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domingo, noviembre 24, 2024

Barbarie, un antiguo debate

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En noviembre de 2010, el ensayista Tzvetan Todorov estuvo por primera vez en Buenos Aires. Llegó invitado a exponer sobre “Barbarie, civilización, cultura”. En 2008 había publicado en Barcelona “El miedo a los bárbaros”, libro que entonces reseñó y actualizó ante un auditorio argentino.

Antes de comenzar su conferencia, uno de sus anfitriones le obsequió un ejemplar de “Civilización y Barbarie”, que Domingo Faustino Sarmiento editó en 1845 en Santiago de Chile, durante su exilio. Todorov, ensayista búlgaro nacionalizado francés, admitió que no conocía esta obra.

La distancia física de los sitios donde fueron pensados y escritos, los ciento sesenta y tres años que separan aquel texto de un Sarmiento, joven de 34 años, y el de un Todorov en la madurez de sus 71 años, y los enormes cambios mundiales, parecen obstáculos insalvables para cualquier intento de establecer relaciones entre ambos libros.

Tan enormes diferencias de espacio, de tiempo y de circunstancias, además de la distinta información y formación de sus autores, no alcanzan a borrar lo común en Sarmiento y en Todorov en cuanto al tema de sus reflexiones, pero sí influyen en sus diferencias de percepción y abordaje de esta cuestión.

Sarmiento escribió “Facundo” en una época teñida de violencia y de sangre, al dictado de su potente inteligencia e intuición, de su caudalosa pasión y de su condición de perseguido y desterrado. Alberdi advirtió en Sarmiento algunos de los rasgos que éste criticara en Quiroga y en los caudillos semejantes al riojano, o sea, en esos “otros” diferentes de “nosotros”.

Los críticos de Sarmiento le adjudicaron la elaboración de un esquema simplista al que habría intentado reducir los complejos conflictos de la Argentina del siglo XIX. Más que en Sarmiento, tal simplismo parece estar en sus críticos y en las sesgadas interpretaciones que éstos hacen de la rica y contradictoria personalidad y obra del sanjuanino.

Con el tiempo, la crítica a Sarmiento no puso empeño en superar ese esquema. Por el contrario, se orientó a poner al revés aquella dualidad adjudicando todos los males a la “civilización” y concediendo bondades y virtudes a la “barbarie”. De un plumazo, se negó el progreso moral afirmando que el progreso es la verdadera “barbarie”. Poner patas arriba un concepto es un ejercicio físico, más que intelectual.

Según cierto anti occidentalismo, la verdadera “barbarie” estaría en la “civilización”, lo que sirvió para elevar la “barbarie” a la categoría de modelo ideal. Según Marx la barbarie es un engendro de la civilización, es su lepra. Este maniqueísmo sirvió para presentar esta lepra como el centro y la constante de la historia de los siglos XIX y XX, y a la “raza blanca” como “el cáncer de la historia de la humanidad”, como afirmó Susan Sontag.

Es posible que Todorov tampoco haya leído las críticas de Alberdi a Sarmiento; si lo hubiera hecho, habría advertido algunas resonancias de Alberdi en las páginas de “El miedo a los bárbaros” . Paradójicamente, señala Todorov, ese miedo “es lo que amenaza con convertirnos en bárbaros”.

La historia enseña, añade el filósofo, que el remedio puede ser peor que la enfermedad. Exagerado, ese miedo puede empujarnos a reacciones violentas, al margen de la ley y usando aquellas herramientas del terror que no suelen ser patrimonio exclusivo de los “bárbaros”.

Cuando se hace tabla rasa de la ley y se instaura el “vale todo”, el contraterrorista empieza a confundirse con el terrorista, dice Todorov. Es tan ciego odio al enemigo que no advertimos que, llevados por esa pasión, terminamos pareciéndonos a él, renunciando a todo principio, ocupando su lugar, cumpliendo su papel, cometiendo sus mismas atrocidades.

Todorov alerta sobre los riesgos de dos errores frecuentes y simétricos: los juicios absolutos de los que consideran sus valores como únicos y universales, y el de aquellos otros para los que todos los juicios son relativos, con lo cual violencia y crimen se pueden justificar en ciertas culturas o en determinadas circunstancias históricas. Los primeros son dogmáticos; éstos últimos, relativistas.

Este autor no se propone estudiar el origen del concepto en la Grecia antigua; tampoco rastrear su evolución más allá de Europa, a lo largo de siglos. Si se remonta a los usos antiguos del término “bárbaro”, lo hace “para construir un significado que pueda servirnos en la actualidad”.

Para ello encuentra ciertas características comunes: son bárbaros aquellos que no respetan las leyes fundamentales de la vida en común; los que acentúan la ruptura entre ellos y los demás hombres; los que no tienen pudor y los que viven en familias aisladas desconociendo el orden social.

Todos esos rasgos se resumen en uno: son bárbaros “los que no reconocen que los demás son seres humanos como ellos”; son los que niegan a los otros su pertenencia a la humanidad. Los consideran enemigos, los matan, se ensañan con sus cadáveres y humillan sus memorias. La barbarie reside en un modo de tratar al otro, al diferente, al extraño. “La barbarie es una manera de considerar que una persona es menos humana que yo”, explica Todorov.

Para algunos la civilización sería “la negación de la pluralidad de culturas bárbaras”. Todorov dice que es imprescindible admitir la diversidad de culturas. En un mundo “en el que coexisten comunidades con costumbres distintas, debe haber leyes por encima de esas costumbres que permitan y regulen la convivencia”. Por ejemplo, hoy sería inaceptable asumir una costumbre como los crímenes de honor.

Asimismo, si bien fácilmente se puede constatar la existencia de múltiples civilizaciones, la civilización es esa capacidad de comprender al diferente, ponerse en su lugar, tratarlo como otro hombre, cualquiera sea su forma de vivir. Barbarie y civilización tendrían pues un fundamento ético antes que racial, religioso o cultural.

“La barbarie es resultado de un rasgo del ser humano”, explica Todorov. Por eso es ingenuo pensar que pueda ser erradicada. “Ningún pueblo ni individuo está inmunizado contra la posibilidad de llevar a cabo acciones bárbaras”, añade. De este modo toma distancia de la utilización de esta palabra como proyectil disparado hacia el corazón del enemigo.

El problema se presenta cuando se quiere indicar cómo acrecentar el conocimiento de otras culturas, cómo cultivar esa comprensión. Todorov dice que una de las tareas de los estudiosos y de los artistas consiste en procurar que la barbarie retroceda.

Este trabajo intelectual sostiene la actitud moral de admitir al otro esforzándose en conocerlo. Esto es válido tanto cuando se trata de grupos humanos distantes o muy diferentes al propio, como cuando se trata de comprender a grupos particulares dentro de la misma sociedad o nacionalidad.

El historiador tiene entonces una tarea por delante: intentar mostrar los hechos y sus circunstancias, las dificultades, las motivaciones y las consecuencias de las acciones de aquellos individuos y grupos que son sujetos de prejuicios o que no se conocen bien.

Conocer cómo son los otros, qué hicieron y por qué, simplemente para comprenderlos y no para juzgarlos ni condenarlos, es uno de los objetivos del trabajo del historiador; con él se puede ampliar el elástico círculo de la humanidad y predisponernos para ir construyendo ese bagaje de normas comunes, mejorando en todo sentido la convivencia de la humanidad.

– La nota del autor fue publicada como editorial de la revista «Todo es Historia», en su reciente número.

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