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domingo, noviembre 24, 2024

Educación lingüística: la lengua y la generación del pulgar

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Hay que dominar el sistema lingüístico para modificarlo. Pensar que las técnicas estrechan, empobrecen o dificultan la lengua es una torpeza estimativa. Todo arranca de la pobreza y la vulgaridad expresivas de los usuarios de dichas técnicas

Leemos y oímos en muchos sitios hablar, abusivamente, de que los muchachos han creado «una lengua del chat», o una «lengua de mensajes celulares» 1, o «una lengua del tuit». No hay tal cosa: la expresión verbal del chat, del mensaje celular y del tuit son la lengua común, alterada, abreviada, maltratada, jibarizada, a lo sumo, con la incorporación ocasional de emoticonos y otros recursos gráficos, pero es la lengua de todos.

De lo que debemos hablar es de la lengua en el chat, de la lengua en los mensajes celulares, en el tuit, para referirnos al tratamiento particular y, la mayoría de las veces, destrato que de la lengua se hace en estas formas útiles e interesantes de comunicación. Por otra parte, repetir esa falacia de que los muchachos están «creando una nueva lengua», acentúa en ellos las tendencias libertarias frente a las normas, pues vale como decirles que están operando creativa y fundacionalmente de nuevas realidades lingüísticas. Es creativo el que conoce las reglas del idioma y sabe cómo superarlas. Hay que dominar el sistema lingüístico para modificarlo. La ignorancia no perfecciona sino que destruye cualquier aparato. Ni siquiera hay abreviaturas universales en los medios digitales. Las propuestas por compañías de comunicación han fracasado. Cada tribu electrónica tiene su repertorio convencional. Las modificaciones que los medios digitales de comunicación estimulan se generan en dos tipos de causas: las involuntarias y las intencionales. Sintéticamente, las razones de las irregularidades o anomias que del uso de la lengua muestran los nuevos medios podrían sintetizarse en las siguientes:

– 1.- La mala educación lingüística que reciben y portan nuestros adolescentes. Esta es la fuente que merece prioritaria atención, condicionante de la forma de manejar la lengua, y nada tiene que ver con intencionalidades posteriores. Se trata, pues, de un haber pasivo, y padecido por el muchacho, muy difícil de remontar. Es el principal factor condicionante de la libertad expresiva. Responsables: familia y escuela.

– 2.- La velocidad. En la respuesta rápida radica uno de los estimulantes atractivos y uno de los desafíos más influyentes del chateo (cibercharla o texto escritoral), en las modificaciones de la expresión lingüística en el esfuerzo por aproximarse a la conversación oral en tiempo real.

– 3.- La economía temporal que los lleva a una economía expresiva condicionante. Más que por el gasto, que con el avance técnico se ha hecho mínimo, cuanto porque se ayuda así a la velocidad que este tipo de comunicación exige.

– 4.- El espacio. Condiciona el escrito. El usuario debe adaptarse al soporte, por ejemplo, la pantalla del celular con sus 160 caracteres, espacios incluidos. O los 140 del tuit. Es un nuevo lecho de Procusto: se corta por la cabeza o por los pies para que quepa.

– 5.- El ludismo, o gusto por lo que supone entretenimiento y juego al escribir de la manera peculiar en que se lo hace.

– 6.- La pertenencia a una «tribu urbana electrónica», con fuerte sentido de pequeña comunidad diferenciada de las restantes, que incita a subrayar ciertas diferencias lingüísticas.

– 7.- La actitud de rebeldía frente a lo establecido, con sus consecuentes acciones sostenidas de ruptura respecto del sistema lingüístico común.

– 8.- El sabor del distanciamiento de la lengua de los adultos, al escribir en una forma diferente, por momentos críptica, en un código propio del grupo, al que no tienen acceso inmediato los demás. Quedan afuera los dinosaurios de la especie humana.

– 9.- La ley del tobogán, del menor esfuerzo o de la cuesta abajo. Este dejarse ir sin retenciones (sintaxis, acentuación signos ortográficos, espacios, etcétera) lo que gratifica una sensación de libertad al deslizarse por el plano inclinado.

Comencemos por considerar la pregunta reiterada que nos hacen los periodistas: se cuestiona si el ejercicio del correo, el chat o los mensajes de texto perjudica o afecta al idioma. Los nuevos medios como todo lo que corresponde al campo de la técnica, son indiferentes, en el sentido de que en ellos no hay bondad ni maldad intrínsecas en las técnicas, por supuesto, pues no hay intención ninguna, para la que es necesaria la libertad. Es el uso humano el que carga los recursos técnicos de valores o de antivalores. Demonizar una técnica por el indebido manejo que de ella se hace es, por decir lo menos, irracional. Claro que, cabe advertirlo y se lo debe tener muy presente, las tecnologías modifican las formas de nuestra percepción y el entorno cultural en el que vivimos al que ellas contribuyen a conformar de manera pesante pues constituyen una ecosfera en la que habitamos. Con el tiempo, sus proyecciones en distintos planos de la vida humana se hacen sentir, al modificar básicamente las vías y formas de la percepción, de relación con la realidad y, con ello, del conocimiento.

Los nuevos medios son herramientas valiosísimas de las que disponemos y que nos dan enormes posibilidades, impensadas hace pocas décadas. Una tecnolatría, practicada por los «integrados» de Eco, es una inversión de valores, pues se dejan llevar en su discutible «participación» sin sentido de gobierno. En mi provincia, llaman a esto «caminar llevado como enano en manifestación». Los medios son tales, medios, y, por ello, instrumentales, vías o herramientas de los que el hombre se sirve. Si los medios no están sometidos a la libertad humana, es decir, a la inteligencia respaldada por la voluntad, el hombre invierte su condición de amo de ellos y acaba siendo siervo de elementos cuya naturaleza es ancilar, es decir, servil. La alusión del nombre blackberry a la bola negra de hierro atada al tobillo del negro algodonero, para asegurar su cautiverio, es reveladora. El pibe, siente el celular como una continuación del brazo. Y genera una dependencia que puede llegar a adicción. La libertad, al pozo. El más perfecto sistema de comunicación inventado por el hombre es la lengua. Los nuevos medios potencian y dan nuevas vías de transmisión al sistema lingüístico. No han sido creados para restringirlo, sino para ampliarlo y enriquecerlo. Toda vía tecnológica de comunicación su-pone, es decir pone por debajo, como base, la lengua como sistema. La lengua es la matriz comunicativa por excelencia. Pensar que las técnicas estrechan, empobrecen o dificultan la lengua es una torpeza estimativa. Todo arranca de la pobreza y la vulgaridad expresivas de los usuarios de dichas técnicas. El usuario de los nuevos medios lleva a ellos sus capacidades y excelencias, o bien, sus estrecheces y limitaciones. Será un usuario más o menos aprovechado según el grado del nivel cultural y lingüístico que posea. Si cada uno lleva a la mesa común lo que puede y lo que es, no de otra manera ocurre con los nuevos medios. El que maneja con firme soltura su lengua, lo seguirá haciendo en todos las TIC que utilice.

El que es un discapacitado verbal, arrastrará su limitación al uso de los medios tecnológicos de comunicación. Y, más aún, es posible que ciertos rasgos de la tecnología, como la velocidad, reduzcan aun más su limitada capacidad expresiva. Nadie haga responsable de los estropicios provocados en la lengua a las tecnologías, que no son personas, y, por lo tanto, son carentes de responsabilidad. Hay limitaciones, como las del tuit, que generan virtud, y un argentino gárrulo- es decir, un argentino- se ve obligado a elegir, sintetizar, ceñirse lingüísticamente, lo que beneficia su expresión, adensándola. Las antologías de tuits que podemos consultar muestran obras notables de calibración en los del pulgar activo. Es una represa potenciante. Lo bue si bre dos ve bue, di Gra.

Por otro lado, el discurso incontenido, liberado, que para algunos ofrece el chateo nunca puede ser pauta de expresión más lograda, sí puede serlo de mayor vivacidad y dinamismo. Por el contrario, el ejercicio continuo de discursos inconsistentes, vacuos, desordenados, asintácticos, no es sino un vicio y no una virtud, porque pueden producir acostumbramiento en el usuario. Y trasponga esos usos a otros discursos. Aquí radica la clave de los desajustes. El escribir «libre de ataduras» -léase: sintaxis, ortografía, puntuación coherencia, etcétera- puede generar, en algunos poco avisados, un resultado negativo. Si un mensaje digital se entiende bien, es suficiente, use o no mayúsculas, puntuación, abreviaturas, etcétera. El riesgo está en que el usuario, cuando cambia de ámbito proyecte en otras situaciones, que no son las de la comunicación digital, los mismos usos. Será, en forma inevitable, condenado socialmente. Es una cuestión de adaptación al medio y al contexto. Quien maneja la lengua no tiene dificultades de adecuación, pues tiene cintura lingüística.

La pobreza léxica 2, y, con ella, las repeticiones de vocablos y de expresiones; la carencia de sinónimos; la falta de dominio de las estructuras sintácticas que descoyuntan el pensamiento lógico; la inhabilidad en el uso apropiado de los signos de puntuación; el desconocimiento de las reglas ortográficas, todo esto revela ignorancia y discapacidad en el manejo del sistema de su lengua nativa por parte del usuario. Hay quienes, como decía Lugones, practican «la libertad de no hacer lo que no pueden». Estos no abandonan el sistema cuando entran en comunicación digital: nunca lo han tenido consigo.

Notas:1.- Evito la expresión «mensaje de texto» que es vaga, vacua y no alude a la brevedad que los caracteriza. Prefiero: «mensajes celulares», que suponen 160 espacios. 2.- Va entrando, incesantemente, a nuestra lengua un considerable caudal de anglicismos referidos a lo digital. Si no son tilingos, y sí necesarios, debemos ir poniendoles la pata encima, y someterlos a nuestra rotunda fonética castellana. Así hicimos con blog, bloguero, tuit, tuitero, guglear, cliquear, y un largo etcétera.

– © LA GACETA – Por Pedro Luis Barcia – Presidente de la Academia Nacional de Educación, miembro y expresidente de la Academia Argentina de Letras.

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