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domingo, noviembre 24, 2024

Cuentos salidos del círculo: El Moscardón

Notas más leídas

En esta segunda entrega, leeremos el siguiente cuento del libro.

La primera: http://www.salta21.com/Cuentos-salidos-del-circulo-Los.html

EL MOSCARDÓN

Con tiempo advertí que Hugo, el Rey de los polemizadotes, no iba a tener su espíritu en paz hasta no zanjar la última discusión del bar. Su apretada tolerancia no aguantó «perder» su discusión sobre el tema del Amor. En realidad, no se trató de una derrota, sino de la amplitud de otra posición; concretamente, de la visión de Carlos «de Montreal» sobre este abanico que es el Amor, y como el Bar es el espacio liberado para hablar sin limitaciones, se trajo estudiado un tema picante, que me lo esputó sin rodeos, en la seguridad de que iba a ser su atento escucha: Arrancó sin escrúpulo (exageradamente): «La Felicidad es posible…» Fue la estampida, porque nadie de los concurrentes estaba dispuesto a dirimir sobre un tema tan volátil, casi un manantial que se escurre entre los dedos.

Hugo lo traía estudiado desde la casa y no quería perder la oportunidad de su lucimiento, toda vez que Carlos de Montreal y el infaltable suscripto le prestara oídos a sus delirios (nobleza obliga). Tenía demasiadas frases estudiadas para renunciar al intento. En realidad lo que trajo era un recitado prolijamente estudiado. De manera que arrancó y ya nadie (o sea ninguno de los dos hizo el ademán de frenarlo. Total por la misma plata): «Lo que importa en la vida es SER FELIZ …La Felicidad es posible, es alcanzable y otorga sentido a la vida…. La fórmula es conocer más de sí mismo para desvestirse de falsas necesidades y ejercer los verdaderos valores: sabiduría/amor/ética/razón/presente/proyecto/mañana…» A esta altura me parecía que estaba frente al Pequeño Larrouse Ilustrado.

Mi estudiado pesimismo no me permitía valorar el esfuerzo expositivo de Hugo, como tampoco quebrar esa negatividad permanente con que la vida me dotó. Ser positivo o negativo, requiere del mismo esfuerzo, con valencias distintas. Es una cuestión de mirada, de posición frente a la vida, y en mi aprendizaje de vida me enseñaron a privilegiar lo negativo, que en su veta provechosa, me hizo desconfiar de todo, algo así como que cuando la limosna es grande hasta el santo desconfía y desde mi abuela materna a ser como la hormiga: ahorrar, y ahorrar para los tiempos difíciles. No descontando como buén cristiano la infaltable culpa, pilar de nuestra educación judeo-cristiana y motivo de tantas prohibiciones. Resultado: Felicidad y culpa nunca se llevaron bien, ya que llevaba implícito el temor al castigo superyoico. Otro obstáculo era la vergüenza frente al placer. Era impúdico ser alegre, orientar los logros hacia el placer, el cuerpo, la libertad, la autonomía, la identidad.

Carlitos de Montreal se salía de la vaina por meter un bocadito de lo que dominaba profesionalmente (como Sicólogo egresado); entonces arremetió sin esperar que Hugo terminara con su meditada charla, que ya tenía ribetes de conferencia pública.«La Felicidad son creencias arbitrarias que no constituyen leyes universales, incluyendo una cantidad limitada de verdades y excluyendo un montón de otras». Citó una observación de B. Rusell, de que el grado de certeza que se le atribuye a una creencia está inversamente relacionado con la certeza real de dicha creencia. Puse cara de ¡qué bien! pero no entendí que quiso decir. Siguió diciendo: «La arbitrariedad de los supuestos queda patente cuando éstos se refieren a la Felicidad. Muchas personas creen que si poseen X cosas (perfección/belleza/fama) serán felices. Las creencias ocasionan el error de «todo o nada». En lugar de considerar la felicidad como un continuo: ser feliz o infeliz, las reglas que implican que la felicidad es una situación estática y permanente, no dinámica y transitoria, implican asimismo que la felicidad es un estado puro, no una condición con distintos grados, entre los que se incluye a cierta proporción de desagrado o molestia (por ej. se puede ser feliz en la playa, pero a veces la arena es molesta)…”

Carlitos quería copar de nuevo la parada. Era el tiempo de Hugo y no se merecía ser despojado de esta oportunidad, porque Carlitos quería seguir con la suya: « Ser aprobado, reconocido, por los demás contribuye muchísimo a acrecentar la autoestima y por ende la felicidad de nuestros semejantes…» Pero fue interrumpido casi con furia por Hugo que quería seguir con su monólogo sin futuras interrupciones, por lo que aprovechó para hablar de la envidia con directa alusión a nuestro interlocutor: «En relación al semejante, la envidia es uno de los enemigos principales que obstaculizan nuestra voluntad para acceder a un estado de felicidad. Se trata de un impulso destructivo, auto limitante, que en su avidez atenta contra el otro, pero a su vez inhibe de potencialidades positivas personales». Era una indirecta, pero Carlitos de Montreal no se dio por aludido.

«El envidioso, atrapado en su resentimiento y rencor está incapacitado, no sólo para dar, sino también para recibir y reconocer lo que el otro es, tiene y puede». No bien descargó sus dardos en contra de su tradicional opositor de opiniones, encaró hacia otras posibles definiciones de La felicidad, entendiendo que en el sentido común está relacionada con un intento de escapar del dolor, como si la misma fuera todos los esfuerzos posibles para alejarse de la pena o el dolor. A mi me convenció, no así a su interlocutor, que de inmediato replicó: “El dolor es siempre un maestro que está allí para enseñarnos algo. Es una de las formas en que la vida nos enseña de que somos vulnerables…”

La charla se estaba poniendo cargosa e irritativa, ya no era una conversación de un tema polemizado, sino que trocó en discusión petardera, por lo que «sanamente» los invité: Muchachos, vamos a hacer un tirito de ajedrez, a lo que accedieron gustosamente. Era cuestión de salvar la amistad.

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