a los loros malevos que les decían cosas, y
hasta un quirquincho desubicado quiso levantarle la falda, a la más tonta.

Después, a una indeterminada hora se fueron con unos tordos que se ofrecieron a llevarlas en limusina. Habían bebido mucho, les daba vueltas el cielo en la cabeza. Los últimos faroles de la ciudad fueron pasando a través de las ventanillas como múltiples lunas que pasaban a través del tiempo.

Los recuerdos se van deshilachando como vestidos viejos. En algún momento llegaron a una casa de campo, donde siguieron riendo y bebiendo. Los tordos se pusieron densos y se aprovecharon. Con procacidad las sometieron, las escupieron, se mofaban de ellas. En algún momento la flaca cayó, con las alas desparramadas, en el suelo. La otra tenía ganas de vomitar y escapó atravesando un campo de tabaco, inmenso. Las estrellas llovían sobre su cabeza, estaba casi desnuda y llena de miedo.

Después estuvo escondida, primero en los matorrales, después en la casa de una amiga que vivía en el conventillo de la calle Caseros.

No podía dormir, se sentía amenazada, andaba rodando de una casa a la otra. Hasta que un día llegó a la oficina de un rococo cantor, que escribía en los diarios, aunque no era periodista. La invitó con algo fuerte, para tranquilizarla, y mientras prendía un cigarro le dijo:

-Esto algún día me va a matar, pero vivamos el momento.

La escuchó contar la historia con serenidad filosófica, le puso una mano en la rodilla, a la bambaca, diciendo “esto algún día se va a saber”. Le habló de las cadenas del vicio, de la profunda infelicidad del mundo, del poder y de los hijos del poder. De cómo el hombre alcanza la beatitud pisando sobre la miseria ajena. Mientras arrojaba al cesto el paquete vacío de cigarros, hablaba de los servicios de contrainteligencia, del arroz preferido, de la guerra de intereses, de
cómo se debe cocinar un cerdo. Ya estaba amaneciendo cuando se despertó, la tonta. Decía, el rococo, “esto algún día se tiene que saber”.

Todo lo demás está en los noticieros.

Un día, cuando pasaban por el puente del río Arias, ella le pidió a su cantor que se detuviera. Mirando el río al atardecer tuvo ganas de jugar con los reflejos del río, como en otro tiempo. Se acordó de su amiga la flaca, que le decía que no tenía cerebro. Se recostó sobre el hombro del rococo y dijo como para sí misma, pensativa:

-Nunca pude saber cómo terminaba aquella historia del cochero.

-Yo te la voy a contar –dijo el rococo, que lo sabía todo- Cuando el cochero despertó, después de dos años, y quiso volver para su casa, se encontró con que su esposa lo había abandonado, y se había ido a vivir con otro, que también trabajaba de cochero.

-Qué tontos son los seres humanos- dijo la garza blanca que era tonta y jugaba en el río Arias y que ya había aprendido a filosofar porque era señora.- ¿Para qué se va a escapar con otro que trabaje de lo mismo? Para eso se hubiera quedado a esperar a su cochero.

Al rococo ya se le estaba por escapar una lágrima, por las garzas, por la vida. Pero prendió un cigarro y dijo:

-Esto algún día me va a matar. Mientras tanto vivamos este atardecer, como si fuera un cuento.

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