No hay un solo experto en narcotráfico que excluya a Bolivia entre los productores de droga. Es uno de los epicentros en esta región meridional así como México lo es en la septentrional. Colombia es un caso especial: su rol decrece porque existe una voluntad política del Estado en arrinconar y reducir al narcotráfico.
Bolivia prácticamente está en el Mercosur. Es bienvenida. Se trata de un país mucho más que vecino. Varios de sus departamentos políticos – Potosí (Chichas), Cochabamba (Mizque) y Charcas; Tarija estuvo en el Congreso de Tucumán porque era parte de Salta – declararon la Independencia nacional el 9 de Julio de 1816, a la par de varias otras –no todas -provincias de la Argentina. No es un dato menor, aunque la historia sea, sobre todo entre nosotros, sólo asunto para estudiosos. En otros lares forma la conciencia histórica del pueblo y por ende es parte nuclear de la identidad colectiva.
La integración de América del Sur es condición necesaria – ojalá que también sea suficiente – para asegurar un porvenir de prosperidad y paz. No puede hesitarse al respecto. Es un concepto asertivo, del tipo apotegma. El mundo lo prueba con sus procesos de articulación.
Empero, la preocupación que inspira estas notas que escribo no discurre por la integración en sí misma ni por la historia, sino por el presente y especialmente acerca del futuro inmediato y, ¡ni hablar!, mediato.
No hay un solo experto en narcotráfico que excluya a Bolivia entre los productores de droga. Es uno de los epicentros en esta región meridional así como México lo es en la septentrional. Colombia es un caso especial: su rol decrece porque existe una voluntad política del Estado en arrinconar y reducir al narcotráfico.
Bolivia está muy cerca del que actualmente es el segundo mayor consumidor de drogas ilegales del mundo: Brasil. Y del ascendente consumidor: nuestro país, que además, es uno de los espacios de tránsito más usados porque aquí los controles son laxos y la corrupción robusta. Bolivia linda además con el principal productor de cocaína del orbe, Perú, y con el máximo productor de marihuana de nuestra América del Sur, Paraguay. La Argentina está experimentando un aumento en el consumo interno de drogas, en particular de «paco», un tipo de cocaína que se puede producir en Bolivia y que ya se elabora entre nosotros. Hoy en día Bolivia está literalmente en el corazón del comercio de narcóticos ilegales. Si a esto le sumamos el hecho de que Bolivia también produce su propia cocaína encontramos que existe una diversidad de oportunidades criminales.
Esta dinámica sudamericana es totalmente independiente de las tradicionales rutas de tráfico de drogas que abastecen el mercado de Estados Unidos. De hecho, fuentes estadounidenses afirman que el análisis químico de la droga incautada en Estados Unidos demuestra que sólo el cinco por ciento de ella proviene de Bolivia. El resto viene para la Argentina o el Brasil, salvo pequeños tráficos hacia Chile y Perú.
Ahora bien, ¿no es contradictorio con nuestros intereses vitales que se incorpore al Mercosur un país central en la gravísima problemática del narcotráfico sin que pongamos la elemental condición de que se elimine la producción de droga al igual que se controlen las rutas de su comercialización?
Hablamos de la facultad que tiene el presidente conforme el art.99º, inc.14 CN de ordenar la actuación de las Fuerzas Armadas, en este caso para bloquear la frontera Norte. Pero, ¿cómo se compatibiliza el proceso de integración con Bolivia implicado en su ingreso al Mercosur con el bloqueo militar de la frontera con ella?
Me da la impresión de que es hora de coordinar acciones de toda índole en el Mercosur para erradicar la producción de droga y su tráfico. Porque una de dos: o el Mercosur se encamina raudamente a ser una cáscara vacía y falaz o es una integración de verdad. Lo que hagamos con Bolivia es clave para definir esta opción.
– Por Alberto Asseff
Diputado nacional y del Parlasur
Partido UNIR, integrante de UNA