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viernes, abril 19, 2024

Bestias domésticas, creación y rebeldía

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Bestias domésticas de Alejandro Morandini obtuvo el primer premio en el Concurso Provincial de Poesía-para autores inéditos 2005- organizado por la Secretaría de Cultura de la Provincia de Salta. El libro es un elogio a los condenados por la sinrazón de las bestias manipulables, las que aceptan el devenir de los acontecimientos, las que sin torpeza se mezclan en los avatares de la contemplación de una “calma chicha”. Entre sueños de una minoría contra la aplastante rivalidad masificada del poderío encubierto, Bestias domésticas se alza en lenguaje poético para contar la historia de un “Apocalipsis en zapatillas”.

Hace poco tiempo, leí el libro Bestias domésticas de Alejandro Morandini, del cual dijo el jurado en su dictamen: “…atravesada por la época, esta escritura intenta iluminar facetas de un tiempo-espacio fuertemente contaminado por la crisis. Poesía que trabaja como un ácido corrosivo, una lengua no colonizada que abomina del barroquismo y los clishés. Bestias domésticas, mitología personal que traduce los latidos de una generación que heredó el caos y arriesga la fundación de un nuevo sentido”.

El jurado integrado por Susana Cabuchi, Silvia Barei, Herminia Terrón de Bellomo, Ana María Postigo y Teresa Leonardi Herrán, apuestan al combate poético de las criaturas que atravesaron pesadillas y que el poeta en sus voces yoicas hace parte del virtuosismo de la palabra.

El silencio que se repite en “tiempos de escasez” reclama el olvido en la ciudad. ¿Y los poetas? ¿Habrá visualizado el autor a través de su escritura, un llamado a la creación o a la revolución de la palabra? ¿Cómo puede combatir un escritor desde la metáfora? Puede. Debe. Necesita.

Un elemento que no se detiene en el tiempo es el balón, y con esto las bestias domésticas se diversifican en las calles, en las catedrales, en los paredones, en las prisiones. Rueda que rueda, juega que juega, atraviesa la historia del pasado, tiene que ver con esas promesas que se patearon desde otro tiempo con la única idea de arrebatar al albañil, a los obreros, a los cansados, unas tristes fábulas.

“…La conciencia atormentada todavía/ por la electricidad de la última pesadilla/ la sangre manchando el piso los pasamanos/ los soldaditos de plomos en los plomos de las muelas/ las alcantarillas trancadas de cuerpos y bolsas de plástico…” (pág. 31).

“Toda la América disfrutando del balón/ los niños colgados del alambrado/ gol dicen/ arrastrando las banderas.” (pág. 36)

Esta escritura refiere a lavar la Historia de la guerra con el balón. Y aparece una que otra ironía como “yo inventé el agujero del mate”, que refleja la hipocresía de los que ofrecieron soluciones aparentes. Pero todos contentos, ¿buenas bestias?

Un desfile de bestias contra bestias, las que proponen y las que disponen; las que aceptan el silencio a cambio de nada, las que gritan por gritar, las que transitan sin vivir pero como “hormiguitas” construyen la pared del refugio, contra la pared de las manos arriba.

En la poesía de Alejandro Morandini no falta el tributo al Che desde las “Alturas”, título de un poema. Ni las bestias que lo hicieron “dormir en una bolsa”.

Está la presencia de poetas como Jesús Ramón Vera con una imagen del Cuzco (pág. 44). También Roberto Juarroz y Manuel J. Castilla que vienen a transgredir los silencios de la casa entre los árboles, a ser el agua que se escapa entre los dedos o lo cotidiano que de tanta intemperie se vuelve rito, canto, libertad. O de lo contrario, el holocausto.

Elijo entre tantos combates, “Voluntad coya”; el poema tiene algo que es un cachetazo -otro más- a las bestias: “Ángeles que pasean sus instintos” –dice el primer verso- son estos seres de luz de luna. “Nada los hará más cristianos que volar de acá”-dice el último verso.

Y están las “bestias apechugando enero febrero” con su melodía de “melones aves coca” tan nuestras. Soportan el dolor de lo incorregible.

La América “nuestra” transita estas páginas poéticas para buscar menos masacre, menos animalidad, menos domesticidad, menos aceptación del destino.

Por Salta, Humahuaca, Potosí, Ecuador, Cuzco, Bolivia… se mueven incandescentes los sonidos del poeta para arrojar bombas de libertad, gritos de gloria que no se oyen. Basta de emisarios, milicos, canallas, uniformes azules que empujan al paredón y políticos que “parten y reparten” para sí mismos. Basta de bestias y domesticidades erróneas.

Morandini elije la casa del silencio donde anidan los recuerdos de grandes hombres que construyeron la América que reclamamos.

Este es su canto. Es la pequeña gloria del escritor que vive en la poesía que reivindica el costado oscuro de una historia bestial.

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