“Amor es la palabra más bastardeada de todas”
Carlos Dariel nació el 1 de agosto de 1956 en Buenos Aires, capital de la República Argentina, y reside en la ciudad de Haedo, provincia de Buenos Aires. Es Licenciado en Psicología, egresado de la Universidad Argentina John F. Kennedy. Ha coordinado talleres de escritura y ciclos de poesía, así como tuvo a su cargo segmentos de entrevistas en programas radiales. Integra las antologías “Primera antología de poetas de Morón” (selección de Alberto Luis Ponzo), “Sin fronteras” (editada en México), “Nada de poesía” (selección de Alberto Oris) y “Cartas desde el Maule – Cartas desde Buenos Aires” (selección de Patricia Verón y Heriberto Acuña). Participó en encuentros literarios realizados en su país y en Uruguay, Colombia, México, Paraguay y Perú. Poemarios publicados entre 2004 y 2015: “Según el fuego”, “Cuestión de lugar”, “Donde la sed” (Primer Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes) y “Bajo el fulgor (Haiku)”.
¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?
Cuando era adolescente, tendría 14 o 15 años de edad y practicaba con la guitarra, intenté componer canciones. No llegaron a satisfacerme y no tardé mucho tiempo en olvidarlas, pero, sin duda, aquello respondió a una necesidad de búsqueda genuina que algunos años más tarde se canalizaría por medio de la escritura poética.
¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?
En mi caso, la lluvia es un gran catalizador de emociones, recuerdos y estados de ánimo afines a ellos. Ahora reparo en que no sólo sirvió de musa inspiradora para muchos de mis poemas, sino que también ha sido incorporada como palabra o alusión en varios de ellos. Digo lluvia y replico agua, su materia constitutiva, su alma, que también es materia constitutiva de nosotros, ya que estamos compuestos de ella mayoritariamente. El agua y sus atributos no sólo han sido incorporados a mis poemas, sino que, prácticamente, es el eje conductor de la tercera serie de mi libro “Donde la sed”, titulada “Pormenores del agua”.
Difícilmente pensar en el agua y no asociar su capacidad de vehiculizar contenidos sin asociarla a la sangre, elemento vital por antonomasia. En el zodíaco occidental moderno soy de Leo, signo de fuego y extremadamente sanguíneo, de manera que con la sangre y su impetuosidad hacemos buenas amistades.
Las tormentas, en cambio, cuando son eléctricas, no me gustan. Me incomodan e intimidan. No soy amante de los ruidos sino del silencio o la música armoniosa; tal vez, esa inclinación mía hacia las melodías o el susurro, haga que aborrezca de las estridencias de rayos y relámpagos, con excepción de los producidos por la mente, los cuales tienen tanto de luz como de silencio.
Con la velocidad no me llevo, quiero decir, no es algo que me atraiga. Me gusta mucho manejar, pero no soy adicto a las grandes velocidades. Con las contrariedades, en cambio, me peleo y mucho, como debe ser. Las enfrento, les pongo el pecho, no sin temor o dudas, claro, pero las tomo como puestas a prueba, de qué, no sé muy bien, a prueba de vida, supongo. Creo que la manera en cómo accionamos frente a las contrariedades nos muestra la naturaleza de nuestro espíritu.
“En este rincón” el romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro rincón”, por ejemplo, William Faulkner y su “He oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” ¿Tus consideraciones?
Héctor A. Murena [1923-1975] ha escrito: “sólo atentos/ no hay que estar preparados”. Esta sugerencia del poeta nos indica que sin atención o, más precisamente, sin tensión atenta, difícilmente algo del orden de la inspiración nos alcance o nos beneficie con el dulce tremolar de sus alas. El distraído es inmune a la inspiración. Un poeta distraído es un gran oxímoron. Es innegable que eso que llamamos inspiración, nos proporciona la primera imagen, la punta de un ovillo, la entrada a un laberinto, pero no es el primer motor, el motor inmóvil que posibilita el primer movimiento es la cuerda tensa del artista, esa atención libremente flotante sobre todas las cosas del mundo.
Pero la escritura tiene, a mi modo de ver, dos tiempos: un tiempo inicial que comienza cuando la cuerda se tensa y lo que llamamos inspiración nos acerca la primera idea, la primera imagen, más o menos precisa, más o menos borroneada, para comenzar a modelar la roca; luego viene el segundo momento, que no es otro que el del cuidado del material con que trabajamos, ese conjunto de herramientas que contribuyen a ejercer eso que llamamos oficio, saber hacer, dar en el blanco o acercarse a él todo lo posible sin resignar esfuerzos y sin ceder, tempranamente, a la fatiga. En ese cuidado, en ese saber hacer, recae gran parte de la concreción de un logro.
¿De qué artistas te atraen más sus avatares que la obra?
En general, estoy más atento a sus obras que a sus avatares. Tiendo a disociar, todo lo que hace al aura del artista: sus referencias biográficas, sus ideologías, etc., de sus obras. Como lector, es la obra del artista lo que me interesa y a lo que presto más atención. Eso no quita que determinada forma de llevar la vida de un artista me atraiga más que otra, desde luego, pero a la hora de dedicarme a su obra, todo lo demás no cuenta mucho.
¿Lemas, chascarrillos, refranes, proverbios que más veces te hayas escuchado divulgar?
Me atraen mucho los proverbios y muy frecuentemente los he invocado, ya sea en alguna conversación, en algún intercambio epistolar o en mis momentos de recogimiento o solaz interior.
¿Qué obras artísticas te han —cabal, inequívocamente— estremecido? ¿Y ante cuáles has quedado, seguís quedando, perplejo?
Me ha estremecido hasta la médula la poesía de Miguel Hernández, César Vallejo, Vicente Huidobro, Alejandra Pizarnik, Olga Orozco, Oliverio Girondo, Jorge Luis Borges, Juan L. Ortiz, Antonio Porchia, por citar autores que escribieron en mi lengua.
En lengua extranjera me han estremecido Walt Whitman, Robert Frost, el Conde de Lautréamont, Stéphane Mallarmé, Antonin Artaud, Salvatore Quasimodo, Giuseppe Ungaretti, Victor Hugo, Goethe, Shakespeare…
En cuanto a la perplejidad, ese estado me lo han provocado algunas obras en particular, como “Fausto” de Goethe o la monumental obra arquitectónica de Antoni Gaudí. Pero también, y de un modo muy intenso, algunos poemas de autores como Vallejo, Artaud o Juan Carlos Bustriazo Ortiz.
¿Tendrás por allí alguna situación irrisoria de la que hayas sido más o menos protagonista y que nos quieras contar?
CD: Me viene a la memoria una escena de mi temprana adolescencia. Estaba cursando el primer año de la enseñanza media. Una de las materias que menos me gustaba era Matemáticas. La profesora, antes de terminar cada clase, solía darnos una serie de ejercicios combinados para resolver como tarea en el hogar. En la siguiente clase, la profesora acostumbraba llamar al azar, por apellido, a algunos de nosotros para que, en voz alta, dijéramos nuestra solución a alguno de los ejercicios. Como no me gustaba la materia no me resultaba nada difícil olvidar hacer la tarea. Pues bien, un día de esos, llega la profesora al aula, abre la libreta donde se asentaba nuestra presencia y nombra el primer apellido. Acertaron, era el mío. Hasta ahí la situación, más que irrisoria era bastante dramática, ya que yo no sabía dónde meterme; pero me repuse enseguida e intenté resolver el ejercicio en ese mismo momento y mentalmente, disimulando que lo estaba leyendo de mi carpeta. Claro, eso era más que imposible, por lo tanto, no tardé en poner en evidencia, con omisiones de pasos o saltos de procedimiento, que no había hecho nada y que estaba intentando engañar a la profesora. Lo que contribuyó a que se enojara más que si le hubiera confesado mi inacción. Todo lo cual no hizo más que convertirme en el objeto de las carcajadas de mis compañeros.
¿Qué te promueve la noción de “posteridad”?
Esa palabra me promueve siempre una reflexión sobre el curso que tomaremos como humanidad en el futuro a mediano y largo plazo. Reflexión que me sumerge en un profundo desencanto, porque tal como el mundo gira lo hace de una forma que me desagrada hondamente y no veo señales de que estemos sembrando las semillas de un cambio significativo, salvo contadas y aisladas excepciones.
La ciencia siempre ha interpelado al mundo, al universo, y lo hizo como a un objeto de observación, como si ella misma, si los científicos, estuvieran afuera de ese mundo. Por su parte, la filosofía siempre ha interpelado al ser, y también lo hizo como a un ente exterior, manipulable con la palabra como un artesano manipula con sus manos una vasija de barro. Falta que el hombre se interpele a sí mismo en su interioridad. Falta que su pregunta lo involucre y, sobre todo, lo comprometa. De tal manera, que no salga indemne de esa interpelación, de modo que esa pregunta lo transforme. Será el momento en que la evolución ya no será sólo biológica sino de conciencia. Sólo un salto cualitativo de esa conciencia humana hará posible un futuro mejor.
“¿La rutina te aplasta?” ¿Qué rutinas te aplastan?
Rutina es toda acción mecánica y repetida. A veces no tenemos más remedio que ejercer acciones repetidas, por ejemplo, las tareas domésticas en una casa. Pero si a esa repetición logramos quitarle lo mecánico, entonces lo rutinario se puede volver un poco menos tedioso, un poco menos aplastante. ¿Cómo quitar la cualidad de mecánica a una acción?, bueno, intentando encontrarle un sentido que la trascienda. Por ejemplo, me gusta cocinar, me resulta una tarea creativa, me doy cuenta de que al cocinar también puedo expresar una parte de mí, un estilo, y que lo que cocino lleve de alguna manera mi “toque”. Ahí no hay problema, pero no me gusta lavar la vajilla. Esa tarea no la siento creativa y suelo hacerla con bastante desgano. Ahora bien, si mientras lo hago me pongo a escuchar música que me agrade, a la vez que pienso en que el acto de limpieza es tan necesario y saludable para mí como el cocinar, entonces lavar la vajilla me resulta menos aplastante, casi que lo hago como una consecuencia inevitable de mi cocinar. Hay un proverbio zen que dice algo más o menos así: después de comer mi arroz, lavo diligentemente mi vasija.
¿Para vos, “Un estilo perfecto es una limitación perfecta”, como sostuvo el escritor y periodista español Corpus Barga? Y siguió: “…un estilo es una manera y un amaneramiento”.
Me siento inclinado a estar de acuerdo con la afirmación de Barga. En mi caso, escribir siempre “de la misma manera” no sólo me aburre, también me espanta. Siento que estoy empezando a escribir desde un oficio, desde un conocimiento, desde una comodidad que termina por incomodarme. Por esto trato de buscar otros caminos en el terreno de la escritura que me permitan sentir que estoy explorando un territorio que no conozco y que, al mismo tiempo, me estoy explorando. Para mí la escritura es un modo de interpelarme, una manera de explorar quién soy y qué quiero decir.
Pienso también en algunos autores en donde es difícil encontrar un mismo estilo a lo largo de su obra. ¿Cuál es el estilo de Oliverio Girondo, el de “Campo nuestro” o el de “En la masmédula”? ¿Y cuál el de Vallejo, el de “Los heraldos negros” o el de “Trilce”?
En mi poema “Block de notas”, escribí: “saber abandonar el surco/ a poco de trazado.”
¿Qué sucesos te producen mayor indignación? ¿Cuáles te despiertan algún grado de violencia? ¿Y cuáles te hartan instantáneamente?
Cualquier acto de injusticia, especialmente de injusticia social, me produce indignación y la impotencia para evitarlos me genera irritación: si eso es considerado un grado de violencia debe computarse como tal. Por lo general, la violencia no es algo habitual en mí, pero, en ocasiones, me he visto a mí mismo ejerciendo la violencia verbal como reacción a los insultos o falta de respeto de que he sido objeto. Otras veces he respondido con indiferencia y cada vez recurro más a esto último.
Lo que me harta instantáneamente es la estupidez.
¿Qué postal (o postales) de tu niñez o de tu adolescencia compartirías con nosotros?
Carlitos trepándose a los árboles, pateando una pelota en el potrero, poniéndose un terrón de tierra en la boca para probar su sabor o trabajar en equipo con los amigos del barrio para construir un refugio bajo tierra.
¿En los universos de qué artistas te agradaría perderte (o encontrarte)? O bien, ¿a qué artistas hubieras elegido o elegirías para que te incluyeran en cuáles de sus obras como personaje o de algún otro modo?
Me hubiera gustado haber vivido como personaje algunas de las aventuras imaginadas por Julio Verne, Jack London o Robert Louis Stevenson, mis lecturas de infante y adolescente temprano. Ellos crearon el mundo donde mi imaginación pastoreaba libremente. Jamás olvidaré aquel disfrute.
El silencio, la gravitación de los gestos, la oscuridad, las sorpresas, la desolación, el fervor, la intemperancia: ¿cómo te resultan? ¿Cómo recompondrías lo antes mencionado con algún criterio, orientación o sentido?
No sé si alcanzo a comprender la pregunta. Atiendo a los gestos a la hora de conocer a alguien, para mí el lenguaje corporal es muy importante porque suele ser mucho más directo que el de las palabras y hasta despejan algún grado de oscuridad que ellas detenten.
El silencio es un fervor que me ayuda a evitar la desolación y la intemperancia.
En cuanto a las sorpresas, sólo me gustan las placenteras.
¿A qué artistas en cuya obra prime el sarcasmo, la mordacidad, el ingenio, la acrimonia, la sorna, la causticidad… destacarías?
CD: Uno de los que más admiro, entre otras cosas, también en este terreno al que me convoca la pregunta, es Borges. Él combinó como nadie la mordacidad, el sarcasmo y el ingenio, con un grado tal de sutileza que requiere del lector la mayor atención para ser beneficiado por su guiño cómplice.
¿Qué apreciaciones no apreciás? ¿Qué imprecisiones preferís?…
Aprecio y cultivo la amistad. Si de algo puedo vanagloriarme es de no haber agotado la capacidad de generar nuevas amistades y de conservar las que he logrado cosechar. A la hora de elegir mis amistades no hago distinción de religión, filiación política o partidismo deportivo. Mi único requisito para aceptar a alguien como amigo o amiga es que sea una buena persona, tolerante con lo que le es diferente y que no sea violenta. Por eso tengo amistades de muy variadas características y género, de distintas edades y de distintas latitudes geográficas.
En cuanto a las imprecisiones, no sé, trato de no cometerlas, al menos en aquello que me interesa o reviste para mí cierta importancia. A lo que no me despierta interés suelo oponerle indiferencia.
¿Viste que uno en ciertos casos quiere a personas que no valora o valora poco, y que en otros casos valora a personas que no quiere? ¿Esto te perturba, te entristece? ¿Cómo “lo resolvés”?
Generalmente puedo disociar ambos aspectos, de manera que no me produce ninguna complicación. En la mayoría de los casos son compatibles, es decir, suelo valorar a las personas que quiero, pero cuando eso no sucede, puedo querer a alguien sin valorarlo en algún aspecto en particular o puedo valorar alguna cualidad de alguien sin que, al mismo tiempo, quererla sea un requisito. Esto que describo lo vivo como algo natural en mí, no me promueve ningún conflicto o contrariedad. Valorar y querer pueden transitar juntos o ir por andariveles perfectamente diferenciados en mis relaciones con mis prójimos.
¿El mundo fue, es y será una porquería, como aproximadamente así lo afirmara Enrique Santos Discépolo en su tango “Cambalache”?
Estoy en continua disputa con el mundo, mejor dicho, con el modo en que la sociedad humana establece y reglamenta, a través de mandatos familiares, mediáticos o políticos, las relaciones sociales. Por lo tanto, coincido con el gran Discepolín en que el mundo fue y es una porquería. Lo que no puedo asegurar es que también lo siga siendo en el futuro, ya que no soy profeta ni me siento inclinado a ejercer la futurología, pero indudablemente, la rueda del mundo social está girando en una dirección y con un rumbo que me disgusta sobremanera. Tiendo al escepticismo, con prescindencia tanto del pesimismo derrotista como del optimismo ingenuo; eso hace que me parezcan más realistas, al menos en el corto y mediano plazo, las distopías que las utopías. No obstante, mis ojos están siempre puestos con fervor sobre estas últimas.
Por la fidelidad y entrega a una causa o proyecto, ¿qué personas (de todos los tiempos y de todos los ámbitos) te asombran?
Sin seguir ningún orden y a riesgo de cometer olvidos imperdonables, ahora mismo me vienen algunos nombres: el príncipe Siddhartha Gautama, Gandhi, el Che Guevara, Sigmund Freud, Evita [Eva Perón], Juana Azurduy, Simón Bolívar, José de San Martín, Leonardo da Vinci, la madre Teresa de Calcuta, Martin Luther King, el doctor Albert Schweitzer, John Lennon.
¿Qué te hace “reír a mandíbula batiente”?
Muchas de las frases de Groucho Marx, algunas escenas de Les Luthiers, las improvisaciones de Alberto Olmedo cuando se salía del libreto, del cuadro y hasta del personaje.
¿Cómo afrontás lo que sea que te produzca suponerte o advertirte, en algunos aspectos o metas, lejos de lo que para vos constituya un ideal?
Tengo mis metas ideales demasiado altas como para no suponerme o advertirme lejos de ellas. Por esa razón, aprendí a convivir con cierto grado de paciencia, con cierto grado de tolerancia a esa lejanía y con cierto grado moderado de esperanzas.
Dicho esto, debo añadir que las metas no existen, al igual que las utopías, al decir de Eduardo Galeano: nos sirven para caminar. No existen como algo definitivo; lo prueba el hecho de que una vez alcanzada cierta meta que nos propusimos, ya estamos proponiéndonos otras. Dirijo entonces mi atención al camino, al modo de caminar que elijo para todo aquello en que pongo empeño.
Si hablamos de escritura, mi atención está dirigida a encontrar cada vez más una mejor sintonía entre mis propósitos y mis logros, sin que ello tenga un horizonte definido como algo que finalmente se alcanzará.
Si hablamos de Iluminación, en el sentido budista del término, la cosa se vuelve aún más indefinida respecto del modo de caminar para acercarme a su vía de acceso, todo lo cual hace que el estado de búsqueda sea mucho más embrionario aún.
De todas formas, la mayor o menor lejanía de esos horizontes no me desvela en tanto también en el andar cifro mi idea de plenitud.
¿Lo digo de una vez? Yo no quiero llegar, yo quiero ir.
El amor, la contemplación, el dinero, la religión, la política… ¿Cómo te has ido relacionando con esos tópicos?
Veamos. En el amor de pareja he tenido pocos pero intensos y con total entrega. En el resto de los amores, tengo la fortuna de sentirme agraciado por el amor paterno-filial que ilumina mi corazón y mi alma, al mismo tiempo que me insufla una energía que me es primordial. El amor a la vida, al mundo, son los motores de mi amor a la escritura y a la lectura, a tal punto que esos amores ya son parte constitutiva de lo que me describe como persona en este tiempo y en este mundo.
La contemplación, sobre todo la dirigida a mi interior, es una acción que me acompaña desde muy temprano en mi vida, pero ha cobrado mayor protagonismo desde mi acercamiento a la concepción budista de la existencia, allá por los veintipico. La meditación es un poco más tardía, porque requiere mayor concentración y cierto clima, interior y exterior, especial, lo cual es algo más difícil de lograr, cuando las obligaciones sociales, laborales y familiares concentran gran parte de nuestro tiempo y esfuerzo.
El dinero y yo somos serios contrincantes, no nos llevamos muy bien. Digamos que no soy una persona especializada en “hacer dinero”. En este sentido, soy de madera.
La religión, en el sentido etimológico y no dogmático de la palabra, ha revestido sumo interés también desde mi temprana adolescencia. Nacido en el seno de una familia católica, he sido bautizado y he tomado la Comunión. Durante mi adolescencia no tardé en descreer de la Iglesia como institución. Más tarde abandoné mis creencias cristianas cuando descubrí, a mis veinte años, aproximadamente, el budismo. No obstante, también por entonces leí completamente la Biblia, pero desde el punto de vista de la búsqueda filosófica. Comparto la idea de religión que dieron Albert Einstein y el filósofo budista Raimon Panikkar. Ellos consideran que religioso es aquél que busca un sentido a la existencia. Consecuente con esa definición, Panikkar califica al budismo como un ateísmo religioso.
La política también fue un ítem de mi interés desde mi tardía adolescencia, y mi compromiso político y social se vio reflejado en una sostenida militancia durante varios años.
¿A qué obras artísticas —espectáculos coreográficos, films, esculturas, música, pinturas, literatura, propuestas teatrales o arquitectónicas, etc.— calificarías de “insufribles”?
Me resultan insufribles las comedias musicales, la mayoría de los espectáculos coreográficos y el reggaetón. Sobre todo, el reggaetón.
¿Qué calle, qué recorrido de calles, qué pequeña zona transitada en tu infancia o en tu adolescencia recordás con mayor nostalgia o cariño, y por qué?
CD: Cuando faltaba una semana para cumplir los nueve años de edad, mis padres y yo, dentro de la ciudad de Haedo, nos mudamos de barrio. Hasta ese entonces había transcurrido mi infancia en un barrio con muy pocos niños o niñas de mi edad. Más precisamente, mis amistades eran dos hermanas de una casa vecina a la mía y un niño vecino de esas hermanas. Digamos que, hasta entonces, la mentada escuela de la calle era para mí algo absolutamente desconocido. No nos alejábamos de esa cuadra que contenía a las tres casas y la mayor parte del tiempo ni siquiera nos alejábamos de nuestras veredas.
Pero al mudarnos ese contexto cambió por completo. En el nuevo barrio encontré una bandada de purretes de mi edad que rápidamente me integró como uno más del grupo. Poco a poco mi infancia fue asimilando las características del nuevo contexto social y geográfico. El grupo lo conformábamos unos diez a doce niños y juntos participábamos de distintos juegos propios de esa edad: escondidas, manchas, cachurra monta la burra, trepadas a árboles frutales de moras, nísperos y kinotos, campeonato de habilidades con trompo, yo-yo, competencias de payana, bolitas o figuritas y varios etcéteras más. A mitad de cuadra había un potrero baldío, y se convirtió para nosotros en un templo de encuentro permanente para jugar a la pelota casi todos los días. En una época transformamos esa canchita de fútbol en una pista de autitos de carrera y armamos un campeonato que duró todo un año, copiando el modelo y puntaje de la carrera de sport deportivo (era el furor del Trueno Naranja, ese prototipo de carreras Fast-Chevrolet, que conducía el piloto Carlos Pairetti). Años después, ya en nuestra temprana adolescencia, construimos en ese mismo baldío, entonces cubierto con vegetación silvestre, una cueva subterránea donde un grupo más pequeño, conformado por cuatro o cinco miembros, nos reuníamos para comer papas a las brasas y jugar a las cartas o simplemente conversar sobre variopintos temas de interés común. Tengo grabado a fuego en mi memoria un sinnúmero de vivencias compartidas, desafíos barriales de fútbol, expediciones en bicicletas y bailes en la calle. En épocas de carnavales nos disfrazábamos, nos subíamos a la caja de una camioneta de algún padre para ir de barrio en barrio imitando a las murgas y sus cantos.
En fin, no me quiero extender más, sólo decir que esas experiencias también formaron mi carácter, ayudaron a crear en mí una conciencia colectiva y un espíritu de solidaridad y confraternidad que jamás me abandonaron. Cómo no rememorar con enorme cariño y alegría una de las mejores etapas de mi vida.
¿Cómo reordenarías esta serie?: “La visión, el bosque, la ceremonia, las miniaturas, la ciudad, la danza, el sacrificio, el sufrimiento, la lengua, el pensamiento, la autenticidad, la muerte, el azar, el desajuste”. Digamos que un reordenamiento, o dos. Y hasta podrías intentar, por ejemplo, una microficción.
Ensayaré el siguiente orden, de forma provisoria, siempre, lo único permanente es el cambio, reza un proverbio budista:
La lengua, porque es nuestra materia constitutiva y distintiva en tanto animales humanos.
Le sigue una de sus inmediatas consecuencias: el pensamiento.
Muy cerca, la visión, en tanto representativa de todo aquello asimilable a la función perceptiva, sin la cual nos dominaría la ceguera en todos sus sentidos.
El sufrimiento, porque el dolor es vehículo de conciencia, punto de partida de todo crecimiento de orden espiritual.
Luego el sacrificio, complementario de la renuncia, los dos resortes de una vía de realización.
No faltará el desajuste, como piedra en el camino que se deberá sortear.
Del mismo modo el azar, elemento inevitable, porque no de todo se puede ejercer control ni dominio, no todo se puede prever.
Importantes son el bosque y la ciudad, como referencias geográficas representativas de la naturaleza y la cultura.
La danza, símbolo del movimiento artístico, del movimiento de búsqueda estética, será otra de las cuentas relevantes de este collar.
Las miniaturas, porque nos enseñan que en los detalles está la diferencia.
La muerte, condición sin la cual estaríamos condenados al espanto de la eternidad y ya no nos sería posible ninguna superación.
La ceremonia, como síntesis ritual de este recorrido propuesto y, finalmente, la autenticidad, como corolario y confirmación de que no nos hemos traicionado.
“Donde mueren las palabras” es el título de un film de 1946, dirigido por Hugo Fregonese y protagonizado por Enrique Muiño. ¿Dónde mueren las palabras?
En la meditación.
¿Podés disfrutar de obras de artistas con los que te adviertas en las antípodas ideológicas? ¿Pudiste en alguna época y ya no?
Sí, por supuesto, he disfrutado y disfruto de la obra de Jorge Luis Borges, por ejemplo. Tal vez uno de los autores cuya obra más he disfrutado y disfruto y del cual me separa un abismo ideológico. Suelo disociar la obra de la ideología de su autor, no me resulta difícil ello. También suelo disociar el arte de la moral.
No así el arte de su ética, creo, sostengo, defiendo la idea de que toda estética debe tener el respaldo de su propia ética. A partir de ahí, su autenticidad será indiscutible. Tomemos los ejemplos paradigmáticos de Jean Paul Sartre, Miguel Hernández o Hô Chi Minh, por citar a algunos.
¿Cómo te cae, cómo procesás la decepción (o lo que corresponda) que te infiere la persona que te promete algo que a vos te interesa —y hasta podría ser que no lo hubieras solicitado—, y luego no sólo no cumple, sino que jamás alude a la promesa?
Una promesa sobre algo que me interesa me genera una gran expectativa, su incumplimiento me molesta mucho, me fastidia. Si es la primera vez que esa persona incumple su palabra, puedo dar vuelta la hoja y olvidar el mal momento, especialmente si la relación que mantenemos es de amistad. Ahora, decepción es una palabra muy fuerte en mí y para sentirla, el motivo debe ser gravitante. Si una persona me decepciona, pierdo absolutamente todo interés en ella. He roto amistades por decepción.
No concerniendo al área de lo artístico, ¿a quiénes admirás?
A personalidades de la estatura ética que alcanzaron Augusto César Sandino, Mohandas Karamchand Gandhi o Ernesto Guevara.
¿Tus pasiones te pertenecen o sos de tus pasiones? Pasiones y entusiasmos. ¿Dirías que has ido consiguiendo, en general, distinguirlos y entregarte a ellos acorde a la gravitación?
Claramente distingo pasión de entusiasmo. Este último es temporal, motivado por algo en particular y condicionado a cierto interés también temporal o de época.
La pasión, en cambio, va conmigo a todas partes desde que se enciende y para siempre. Lo que no alcanzo a distinguir es si ella es mi sombra o yo de ella.
¿Qué artistas estimás que han sido alabados desmesuradamente?
Es una pregunta complicada porque cualquier respuesta que dé puede mal interpretarse.
En círculos de confianza he dicho en más de una oportunidad que para mí, por ejemplo, Rimbaud ha sido sobrevalorado, y enseguida tengo que aclarar que lo considero uno de los más grandes poetas de todos los tiempos, pero que, comparado con poetas que hicieron mucho menos ruido, prefiero la intensidad poética e intelectual de, por ejemplo, Mallarmé y el Conde de Lautréamont, por citar europeos, o César Vallejo y Vicente Huidobro, por citar latinos. Incluso creo que en estos autores la estructura interna de sus poemas es más compleja.
Ahora bien, tu pregunta exige que nombre a quiénes considero que han sigo alabados “desmesuradamente” y debo decir también que no es el caso de Rimbaud.
Dicho esto, me resulta difícil ahora nombrar a alguien que considere desmesuradamente alabado. No digo que no los haya, digo que no vienen ahora a mi memoria.
¿Acordarías, o algo así, con que es, efectivamente, “El amor, asimétrico por naturaleza”, tal como leemos en el poema “Cielito lindo” de Luisa Futoransky?
Amor es la palabra más bastardeada de todas. Cuando la escucho pregunto de qué amor se trata. ¿Del amor de pareja?, ¿del amor materno-filial? Está claro que este último es más asimétrico que el anterior.
Asimétrico también es el amor a la escritura o a la sabiduría o al misterio.
Sí, definitivamente creo que el amor, sea cual sea, es asimétrico.
¿El amanecer, la franca mañana, el mediodía, la hora de la siesta, el crepúsculo vespertino, la noche plena o la madrugada?
La noche plena. Soy decididamente un animal nocturno.
¿Qué dos o tres o cuatro “reuniones cumbres” integradas por artistas de todos los tiempos y de todas las artes nos propondrías?
Me encantaría una reunión “monumental” integrada por Miguel Hernández, César Vallejo, Stéphane Mallarmé, Emily Dickinson, Antonin Artaud, Ezra Pound, Walt Whitman, Matsuo Basho, Jorge Luis Borges, John Lennon, Alejandra Pizarnik, Salvador Dalí, Pablo Picasso, Vincent Van Gogh, Leonardo, Miguel Ángel, Rudolph Nuréyev, Astor Piazzola, Bob Marley, Juan Sebastian Bach, Mozart, Beethoven, Susana Thénon, Cervantes, Shakespeare, Goethe, Kabir, Tagore, Omar Khayyam, Atahualpa Yupanqui, Silvio Rodríguez, Antonio Carlos Jobim, Vinicius de Moraes, Joao Gilberto y Li Po. No agrego más porque no alcanzaría la sala.
Seas o no ajedrecista: ¿qué partida estás jugando ahora?
La mía conmigo mismo. Ojalá pudiera darle jaque mate a mi ego.
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Cuestionario respondido a través del correo electrónico: en las ciudades de Haedo y Buenos Aires, distantes entre sí unos veinticinco kilómetros, Carlos Dariel y Rolando Revagliatti.
http://www.revagliatti.com/040322.html