Mañana es un día crucial para la Selección Nacional. Si ganamos, muchos se convertirán en nuevos héroes, entre ellos el ángel Di María, el mago Messi y Rojo, quien en su último partido contra Suiza se inmoló y por eso no jugará contra los belgas. Pero si perdemos, quiero ver las banderas argentinas flamear bancando a la Selección con un “no importa, es sólo un juego”.
Argentina está entre los ocho mejores equipos del mundo y esto es un logro para aplaudir, para festejar, más allá del resultado subsiguiente. Aunque las críticas a los jugadores se multiplicaron es muy cierto que los muchachos de la albiceleste nos hicieron muy felices. Esos son los momentos que tienen que perdurar. Muchas veces me pregunto de qué manera el fútbol mundialista se propaga como un virus en la sangre y nos hincha de una inusitada pasión. No encuentro la respuesta. Es hasta irracional. La lógica indica que es una pasión de multitudes y que se trata de demostrarle al mundo quién es quién con la pelota. El pueblo argentino canta el Himno Nacional y vibra con esta canción una vez cada cuatro años. No es lo mejor de los argentinos, pero es lo que nos define. Es un momento que marca la identidad del ser nacional. Es un momento de gloria, y quizá, por qué no, el fútbol nos mantiene unidos cuando el país, en lo político, se divide a cada paso. Las ideologías separatistas y la forma de encarar la realidad de nuestro país, nos ha ubicado en veredas opuestas. Entonces celebro el momento en que parecemos uno solo, y como nunca o como siempre, más argentinos. No se puede desconocer el fenómeno Fútbol cuyo significado no es un juego de pelota, es la viva imagen de la argentinidad que resplandece como un delgado hilo que cruza de norte a sur y de este a oeste la Argentina. El Fútbol es también la historia de un pueblo y su cultura. Es Argentina presente en una Copa del mundo, es el mundo mirando a un país durante 90 minutos. Y es un juego que mueve millones de dólares a escalas increíbles. También permite medir el estado de situación de las personas, quiénes son aquellos que pueden pagar fortunas por una entrada, quiénes están en condiciones de viajar dejando al menos por un mes el laburo y quiénes son los buitres que hacen el negocio con la reventa de las entradas, sobre todo los grandes pulpos que se adueñaron de la empresa. El Fútbol da para todo. Pero también, da para que muchos vivan el sueño de una Argentina Campeón Mundial. Sentirnos campeones nos devuelve la nostalgia pasada con una sensación de alegría que se eterniza. Ser campeones crea el discurso de una victoria “simbólica” contra el mundo. Ser campeones nos ubica como potencia futbolística por lo que no podemos ser en otros ámbitos. Pongo por ejemplo a EEUU. No creo que un país con inflación cero donde la felicidad pasa por lo material, se haya hecho algún drama por salir de la Copa. No representa nada para ellos. Para nosotros, es conseguir una Copa que simboliza la presencia de Argentina en el mundo, que representa el triunfo sobre lo material. Creo entonces que el Fútbol alimenta el espíritu. Es como una droga que consumimos cada cuatro años y que nos permite alucinar que somos los mejores. Nos hace soñar y revivir la alegría que por otros lados no podemos conseguir a nivel nacional. El Fútbol es lo políticamente incorrecto y se consuma en la alegría que siempre es popular. Quiero festejar con vos, Argentina, la victoria o la derrota. Porque estoy de tu lado más allá del resultado. Hasta aquí, nos diste un motivo que no es mera idolatría. ¿Cómo hubiese sido un partido con Güemes, San Martín y Belgrano contra Gran Bretaña? Para alquilar balcones. Y a falta de figuras creíbles en lo político y en lo económico, tenemos a un equipo cuyos nombres ya se llevaron ríos de tinta en los periódicos del mundo. Los futbolistas, los educadores, los literatos y los artistas, son los mejores equipos argentinos. Pero este es el momento del Fútbol. Este es nuestro momento. Te banco, Argentina!