No, no creas que sea una cuestión apocalíptica. Una Gran guerra entre el bien y el mal, los ángeles y demonios combatiendo su última batalla: el Armagedón. Nop!
Tampoco es una cuestión de cataclismo. Un súper meteorito chocando nuestra paradisíaca casa terrenal. Las placas tectónicas que en sus colapsos antojadizos, según las omnipotentes leyes naturales, harían estallar las ciudades y los campos en miles de pedazos como si el mundo fuera un juguete de cristal. O quizás sencillamente la llegada del eterno envejecimiento del universo cuando el movimiento se detenga totalmente y ya no halla ni expansión ni comprensión en los espacios siderales… solamente la infinita quietud, el supremo frio, el absoluto silencio, la ausencia total…
En realidad no es necesaria tanta alharaca tremendista para darse cuenta que el porvenir no está en nuestras manos. Sólo, y en el mejor de los casos, una porción muy pequeña de este inmenso mar de tiempo podremos saborear o detestar. Un instante muy fino de la eterna existencia nos pertenece o más bien nos corresponde, nos toca, se nos es cedida. Nuestra existencia está condicionada por una de las realidades más impactante de nuestras vidas: la muerte. Es en este hecho tan patente a través de la historia y en el mismo presente, que estamos determinados. Su evidencia nos rodea, estremece y estimula de mil maneras y formas diariamente. Muertes por aquí, muertes por allá; se murió así, se murió asá. La muerte en los noticieros es lo que más vende. La muerte por doquier es un tema principal entre las gentes. Le prestemos atención o nos hagamos los distraídos la muerte también nos tomará y en la mayoría de las veces por sorpresa. Nadie quiere su visita. Al menos la gran mayoría que lucha día a día por alguien (y en el peor de los casos por algo) no le faltará motivos para vivir. El porvenir ya no llegará cuando la parca nos reclame. El mundo se nos acabará, desaparecerá. Al menos este mundo y de hecho para el muerto. ¡Y?…
…y este es el dilema tan importante que no pocos hoy en día dejan de lado proponiéndose prioridades que sólo son una distracción ante tremendo meollo de la existencia.
¿Tras qué corro en la vida? ¿Qué me llevaré de esta? ¿Me moriré tranquilo si quizás en el mejor de los casos hice mucho bien o fui una buena persona para los demás? ¿Es suficiente esto? ¿Y yo mismo? ¿Qué será de uno mismo cuando entregue la vida, el alma, la psique o sencillamente muera?
Difícil ser uno mismo después de muerto lo que se dejó en vida. Ya no se estará en este mundo. Al menos los millares de muertos no regresaron jamás a reclamar lo que hicieron u obtuvieron en vida. ¿Entonces desapareceremos en la nada? ¡Que locura! ¿Sentir la experiencia de estar vivo para nada? Este es el mayor cuento que nos pueden hacer creer o en el peor de los casos es la más magra filosofía de vida que una persona se puede hacer o tener para vivir. El porvenir más verosímil y real es justamente este que viene después de la muerte. Por lo tanto distraerse ante esta realidad en los días que se vive es un gran fallo en nuestra existencia.
¿Qué vas a hacer hombre cuando el mundo se acabe? O mejor ¿Qué haces hombre por tu porvenir que de hecho no es ni está en esta vida, en este mundo?
– Por Hugo Luis Daher