Cumbia. Nación, etnia y género en Latinoamérica, un libro en el que trabajó junto al Pablo Vila, es una compilación de artículos de varios autores sobre las implicancias sociales de este género musical que tiene tantos fanáticos como detractores.
«Cuando un pueblo cae en desgracia, escucha cumbia”, dijo Pappo en marzo de 2002, pocos meses después de la crisis que terminó con el gobierno de la Alianza y con la vida política de Fernando de la Rúa.
La frase tajante, divisoria de aguas, sobre lo que pensaba el célebre rockero de la cumbia villera, género musical que por ese tiempo comenzaba a asomar, encabeza uno de los textos del libro Cumbia. Nación, etnia y género en Latinoamérica (Editorial Gorla), una obra dirigida por Pablo Semán, profesor del IDAES-UNSAM, y por el investigador Pablo Vila, que compila artículos de varios autores sobre el papel que cumple este género musical en relación a identificaciones sociales tanto en la Argentina como en Colombia.
Los estudios sobre la cultura popular, históricamente analizados desde la televisión, el cine y la prensa, también son eficaces cuando el enfoque recae en prácticas tan cotidianas, cercanas y pregnantes como son la danza y la música en los países latinoamericanos. Analizar, entender e interpretar lo que la gente escucha o baila también ayuda a conformar un mapa de la vida social.
“En la cumbia se elaboran negritudes que son muchas veces motivos de orgullo y reivindicación de grupos postergados, incluso apelando estratégicamente a supuestas esencias. Pero también, contra la cumbia, se arman vergüenzas que redoblan las desigualdades presentándola a sus cultores como ‘negros’ verdaderamente incorregibles. Así la cumbia resulta un género musical estratégico para observar el carácter heteróclito que posee América Latina. En su diversidad, la cumbia es una ventana privilegiada para entender cómo se anudan y procesan diversidades y desigualdades originando identificaciones parciales, cambiantes y múltiples”, explica Semán.
El libro presenta análisis exhaustivos con foco en varios ejes. Se aborda el papel que tuvo la cumbia en la construcción nacional colombiana y, al mismo tiempo, su difusión transnacional en América Latina; también se profundiza en cómo el género musical y “lo negro” se fueron ligando en Colombia. Desde el caso argentino, se muestra la convivencia explosiva del sexismo machista con patrones de activación sexual femenina; y además se encuadra el valor musical que tuvo la cumbia villera en la formación social de los sectores populares, más allá del desprecio de clase, entre otros temas.
¿La cumbia es un género musical pobre al lado del rock?
– La frase de Pappo es interesante. Uno no tiene que pensar en si lo que decía era verdad o no. Justamente él, en otras épocas, fue depositario de críticas semejantes por parte de otros rockeros. Sólo muy tardíamente fue recuperado como un músico de calidad. Más bien hay que entender que la idea de “música pobre”, mucho más cuando está asociada a “sujetos pobres”, es parte de un sistema de acusaciones que debe ser objetivado y criticado. Todo lo que es reputado como parte de la pobreza de la cumbia, podemos pensar en la repetición y el sexismo, está presente en la música que aman sus críticos. La repetición y el sexismo, por ejemplo, también aparecen en Soda Stereo y en el Indio Solari. En las clases medias se escucha música repetitiva y machista que como tal no es puesta en cuestión, ni mucho menos referida a la pauperización de esos sectores. Espontáneamente tiende a decirse que en las clases medias eso puede circular como un chiste, como si las clases medias estuviesen blindadas contra el machismo, la pobreza musical y tuvieran, por no sé qué decreto, el monopolio de la distancia irónica.
¿Por qué durante el menemismo algunos referentes de la cumbia, como Ricky Maravilla, pudieron acercarse al poder?
– Usada por la gente que no se esperaría que la use, en los lugares donde era repudiada, la cumbia servía para efectuar, en el plano del gusto, una especie de disrupción antielitista. Tal vez ese fue uno de los hilos de conexión con el menemismo, que no sólo fue el neoliberalismo, sino, también, tuvo un lado de anticonvencionalismo “plebeyo”. Las raíces sociales del menemismo inicial incluían conexiones con esos músicos, y el menemismo inicial no se legitimaba en ese momento por “el ingreso al primer mundo”, sino más bien como “transgresor”. En nombre de la picardía, Menem se habilitaría luego, lo sabemos, a cualquier cosa.
¿La cumbia villera es claramente post-menemista?
– Claro. La cumbia villera surge cuando el proyecto liberal de Menem empezaba a crujir, sobre todo, en el mundo popular, agujereado por el desempleo y por la erosión de muy variadas protecciones del orden social que se había engendrado con el primer peronismo. Diría que concientes de su carácter disruptivo recogen y apuntan contra las consecuencias de lo que generó Menem. En la época en que nació, antes de la crisis de 2001, representó una forma de rechazar lo que a ojos de ese mundo aparecía como una ilusión: progresar educándose y trabajando, tareas imposibles en el marco del híper desempleo, y de los inicios de una mirada que respecto de la pobreza era criminalizante.
¿Por qué realizaron un estudio comparativo entre la Argentina y Colombia con eje en la cumbia?
– En principio nos interesaba lo que pasaba con la cumbia en Argentina. Y nos interesaba más específicamente la cumbia villera. Entonces empezamos a ver que la cumbia villera tenía una relación con la cumbia que iba más allá de la relativa continuidad musical. Se trataba más bien de su situación de género despreciado, que podría compartir, también, con el chamamé. Por otro lado y en ese mismo marco, más allá de remitirnos hacia la cuna de la cumbia, lo que nos interesaba del caso colombiano era que la situación del género en esa sociedad era francamente distinta.
¿Podría dar algún ejemplo?
– Sí. La cumbia y “lo negro” se enlazan de forma diversa y azarosa permitiendo a las poblaciones de origen afro un posicionamiento político en la Colombia de los ’90. Inversamente, en el caso argentino, la cumbia adquiere un carácter “negro”, que a veces denuncia y otras apologiza sus raíces sociales más visibles: las clases populares. En su deriva social, la cumbia deviene sinónimo de pobreza miserable para sus críticos y de reivindicación orgullosa del estigma para muchos de sus cultores. El caso es que de Colombia a la Argentina, la cumbia cumple un innegable papel en la construcción de sensibilidades y repertorios que le dan una posición a los sujetos en la sociedad y, a través de ese medio, la cumbia hace a la vida social.
Varias mujeres dicen que se consideran insultadas con algunas letras de la cumbia villera, sin embargo las bailan y las disfrutan. ¿Qué piensa?
– Es obvio que las letras son machistas, y que muchas mujeres se sienten ofendidas con ellas desde puntos de vista que no son necesariamente una objeción al machismo. Muchos analistas tienen a confundir ese sentimiento con dicha objeción de la misma manera que uno se equivocaría si dijera que las banderas rojas del Gauchito Gil son socialistas. No quiero decir que las letras no causen ofensa, pero no la causan siempre en relación a lo mismo. La cumbia es tanto el escenario de un machismo exacerbado, como el de un conflicto de géneros, como el de la activación de las mujeres en función de un repertorio sexual y de una puesta de límites a las pretensiones masculinas.
– Tiempo Argentino (Suplemento) – Por Juan Ignacio Orúe