El día 11 de agosto de 2019 para todos los argentinos y con independencia del sector político al que pertenezcan, será una jornada marcada por una sorpresa mayúscula, que ha indicado claramente otra vez, la particularidad de sus habitantes.
En todas partes del mundo las empresas dedicadas a la realización de las proyecciones electorales con un mínimo grado de error o discrecionalidad, aciertan en sus encuestas y casi siempre anticipan los resultados. En nuestro país sus estrategias fracasan con todo éxito.
Ante la debacle electoral y la irreversibilidad de los números aplastantes en contra del oficialismo gobernante, esa estructura de poder real que siempre manejó los destinos de la Nación desde las dictaduras cívico militares, quedó desubicada.
Es que por primera vez tenía que revalidar su gestión por medio de las urnas y no a punta de fusil, y ante el fracaso, lisa y llanamente, no supo qué hacer.
Y acostumbrados a imponer autoritariamente sus estrategias de sostén de privilegios, que la legalidad de las urnas en 2015 increíblemente les había otorgado, volvieron a desligarse de responsabilidades y culparon a los votantes, a la oposición, a los mercados, con una mezcla de enojo y cara de yo no fui.
Ahora no eran las tormentas ni las turbulencias, ni la abstracta explicación del presidente MACRI, de que nos afectan las cosas que pasan en el mundo, como habitualmente suele auto justificarse. La culpa era –literalmente- de los votantes.
Inclusive arriesgó a decir que hasta el viernes 9 de agosto estábamos bien, y que los electores que no lo habían votado a él, habían echado a perder ese estado de cosas, una afirmación rayana con el delirio.
Respondiendo a una reacción claramente psicopática, expresó que estaba muy dolido por el voto negativo, poniéndose en la típica actitud de echar la culpa de sus desatinos a las víctimas, y evitando tener que reconocer que el autor de la afrenta era él.
Como una remake de su infancia de niño rico enojado porque no se satisfacen sus caprichos, enrostró a los ciudadanos argentinos que se sentía muy mal porque no le habían hecho caso, acostumbrado por cierto en su adultez inmadura, a que sus obreros de la fábrica y sus peones de la estancia nunca lo contradigan.
A su lado la imagen histéricamente silenciosa de María Eugenia VIDAL nos recordaba la del personaje cómico de la niña rica caprichosa llamada POPIS, que se enojaba cuando la contrariaban en la famosa obra mejicana “El Chavo”. Solo le faltó decir al desubicado presidente: “Acúsalos con tu mamá Mauricio”
Veinticuatro horas después y repuesto del deliro mediático, el saliente mandatario ensayó con una actitud claramente demagógica, nuevas medidas para –literalmente- comprar el voto del mes de octubre a los electores, recurriendo claramente a lo que mejor sabe hacer desde sus inicios de empresario de la mano de su padre: coimear.
Ellos, los honorables y castos, puros y auto definidos como el mejor equipo de los últimos cincuenta años, que han gastado la lengua reprochando a los demás el clientelismo político de entregar chapas o colchones para conseguir votos, con total impunidad ofrecen a la venta la compra de voluntades con migajas.
Le han quitado durante casi cuatro años a los trabajadores, cuentapropistas, laburantes de clase media y excluídos del perverso sistema económico de especulación financiera, la pérdida serial del poder adquisitivo de los magros salarios, devaluación tras devaluación.
Y sobre llovido, mojado. Ahora también le quieren quitar a los habitantes de la Nación su dignidad, ofreciendo a precio de remate medidas de última hora claramente electoralistas y rayanas con lo delictual. ¿O acaso ofrecer compra de votos por dinero ya no es un delito?
En su total ceguera política, el improvisado ingeniero todavía no llegó a darse cuenta de que ya fue. Que su tiempo ya pasó, y que decir sin tapujos que la gente vota bien cuando lo vota a él y que no saben votar cuando no lo hacen, atrasa. Y mucho.
El esquema gigantesco mediático que logró mantener ocupados y confundidos a los electores ya no es eficiente ante la cruel realidad, y los regalos de tercera clase y de última hora que ahora quiere sostener para lo que él mismo llama el milagro de dar vuelta el resultado electoral en Octubre, pinta de cuerpo entero la imagen del fracaso.
Soplan vientos de sensatez en mi país, y bienvenidos sean.