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domingo, noviembre 24, 2024

Los hijos de antes y los hijos de ahora: el dilema de ser padres hoy

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Estamos ante una generación de padres sobreprotectores, culposos y castradores.

Daniel no estaba en sus días normales, toda vez que apareció en la cafetería despuntando el primer día de la semana (no se olvide que me refiero al domingo), dejando la actividad parroquial para momentos de santa relajación. El motivo era específicamente familiar, relacionado con la necesidad de alquilarle un espacio habitable para su hija (quién ya portaba una carga familiar=un bebé en franco crecimiento). Antes de concretar la operación, aprovechó para descargar su aflicción en mi humanidad, sobrentendiendo que en mi carácter de jubilado en ejercicio, era la persona indicada para aligerar sus justificadas preocupaciones.

En esa fracción de la espera, aparecieron otros rostros (también demudados) por las demandas filiales, como por ej. Jorge, que tuvo que desprenderse de un inmueble, para satisfacer la presión de otra hija, o tal vez Miguel, que se vio obligado a pedir un préstamo para satisfacer los requerimiento de su hijo que le exigía un medio de movilidad, o quizá Guillermo que perdió peso por conseguirle mejores comodidades para su hija, próxima a graduarse; y así sucesivamente hasta el infinito, ya que forma parte de la cotidianidad de los padres modernos.

Los hijos de este tiempo

Los hijos de esta época, más que traer un pan bajo el brazo, pareciera que traen una proclama de exigencias en la manga, sobre todo por las características de multipropósito de esta cultura. La mujer está obligada a tener un trabajo externo (salvo contadas excepciones), ya que la mujer de hoy se procura su propio ingreso, lo que implica ayuda en las tareas domésticas: entiéndase, la persona que la sustituya en las normales e imprescindibles tareas de cocinar/lavar/planchar/cuidado del niño-s/ limpieza del hogar (que en estas condiciones, ya no es tan dulce)/ el calendario de vacunación obligatorio, sin desmerecer las numerosas y obligatorias visitas al galeno/ y eventualmente el pago de los servicios.

A su vez, desde el arranque, los padres tienen la obligación de la guardería maternal (por la necesidad de que el recién nacido tenga las estimulaciones pre/y posnatales), no vaya a ser que no desarrolle la creatividad iniciática de los primeros años. Luego sigue la ininterrumpida cadena de la escolaridad, con los presupuestos que ello implica: lápices/cuadernos/mochila/gastos de transporte/maestra particular de apoyo. No dejar en el tintero, la asistencia familiar (padre-madre) en los innumerables actos y compromisos a lo largo y ancho del calendario escolar. Digamos que esta es la primera instancia, porque lo peor está por venir: el querido filio entra en la adolescencia y habrá que bancarse el proceso de crecimiento de los próximos años, algo así como que el terremoto ingresa al domicilio familiar, con los nuevos y novedosos gastos de esta franja etaria y de esta cultura cibernética. Acostumbrarse a que su sano adolescente tiene derecho y mérito a acceder a todos los nuevos chiches de la informática.

Con toda suerte saldrá del secundario, momento que Ud. sugestiona que la tarea ya terminó. Craso error, recién empieza. Tendrá que abrir el paraguas para una justificada orientación vocacional, ya que es el momento exacto en que la billetera paterna se ofrece generosamente, para futuras terapias alternativas. Se dará cuenta que todo su empeño fue vano y el joven en ciernes, necesita el apoyo inexorable de una Psicopedagoga-go/de una Psicóloga-go/ de un Parapsicólogo-ga/ de la asistencia obligada a un gimnasio (los fierros son su estilo)/el carnet socio del club, para practicar: Rugby-natación-fútbol-hockey-tenis-paleta o cualquier deporte que todavía no se inventó. Y, llegamos al final del principio, o sea al lugar desde donde partimos, o más precisamente, al momento en que hijo exige: el auto propio/el departamento propio/la tarjeta propia/; etc., pero todo absolutamente a cargo de sus “adorados” progenitores.

Las obligaciones de la socialización

Esto técnicamente se llama el Proceso de socialización familiar, yo prefiero llamarlo comúnmente: las distintas formas de enloquecerse con la crianza de la prole. Lo que ocurre es que no hay padre (generalizando) que se despreocupe “totalmente” de la suerte de sus hijos. Los más y, pareciera ser una constancia de la época, estamos pendientes de sus logros, sosteniéndose que estamos ante una generación de padres sobreprotectores, que nos cuesta ayudarles a soltar las alas, prácticamente padres castradores y culposos.

Argumentar sobre esta policausalidad, sería prender la procesadora de las acusaciones, en donde los primeros destinatarios estarían, privilegiadamente, los Medios Masivos de comunicación y su tremenda influencia en la conformación de la opinión pública y privada. A esto se suma el desgaste del modelo socioeconómico que ha evidenciado su principal contradicción en la oferta constante y prácticamente ilimitada de posibilidades para ser y para tener frente a un acceso cada vez más limitado. El consumo al centro de la identidad.

Es muy difícil que los padres y menos que menos la descendencia, intente substraerse de esta realidad delirante instalada por la sociedad de consumo y sus mecanismos (reglas) publicitarios de difusión. Las sociedades modernas están atadas a este callejón sin salida y la razón de la existencia humana se juega en estos andariveles, a riesgo de ser un excluido de la época. Para ser y estar en esta cultura hay que tener una mínima alianza con el mercado, sino, el riesgo es muy alto.

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