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domingo, noviembre 24, 2024

Paradojas amorosas

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Cuando de amores se trata, los límites son virtuales.

En mis honestas intenciones de que mi primer libro Sexu-Bar se agote convenientemente por los esfuerzos personales, a pesar de estar en las Librerías locales, es que recurro al “boca-boca”, al “puerta-puerta” de mis conocidos, exponiéndome a una firme negativa de aquellos que no leen ni siquiera en el baño. En esas tantas aproximaciones de ofrecimiento me frena en el umbral de su domicilio, mi amigo y vecino, Miguelo, por interpretar que el desarrollo literario de mi ópera prima peca de una omisión, a la que atento dispongo mi oreja en la seguridad de que en los temas del amor, nunca se agotan las posibilidades y mucha razón tenía, cuando entendió que en los sucesivos capítulos faltaba el referido a: “Me enamoré de la mujer de mi amigo”. Particularmente me cayó bomba, movilizándome toda la artillería de prejuicios que esconden mi hermética intimidad, a pesar de los esfuerzos en contra, pero nuevamente sostengo lo de mi abuela cuando decía: “lo que se hereda no se huerta”.

Poco me iba a durar la sorpresa, cuando en ”la tertulia de venta”, pactada con mi otro vecino Luis, al comentarle el episodio, le dio la razón a mi caro comprador por cuanto la mujer de su primo, se escapó furtivamente con el del dpto. de arriba, dejando en el camino hijos/sobrinos y demás familiares políticos. Cuando de amores se trata, los límites son virtuales. Me animé a certificarle que en una oportunidad tomé un remise, y el chofer, sin preguntarle demasiado, arrancó con su dolor interminable de haber perdido a su esposa en una “huida sentimental” como si eso, en las cosas del amor, fuera moneda corriente. Felizmente me dio la oportunidad de largar toda la maquinaria de mis represiones, que llegada la circunstancia, no son pocas. “Date una idea Luis, se acabaron los códigos. Con la mujer del amigo no se juega y está vedada”, pero parece que en el resto de los mortales, esta condición, no es un impedimento para las razones de la carne.

Indudablemente que el tema me tocó en lo más hondo de mis principios, y no quería darme por vencido, pero la fuerza de la realidad era contundente con sus reflejos de reiteraciones. Mi amiga Fernanda, me dictó al pasar: “Lo que sucede es que muchos acompañantes”, se refería a aquellos comedidos que acompañan a la mujer del amigo en trances de internación, prolongan esas atenciones, dilatadamente, en la humanidad de la cónyuge del caro amigo, procurando reafirmar esas consideraciones indefinidamente. Toman con tanta seriedad ese apoyo, que terminan apoyando a la esposa del amigo. Fueron tan contundentes las versiones (con sus variaciones) que me refrescó lo vivido por mi amigo Burguito, quién acompañó a su primo hermano, en una prolongada convalecencia que terminó, su primo, en el cajón mortuorio y él como esposo de la mujer del primo. Eso sí, todo, absolutamente todo, con la intermediación del cura párroco, con la consiguiente bendición cristiana. Así la historia, vale la pena.

Cosas de mujeres

Todo lo que a la mujer se refiere no debería causarme desconcierto, toda vez que son capaces de lo inaudito, como lo de mi amiga Sabina, que siendo una impactante morocha (¡espectacular!), cambió su natural imagen por el de una blonda muchacha, dejando por el suelo la expectativa de sus innumerables admiradores. Por suerte, hay tiempo para rectificaciones de colores capilares. El mismísimo S. Freud, dio testimonio de ello, preguntándose: “Qué quiere la mujer”, abriendo un abanico de conjeturas para sus sucesores. Son tan enigmáticas, que hoy la teoría pone en duda la “tradicionalmente” función materna; es decir, ser Mujer no es sinónimo de ser madre como se aceptaba comúnmente. Hoy se puede asegurar, sin temor a errar, que la biología no alcanza y que no todas las mujeres pueden ser madres. Sólo se puede ser madre por el deseo. Aquellas mujeres que deciden no ser madres, por la razón que fuera, es un acto de valor, de coraje, de separarse del Otro, de no hacerlo consistir en un hijo. Ese valor de reconocer que no se desea un hijo, es reconocer las limitaciones y liberarse de un mundo de fantasmas sociales y culturales y poner en juego su verdadero deseo. Estas mujeres deciden otro camino que el de la tierna “madrecita”, marcando su proyecto en otras vías del deseo.

De ahí a que se vayan con un amigo del esposo, con el primo hermano del finado o con el transeúnte circunstancial de turno, es un tema menor.

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