El año 2013 estará atravesado por dos preguntas encadenadas: aquella relativa al desempeño de la economía y aquella que indaga por los nombres de la sucesión presidencial.
El primer y último test antes de las presidenciales de 2015 enfrenta a un oficialismo atravesado por fuertes disputas internas y a una oposición que no levanta cabeza luego del mazazo de 2011.
El panorama político argentino es objeto de un sinnúmero de polémicas que dependen, en rigor, de la correcta interpretación de unos pocos datos concretos. En primer lugar, y luego de un año 2012 signado por el estancamiento, surge la pregunta por el futuro económico del país. Ante la misma, los pronósticos del oficialismo destacan expectativas de crecimiento, basadas en la mayor disponibilidad de recursos, el menor número y peso de las obligaciones vinculadas a la deuda externa, y los buenos precios de las materias primas exportables en los mercados internacionales.
Sin embargo, la persistencia de problemas estructurales, como la caída de la inversión, la inflación y la apreciación cambiaria, echan un manto de dudas sobre el desempeño de las actividades industriales, la demanda de empleo y el comportamiento del mercado interno. Piezas clave del esquema de correcciones implantado en 2012, como el control de las importaciones y el cepo cambiario, entorpecen fuertemente cualquier recuperación eventual del sector manufacturero, fuertemente integrado, tanto a sus pares regionales como a sus casas matrices.
Finalmente, cabe preguntarse por el estado de las finanzas públicas luego de un año caracterizado por una caída en los desembolsos de la Nación hacia provincias y municipios, así como por un marcado recurso al endeudamiento de las distintas instancias de gobierno en los mercados financieros locales. No se trata de meros ejercicicios académicos: de la capacidad del Estado (y, en menor medida, del sector privado) de motorizar una recuperación de la economía dependen buena parte de las expectativas del oficialismo en el frente electoral. En efecto, este año el gobierno de Cristina Kirchner juega sus chances de incidir en su propia sucesión, sea a través de una improbable reforma constitucional –que dependería de guarismos casi extraordinarios para la renovación de las bancas del Senado-, o bien en el expediente de imponer un delfín bajo el modelo brasileño, sintetizado en la transición de Lula Da Silva a Dilma Rousseff.
Y aquí se introducen las indispensables consideraciones políticas. Pues, a diferencia de los casos de Venezuela, Chile y Brasil, la mayor amenaza a los planes del oficialismo no procede de fuerzas políticas externas al Frente para la Victoria, sino de la creciente gravitación de algunos de sus propios referentes en el esquema sucesorio. Es el caso, por ejemplo, del gobernador Daniel Scioli, cuya posición distante respecto de la primera mandataria viene generando dolores de cabeza entre los ministros del Poder Ejecutivo. La decisión de Scioli de hacer públicas sus aspiraciones presidenciales a inicios del año pasado puso en evidencia el delicado equilibrio en que debe moverse buena parte del oficialismo, en ausencia de acuerdos macro que regulen la herencia política de Cristina Kirchner.
Pero tampoco es sencillo el sendero de Scioli, para quien las elecciones de medio término representan un dolor de cabeza. Un alineamiento demasiado cercano a la presidente lo expone a la dependencia del voto kirchnerista, e inversamente, a la alienación de los sectores que buscan una expresión opositora. La alternativa –esto es, acompañar a los sectores díscolos del peronismo de manera decidida- puede costarle la necesaria colaboración financiera del gobierno en el pago de sueldos, en un momento en que los porcentajes de fondos coparticipables se hallan por debajo del piso histórico.
Deseoso de ocupar el sillón que Scioli deja vacante, Sergio Massa ha dicho, en público y en privado, que desea ser candidato en las elecciones legislativas. Arropado en su buena imagen positiva, una amplia gama de apoyos y el ejemplo de una gestión sumamente prolija, Massa se rehusa, por ahora, a ser el candidato de los poderes establecidos en La Plata y en Capital Federal: ni Cristina Kirchner, ni Daniel Scioli han logrado convencerlo de defender sus respectivos colores. Lejos de ello, el intendente de Tigre apuesta a jugar solo, en el convencimiento de que, cualquiera sea el resultado, habrá sumado puntos decisivos de cara a 2015.
En estas condiciones, de la interna del oficialismo, especialmente en la Provincia de Buenos Aires, depende buena parte del futuro político del país. Menos gravitante será la oposición política no peronista, fragmentada hoy en torno de las figuras casi provinciales de Hermes Binner y de Mauricio Macri, más lo que pueda aportar un radicalismo en crónico estado de crisis. En cuanto al sindicalismo, aunque sus apuestas mediáticas son muy altas, su gravitación fuera del mercado laboral es mínima. Divididos en torno de la experiencia kirchnerista, con dirigentes largamente demonizados por los medios masivos de comunicación, cada uno de los sectores que lo componen irá a buscar su lugar en las listas existentes.
– Por Ezequiel Meler – Profesor de Historia por la Universidad de Buenos Aires. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad Torcuato Di Tella. Se dedica a la investigación en historia reciente y al periodismo en clave política
Fuente: LetraP