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sábado, noviembre 23, 2024

Los locos del cruce y compañía (lava vidrios, acróbatas, cómicos…)

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Aparecen por temporadas. Caras hinchadas del exuberante acullico, boca chorreando el néctar verde. Sucios e impresentables con sus pantalones parchados de misiaduras, agujereados de tantos faltantes y desteñidos por el uso y uso continuo en esfuerzos doblegados sin remplazante.

Con carita media perdida están entre los autos de la Pedro Pardo e Hipólito Irigoyen, ellos son los locos buenos del Miguel Ragone pidiendo moneditas con su particular extremo cuidado para no inquietar en lo más mínimo a los eventuales donantes. Así con sus manos mugrientas cuentan los créditos entre un cálido agradecimiento para ver cuánto suman a fin de seguir haciendo girar la rueda de sus deseos.

Es que es la forma de mantener su sano vicio del coqueo, aunque por ahí lo matizan con el horror del puchito, y de distraerse al estilo de un paseo para salir de la monotonía diaria oscilando entre lo bueno y lo malo, entrándole a la existencia placer y dolor como cualquier persona.

Y dentre nosotros mismos aparece otra bandada que se mezcla de a poco con los locales produciéndose un ambiente tenso por las molestias de invasión. Esto pasa sin mayores repercusiones pues son demasiados mansos los unos y los otros.

Son tiempos nuevos y los pibes portando el traje de los locos buenos en una imitación que parece no dejar dudas acopian el metal para el vicio algo mayor: pasta base, paco, etc…así, con sus trapos menos harapientos y salidos de las modas de shopping, pulgas y ferias tuercen el negocio de la caridad callejera en favor de su deseo incontrolable. Duran menos, pues la salud para ello es más precaria pero es loable la actitud de la voluntad caída que escapa al robo, la tragedia familiar o al crimen en general tras la búsqueda desesperada que calme la ansiedad que los destruye a sí mismos en un rotar cada vez más cercano al centro de la muerte.

Produciéndose un tiempo de soledades en las calles del cruce, regresan los auténticos dueños a retomar su negocio rebusquero que no hace mal a nadie y que de verdad estimula el acto virtuoso de la altruidéz.

Las calles se adornan de locos, lava vidrios, acróbatas, cómicos y con tantos otros necesitados de la generosidad y bondad del que circula en el privilegiado automóvil. Esta forma de hacer cultural no es otra más que un indicador de la pobreza actual. Es la expresión paciente de un sector de excluidos quienes bajo un aspecto de tranquilidad esperan una mejora en sus condiciones de vida para poder ejercer su libertad con creatividad y productivamente. Es un sector joven que a pesar de sus contrariedades y de lo que pueda decirse de estos aún no se da por vencido y manotea dentre las calles dignidad para su existencia. No llega a ser un estilo de vida como lo es el de los artesanos, por ejemplo, quienes merecidamente ganan oportunidades laborales dentro del mercado turístico. Sí lo es, claro está, un aviso para nuestros administradores surgidos de la democracia y encargados del bien de todos para estimular un cantera de talentos que se derrochan en el vicio y la desidia de una manera totalmente incomprensible.

Ahí están, ellos son los locos del cruce y compañía, esperando por una nueva posibilidad, quizás más cara para el Estado, pero con la certeza de que la inclusión de uno solo de estos en una manera más digna de vivir vale muchísimo más que lo que se pueda gastar para tal fin.

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