En el momento que se redacta esta presentación, los Estados Unidos se aprestan a invadir otro país del llamado Medio Oriente, la República Arabe Siria, recalentando más aún la complicada situación de toda la región que integran Turquía, Irak, Israel, Jordania y El Líbano.
Cuando el actual presidente del imperio norteamericano fue electo, algunos creyeron ver por su condición de descendiente africano que la conducta arrasadora e insensible de esta potencia militar variaría, lo que no pasó de ser una vana ilusión ingenua surgida de la desinformación.
La figura presidencial en los EE UU no pasa de ser una mera necesidad decorativa para montar la escena democrática, pero las decisiones de Estado se toman en el Departamento de Defensa (Pentágono), que en realidad debería llamarse Departamento de Ataque a juzgar por su actividad histórica, y completan ese esquema la llamada Central Intelligence Agency (CIA) y la National Segurity Agency (NSA).
Desde ese montaje se pregona la hipotética virtud de la renovación democrática y nos han impuesto a los Países Latinos el impúdico engaño de que es sano que un presidente no se pueda reelegir por más de dos mandatos. Esa falacia les viene a ellos como anillo al dedo para frenar cualquier proceso de cambio que eventualmente se pueda gestar detrás de alguna figura surgida en los Estados Sud Americanos.
Bajo esa apariencia está muy claro que al sistema imperialista le resulta exactamente igual que el presidente sea un rubio sajón como CLINTON o un negro como OBAMA, porque el color de la piel o el origen de nacimiento no cambiará nunca el modelo diseñado desde los edificios mencionados, por jefes militares y la poderosa estructura de fabricación de armas que sostiene un capitalismo genocida. Inclusive han hecho creer a muchos que demócratas y republicanos son partidos distintos y no una mera ficción creada para justificar las falsas elecciones.
En la década de 1950 el maestro guatemalteco egresado de la Universidad de La Plata Juan José Arévalo (*) escribió “La Fábula del Tiburón y Las Sardinas”, como medio para denunciar la farsa de la creación de la ONU (Organización de las Naciones Unidas), donde advertía con magistral premonición que los imperios dominantes usarían esa estructura para consolidar sus fines expansionistas, anuncio que se confirma en su totalidad cuando se escucha decir al moreno presidente norteamericano que si debe bombardear y luego invadir Siria por su sola decisión, lo hará prescindiendo de la opinión de la ONU.
El argumento de los jerarcas del Pentágono para comenzar una nueva guerra que retroalimentará la alicaída industria armamentista, es un supuesto atentado con armas químicas que habría llevado adelante el presidente Bashar Al Asad, contrariando las múltiples afirmaciones de periodistas independientes que operan en la zona que han repetido hasta el cansancio de que toda la población de Siria da por sentado que ese ataque provino del grupo rebelde al gobierno, precisamente sostenido por Estados Unidos y sus aliados europeos. Una hipocresía perfecta.
La invocada obligación moral de los gobiernos que en forma conjunta preparan la invasión (EE UU, Reino Unido, Francia, etc.) aparece como un insulto a la inteligencia y al sentido común, si se considera la actuación de los mismos en la actualidad. Basta repasar los acontecimientos genocidas de Irak y Afganistán llevados adelante para el saqueo de petróleo y gas bajo la excusa de democratizar dictaduras, ante la grosera y cercana realidad del vecino Reino de Baréin entre Arabia Saudita y Catar, donde se cometen los más terribles atropellos civiles, pero que conviene mantener como escudo misilístico en el Golfo Pérsico.
Aparece así como otra burla más al mundo entero, el discurso de Barack OBAMA de que actuará para defender la población civil de Siria, cuando los otros pueblos cercanos mencionados padecen y seguirán padeciendo terribles sufrimientos por la guerra desatada para apropiarse de los recursos naturales. Es la economía estúpido, pensará y repetirá para sí mismo Bill Clinton.
En Vietnam para provocar la esterilización de los campos de arroz y ahogar la economía para literalmente matar de hambre a los nativos, las fuerza invasoras norteamericanas volcaron por fumigación aérea en esos diez años setenta y dos millones (72.000.000) de toneladas de la mortal dioxina conocida como agente naranja, fabricada por Monsanto especialmente para el Departamento de Defensa y su programa de guerra química llamada Hand Ranch.
Cuatrocientas mil personas murieron en forma instantánea por ese producto, y quinientos mil nacieron con defectos congénitos, y solamente sobrevivieron ciento cincuenta mil, por graves deformaciones de nacimiento derivadas de esa atrocidad. Y ahora vienen a decirnos que van cumplir con una obligación moral. El recordatorio es sólo puntual, por que también los moralistas de bragueta abierta de hoy fueron los gestores de Hiroshima y Nagasaky en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, justo unos pocos años antes de que gestaran la ONU para repartirse el mundo.
Nuestro país ha dado en esta oportunidad un mensaje al mundo civilizado –que no integran los genocidas occidentales y cristianos- afirmando «Argentina jamás propondrá, ni avalará una intervención militar extranjera. El Gobierno y el pueblo argentino no serán cómplices de nuevas muertes» comunicado que merecería un impase en las diferencias de la política nacional interna para ser apoyado con un aplauso, pero que contrariamente ha generado inmediatas críticas de los profesionales succionadores de calcetines de los multimedios, que han salido a ofenderse por cuenta y orden de los yanquis para no correr el riesgo de quedarse atrás y no ser tenidos en cuenta en la lista de los alcahuetes de trinchera, siempre listos para escalar un puestito a cualquier precio. Ya lo decía Don Arturo JAURETCHE, “no es tan peligroso el gringo como el que gringuea”.
(*) Juan José Arévalo Bermejo, (Taxisco, 10 de septiembre de 1904 – Guatemala, 7 de octubre de 1990), fue un educador y político guatemalteco. Presidente de ese país entre 1945 y 1951.