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lunes, noviembre 25, 2024

El mito del crisol de razas y la Argentina real

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La memoria colectiva de un pueblo es una construcción social que tiene que ver más con la ideología hegemónica que con la “verdad objetiva”.

Esta memoria se construye, no sólo, eligiendo qué recordar y cómo recordarlo, sino también lo que se debe olvidar. En Argentina, desde el último cuarto del siglo XIX, existe una autodefinición, que ya forma parte del “sentido común”, de que esta república es un “crisol de razas”. Una imagen intencionalmente idealizada, que la pormenorizada investigación del autor desarticula por completo.

Sin detenernos en la crítica específica del concepto de raza, categoría eminentemente política que fuera acuñada en el contexto del colonialismo europeo y del darwinismo social para justificar la ocupación del Tercer Mundo por los países colonialistas, intentaremos mostrar cómo tampoco Argentina fue o es un crisol de nada.
Argentina no sólo es un país, como veremos abajo, que posee altas tasas de discriminación y racismo, sino que, además nuestra nación se construyó en base a la exclusión (real o simbólica) de parte de su población.

En principio, a pesar que en la época de la Revolución de Mayo uno de cada tres porteños era negro , hoy, en gran medida debido a su “uso” como “carne de cañón” en las guerras del siglo XIX (Independencia, Civil, contra el Brasil, contra el Paraguay) y posteriormente por efecto de la epidemia de fiebre amarilla (los negros vivían en los barrios bajos de la ciudad, los más afectados por la peste), redujeron sensiblemente la población negra (censos indican que la población afro-descendiente alcanza entre el 4% y el 6% de la población); el “sentido común” de la argentinidad indica que en este país “no hay negros”, lo que estaría marcando una fuerte negación simbólica de esta minoría, lo que podría interpretarse como un “racismo de exclusión”, sobre todo por la autojustificación de perogrullo de que “en este país no puede haber racismo porque no hay negros”. Aún peor es lo que ocurre con los habitantes originarios, “diezmados” durante la “Conquista del Desierto” (discurso que niega en forma absoluta su presencia en esos territorios), lo que es presentado como un “exterminio absoluto”, según la investigadora Mónica Quijada, en realidad se trata de un proceso de “reclasificación”.

Se recurrió a nociones como ‘desaparición’ y ‘exterminio’ para explicar un proceso que debe describirse a través de otro concepto, el de ‘reclasificación’: los indígenas permanecieron en Argentina y allí se encuentran todavía, pero reclasificados como ‘ciudadanos argentinos’ e incorporados en una gran masa de población que pasó a ser definida como ‘nación blanca’/…/ Lo sorprendente de este fenómeno de reclasificación no son sus razones históricas, sino la celeridad, facilidad y aparente ausencia de conflicto con que fue asumido e incorporado en el imaginario colectivo, hasta el punto de conseguir que en escasísimos años la sociedad mayoritaria olvidara la presencia de indígenas en el territorio nacional.

En este sentido podemos citar una investigación de la Universidad de Buenos Aires del año 2005, en la cual, el investigador Daniel Corach, profesor en la cátedra de Genética y Biología Molecular de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA e investigador del Conicet ha descubierto que “el 56% de los argentinos tiene antepasados indígenas” (de ellos el 10% es indígena puro); lo cual traduce la negación simbólica de lo aborigen en la sociedad argentina, no sólo en un caso de flagrante racismo, sino además en una patológica negación de las propias raíces.

Como si faltaran ejemplos del cada vez más desembozado carácter racista del argentino podemos citar dos lamentables episodios que suelen permanecer ocultos; el primero de ellos ocurrió durante la Semana Trágica de 1919, en aquellos días, pocos argentinos lo saben, en nuestro país, al igual que ocurrió en la Rusia zarista, se produjeron varios pogromos a los barrios judíos (con un saldo de varias decenas de muertos y cientos de heridos, el número exacto no se conoce). Lo grave de esto es que Argentina, hasta hoy en día, es el único país de América en donde se produjeron este tipo de ataques. El segundo episodio refiere a una serie de ataques a barrios judíos producidos durante el 17 de octubre de 1945, el investigador Daniel Lvovich ha publicado un artículo donde reseña los ataques según lo reflejaban los diarios de la época.

Los habitantes de nuestro país, a pesar del discurso autocomplaciente del “crisol de razas”, poseen un elevado grado de intolerancia y tendencia ideológica a la discriminación de minorías, basta sólo hacer un recorrido por el humor argentino para hallar un muestreo de racismo, homofobia, misoginia, sexismo, judeofobia, etc. En los últimos años una serie de investigaciones dan cuenta de este carácter “oculto”, de acuerdo con estas investigaciones hallamos que:

– A) Según una encuesta realizada a profesores de educación primaria y secundaria por el sociólogo especialista en educación Emilio Tenti Fanfani, el 85,7% de los educadores de Argentina tienen opiniones discriminatorias hacia alguna minoría: hacia personas con antecedentes penales 71,8%, hacia drogadictos 67,0%, hacia habitantes de barrios pobres 52,0%, hacia homosexuales 33,6%, hacia infectados con HIV 21,2%, hacia minorías nacionales o étnicas 15,3% y hacia los ancianos 1,4%.

– B) Una encuesta realizada por los sociólogos Ana Lía Kornblit y Dan Adazko, dada a conocer por el Instituto Gino Germani, indica que el 76% de los adolescentes discrimina y tiene un alarmante nivel de racismo. Dicha encuesta, realizada a 4971 estudiantes secundarios de escuelas públicas de educación media de 21 provincias, indicó que entre los grupos rechazados por los jóvenes se hallan: los gitanos 67%, los judíos 55%, los orientales (chinos y coreanos indistintamente) 52%, y luego bolivianos, peruanos, paraguayos y chilenos; la justificación ideológica del rechazo a los primeros tres grupos es que son percibidos con patrones culturales ajenos a lo local, según los autores: “Esto denota intolerancia y la imposibilidad de aceptar a aquel que no sea igual”, también se les “atribuye prácticas corporativas y desleales, aunque esta percepción no sería otra cosa que una mirada racista encubierta de un discurso pseudo económico”; mientras que para los demás grupos comparten la característica de “ser vistos como competidores en el mercado laboral aunque diversos estudios demostraron que en los ‘90 el impacto económico de los inmigrantes vecinos fue mínimo. El rechazo está más vinculado a prejuicios raciales y a un eurocentrismo históricamente arraigado en la sociedad”.

– C) La última de las investigaciones a que nos referiremos es un trabajo de la Consultora Ricardo Rouvier y Asociados para el INADI, consistió de una encuesta realizada en las zonas de mayor pobreza del país acerca de la discriminación y la percepción subjetiva de la discriminación. La investigación arrojó los siguientes resultados: «Casi cuatro de cada diez personas fueron discriminadas alguna vez. Más de la mitad vio que le sucedía a otro. Pero el 60 % de unos y otros no hizo nada. El 80 % cree que en la sociedad argentina hay “muchas” y “bastantes” prácticas discriminatorias, pero a su vez un buen porcentaje avala ciertas opiniones y actitudes prejuiciosas… De acuerdo con el sondeo, en el “ranking” de las discriminaciones sufridas o presenciadas figuran en los primeros cinco lugares las ocurridas en función de la nacionalidad de la víctima, de su nivel socioeconómico, del color de piel, de la obesidad o sobrepeso o de una discapacidad.

El INADI indagó entonces sobre el grado de acuerdo respecto de una serie de frases de contenido discriminatorio o prejuicioso, muchas de ellas repetidas con asiduidad por algunos medios de comunicación o dirigentes políticos y sociales. El 66,6 % se mostró “de acuerdo” y “más o menos de acuerdo” con que “la mayoría de los delincuentes no tiene recuperación”.

Con la frase “si mi hijo fuera homosexual, me tengo que ocupar y lo llevaría a un profesional de la salud”, el 45,5% contestó con esas dos opciones. También el 45,1 % adhirió a la idea de que “la mayoría de los drogadictos son delincuentes”. El 52,8 % al concepto de que “los trabajadores que vienen de países vecinos le quitan posibilidades a los trabajadores argentinos”. “A mí me parece bien que el Estado se ocupe de resocializar a los delincuentes, pero yo no emplearía a ninguno”: 45,7 % contestó siempre con la suma del “de acuerdo” y “más o menos de acuerdo”.

A la frase “las mujeres tienen más complicaciones para trabajar, entonces es lógico que para un mismo trabajo ganen menos”, adhirió el 26,3 %, una cifra menor que las anteriores pero igualmente preocupante. Por último, sólo el 16 % estuvo “de acuerdo o más o menos”, con que “los musulmanes y judíos ortodoxos que uno ve por la calle deberían vestirse como todos”.

Debemos tomar muy en serio estos indicadores que emergen de nuestra sociedad, porque esto es lo que somos y no podemos mirar hacia otro lado cuando el espejo nos devuelve una imagen nuestra que no es la que deseamos.

Dos autores alemanes Peter Berger y Thomas Luckmann refieren a dos pasos que se dan en torno a los procesos de aprehensión de la realidad: la socialización primaria, que se da fundamentalmente en el seno de la familia; y la socialización secundaria, que se produce en instituciones como la escuela o la iglesia. Pero, ¿qué ocurre cuando estas dos formas de socialización entran en contradicción? Suele primar la forma primaria pues es la predominante. Por lo tanto, la única vía para construir una sociedad mejor, que se vigorice mediante el respeto mutuo y la convivencia en la diversidad cultural y no esté fragmentada y amenazada por la intolerancia y el racismo, es fortalecer la educación para la armonía y el respeto al prójimo, en especial a las minorías y este proceso de educación debe ser acompañado por uno de sanción a los mínimos gestos de intolerancia.
Europa ha podido sobreponerse al antisemitismo nazi a través de una combinación de técnicas de educación para la convivencia con duras sanciones para quienes osen proferir discursos de odio, tomemos su ejemplo para construir una sociedad más justa y armónica.

– Por Lic. Patricio A. Brodsky – Prof. Titular del Seminario de Formación Docente Educando para la Convivencia en la Diversidad, OMUDI- Colegio Illia-DAIA Mar del Plata.

– Fuente: Nueva Sion

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