Alguien los tiene que haber visto. Ya deberían estar filmando esta obra monumental de paisajes rasgados y amaneceres ululantes.
En las alturas de Cachi, entre nubes y quebradas, un tren se despereza, gime, se arrastra. Atestado de Diaguitas parte rumbo a Auschwitz.
Abajo, una jauría de enanos, que puede estar representada por el Club de los ediles, con caniches toy a vapor que exhalan un tremendo humo sanguinario por sus fauces. Controlan el embarque.
Videla, Massera y Agosti pueden hacer de guardas de estación, así no se aburren en la prisión domiciliaria.
Prácticamente sin gastos de producción: los campos de exterminio pueden estar simbolizados por el tren entrando a la estación de Quilmes, en medio de la bruma. Total todo el mundo sabe que en esa localidad el vil conquistador hizo cerveza con toda la población de aborígenes que habitaban antaño lo que hoy se da en denominar Ruinas de Quilmes.
Los llevaron caminando hasta el Puerto de Palos. Perdón, hasta el puerto de Buenos Aires, pero a palos. Atados subieron por la cuesta de Amaicha. Por las quebradas de Tafí del Valle miraron asombrados el inmenso monumento al Indio que hiciera Iramain, el tucumano. Ya llegando a Acheral vieron interminables plantaciones de maíz, pero sin choclos.
Después Santa Lucía, Aguilares. La ciudad de Tucumán los vio pasar con el hilo de un gemido. Cuando atravesaban los salitrales santiagueños tal vez pensaron que iban volviendo. Cómo no, si vivían en un universo circular. Que el mundo ahora sea redondo es una vulgarización, un plagio.
Ojo de Agua después, Córdoba y Rosario sin pagar peaje. Zárate Brazo Largo, Campana, Pilar. Por ahí ya no podían creer que en algún lugar del mundo no hubiera cerros. Cabizbajos cruzaron el Matadero de Esteban Echeverría. Y ahí nomás, antes de Berazategui los dejaron, para que la humedad del Río y la tuberculosis terminaran con la gente.
El maquinismo para la filmación está en la casa, ya ha llegado.
Podemos sacar todas las cámaras de cobrar multas que están dispuestas a lo largo de la avenida Virrey Toledo y otras, total son para intimidar, están de vicio. Las podemos desplegar a lo largo de la Cuesta del Obispo.
Papá de dios!
En lugar del león de la Metro, ya desleído, la Madre Teresa puede rugir su pregunta azorada y asaz retórica:
¿Adónde está el Obispo?
Guión del escribano Robles. Música de Laguizamón, voz en Off: Wayar Tedín. Tenemos casi todo. Casting de Mengele, vestuario de Yarade por supuesto.
Para qué más. Las quebradas del Toro y de Escoipe desde el Precámbrico que están esperando para entrar en esta escena.
Qué Maravilla. En tercera Dimensión por supuesto. Afiliados del Pami y discapacitados al quince por ciento. La Municipalidad, desinteresadamente, podría distribuir palomitas de maíz al público en la entrada. Muy elocuente.
Advertencia: esta película contiene escenas que pueden afectar la sensibilidad del espectador. Por lo tanto alérgicos y abstemios abstenerse.
Habría que reconstruir el antiguo Cine Teatro Güemes, que tenía palcos a los costados de la sala.
Como el autor del guión sostiene que en esos lugares no hay gente, que no habita nadie, las comparsas de los barrios de Salta pueden hacer el papel de originarios. Los cardones y los cactus bien forrados, con hule transparente para aumentar el dramatismo del silbido del viento entre las peñas.
Ford Coppola y Oliver Stone ya son parte del pasado. Otra que Cumbres borrascosas.
Adónde anda el Negro Pardo. Reaccionen por favor, a ustedes les digo Martel y Arroz. No vaya que a los salteños se nos escape el Oscar a la mejor película extranjera de las manos.
Padre, ya viene el tren de Alemanía, puede aparecer recitando en algún lugar Don Manuel J. Castilla. Solito, como coqueando el pedregullo.
En esas alturas los chamanes no reciben obra social, ni se andan con tecnologías.
A los antepasados del Diaguita se los suele encontrar sentados con humilde arrogancia en el vientre de terracota de sus urnas funerarias. Pero bien sentados. En el universo circular eso ancestralmente representa la cuarta dimensión, que es el tiempo: No están muertos, siguen esperando.
Algunas tardes, a veces, de vez en cuando, pero no siempre, me invade una profunda vergüenza de tener un carnet de conductor. Y pensar que a los sesenta años aún no he atropellado a nadie.
– Nota relacionada:
http://www.salta21.com/Alegato-de-Carlos-Robles-en-contra.html