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Música norteamericana de los siglos XX y XXI

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Presentación auspiciada por la Embajada de Estados Unidos en Buenos Aires. Meritoria la visita del maestro Noya.

Salta, viernes 29 de agosto de 2014. Teatro Provincial. Solista: Eugenio Tiburcio (clarinete). Orquesta Sinfónica de Salta. Director Invitado Maestro Francisco Noya (Venezuela/Estados Unidos). The River de Edward “Duke” Ellington (1899-1974). Concierto para clarinete, cuerdas, arpa y piano de Aaron Copland (1900-1990). Blue Cathedral de Jennifer Hidgon (1962). Mothership de Mason Bates (1977).

La imaginación creativa del compositor, director y pianista de jazz, el notable “Duke” Ellington, en la última etapa de su vida, dejó para las generaciones futuras un rico legado representativo de lo que puede producir la inspiración de alguien que guardaba en su mente temas, frases, escalas, notas, casi de modo infinito. Esta partitura llamada “El Río” (The River) se construyó por encargo del American Ballet Theatre para una ida del coreógrafo Alvin Ailey y debía mostrar un curso de agua con sus diferentes momentos. De ellos, hoy escuchamos cuatro: el anuncio de la llegada de la primavera al río, sus intrincados recovecos en los que la orquestación de Ron Collier recuerda combinaciones tímbricas del famoso John Barry que durante treinta años compusiera la música de las películas del mítico James Bond, luego sus declives terrenales donde se incluye una estupenda improvisación de Marcelo Gutiérrez (clarinete) de punzante “swing”, para terminar con el obsesivo remolino sonoro de “vortex”. También tuvo gran lucimiento Martín Misa con su excepcional “beat” dando ritmo con su pulsación elegante, precisa, como el percusionista de grandes bandas que requiere elementos y formas diferentes al baterista de música popular. Ellington bien servido.

Vinieron casi veinte minutos de una obra en dos esquicios. El primero de tranquila expresividad y el otro, de ritmo vital. El clarinete principal de la orquesta, Eugenio Tiburcio, mostró su sobresaliente técnica musical. Su respiración, su “feeling”, su fraseo, su canto fueron los elementos con los cuales presentó el concierto que Copland escribió para el inolvidable Benny Goodman a mediados del siglo XX. La pieza es de inmensa exigencia y las soluciones del solista estuvieron a la altura de una libertad sin contornos. El músico se fue aplaudido por un público enfervorizado.

La segunda parte significó entrar en campos desconocidos. Confieso que los últimos compositores estadounidenses que conocí en profundidad fueron Rusell Peck y Joseph Turrin, pero esta noche, el oyente ingresó de improviso en Jennifer Higdon y su “Catedral Azul” en la que intenta describir la espiritual manifestación que reúne características humanas, a veces contrapuestas, como la soledad y el compañerismo. Sentí que campeaba una clase de impresionismo moderno que llega desde un inicio casi etéreo muy parecido al que luego sería el final de la obra, donde el sonido se pierde en el espacio. Es una imaginaria pero sólida construcción en el cielo, semejante a una catedral aunque en el fondo, quizás, están representados íntimos sentimientos como produciría una partitura casi celestial. Es música pura pues sólo contiene el sonido como gran destinatario del intelecto auditivo.

Y el final para la orquesta acompañando instrumentos extraños, a veces, como un duduk, de la milenaria Europa oriental, ejecutado por un especialista: Saro Danielian, una laptop provista de un adecuado soft-ware a cargo de Daniel Doura y también instrumentos convencionales como el clarinete de Marcelo Gutiérrez, la guitarra eléctrica de Oscar Echazú (h) y el impresionante swing de las voces improvisadas de dos integrantes del grupo sinfónico, Gabriela del Cid y Romina Granata. La breve “Mothership” tiene la eficaz forma de un “scherzo” de fuertes trazos, con pasajes de música “tecno”, emocionalmente atractiva por su obsesivo impulso sonoro.

Meritoria la visita del maestro Noya, nacido en Venezuela pero formado musicalmente en Estados Unidos. Es muy buen conductor y además tiene una fuerte inclinación pedagógica como cuando, luego del final del concierto, invitó a quien tuviera interés, a quedarse a hacer preguntas y él responderlas. Pero esas dotes pedagógicas también lo fueron para los músicos que en los ensayos tuvieron en el podio una personalidad amable, cortés, no sólo en los momentos en que pedía tal o cual modo de ejecución, sino cundo indicaba el porqué de sus ideas. Como ya parece costumbre, tuvo palabras elogiosas sobre la orquesta local con la que construyó un vínculo basado en la libertad que la expresión artística requiere. Actualmente conduce como director residente la Orquesta de Rhode Island y el grupo de Música Contemporánea de Berklee y, por si fuera poco, es profesor de dirección orquestal. Su intención es abrir los ojos de sus alumnos y de sus oyentes. Eso hizo en esta esperada visita a nuestra ciudad.
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