El trabajo de Claudia Peña y Fernando Arancibia es elogiable. En esta oportunidad por la mágica realización de la obra de teatro de títeres “Fedro y el Dragón”. Antes, los vimos brillar con “De Fierro” (versión del Martín Fierro) y con «Quijote Títeres». 10 años de trayectoria y un encuentro con la exquisitez de los muñecos impregnados de sones del medioevo.
La Compañía de Teatro La Faranda estrenó el sábado 7 de junio en el salón Auditórium su última producción, creada netamente por Claudia Peña y Fernando Arancibia.
Ese día, el público tuvo la oportunidad de presenciar una Orquesta de Cámara en vivo, a cargo del Conjunto de Cámara Instrumental Vocal “Aires Antiguos”, momentos previos al estreno. El “mini” concierto tocó música que nos trasladó directamente al medioevo, una etapa de diez siglos en donde en realidad, hubo mucha producción pese a que se la llamó La Edad Oscura. Esa época remite a historias épicas protagonizadas por reinas, princesas, cortesanas y caballeros; a los amores entre escuderos y la nobleza; a hombres valerosos que se enfrentaban en los campos de guerra contra sus adversarios, y a nobles caballeros enamorados de doncellas inalcanzables.
Fedro y el Dragón tragedia medieval está ambientada en la época medieval y en el retablillo se alzan castillos y villas donde los aldeanos y los nobles son presos del miedo al enorme dragón que los acecha. En la obra presentada por La Faranda, no se escapa detalle alguno. Los colores, la iluminación y la música tienen el condimento exacto en la puesta. Cada signo ayuda a crear la ilusión de un mundo posible.
Con gran creatividad, el personaje de Fedro tiene una particularísima nota: no puede pronunciar la “ p ” y la cambia por la » f ”. Su nombre real es Pedro. Esto causa divertimento al público.
La Faranda tiene gags lingüísticos muy finos entramados con humor y sutileza. Por ejemplo cuando la princesa dice a solas en su balcón “si quisieras o quisieses», al momento que se ilusiona con ver a su enamorado, alude a la conjugación verbal del pretérito imperfecto del modo subjuntivo. Y Fedro habla en idéntica sintonía pese a que ninguno se escucha.
Los muñecos trasladan objetos en sus manos, se ponen y sacan prendas, Fedro limpia y empuña la espada de la victoria… todo en una sincronización que es una exhortación a la prolijidad y a la belleza creativa.
Como una pantalla de cine en miniatura, siluetas de desplazan creando escenas de todo tipo en el que el detalle es fino y surgen imágenes fílmicas, primero en negro y luego en colores. La noche y el día aparecen como figuraciones realistas, con colores vivos que despliegan “climas”. La sonoridad atrapa los sentidos.
Fedro es un joven valiente, es el escudero del caballero “Claudicante” cuyo nombre connota sus miserias, ya que claudica frente a las virtudes que debiera poseer como noble caballero. Quiere las riquezas del reino a cambio del exterminio del dragón pero es cobarde. Será Fedro quien se corone con el amor de la princesa y la osadía de su triunfo frente a la bestia.
Hacia el final de la obra, aparece una bestia enorme. Impactante. Compuesta de manera atractiva. El dragón dispara fuego y los efectos usados para esta escenificación producen asombro y estremecimiento.
Otro recurso precioso es el del sombrero, antes parecía sólo un elemento pero como es mágico, canta y parece una persona que mueve la gran boca. Su rol es el de adyuvante de Fedro.
Por último, hay que subrayar la mecánica que está detrás de cada escena, todo felizmente orquestado y técnicamente bien elaborado.
La obra destinada a toda la familia se repone cada viernes y sábado del mes de junio en el Salón Auditórium (Belgrano 1349). Altamente recomendada.
– Precio de las entradas: $ 15. Dcto: $ 10.
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