César Pacheco, a veces tiene esas cosas. Eso, de pasar por mi casa de imprevisto y, nomás terminar de saludar, despacharse con un tipo de reflexiones que te dejan, digamos, o más enfocado en el sentido profundo de la existencia o, por el contrario, totalmente desencajado y preguntándote qué carajo estás haciendo con tu vida, que además, es la única que podés asegurar conocer.
Así, de repente, el otro día, cuando por la radio ya habían anunciado el primer caso de dengue en capital, como si la capital tuviera coronita y fuese excepción al mosquito, entró y me dijo: “A veces siento que me gustaría ver mi vida como en una película y encontrarle a varios hechos que me han acaecido en diversos momentos de la misma, esa explicación coherente que hace cobrar sentido profundo a la vida de algún personaje de buen guión.” Ahí nomás, para escucharlo y entender a dónde iba a querer llegar, solté el tejido que acababa de comenzar. Aunque fuera una bufanda, es decir, todo derecho.
César, continuó: “Esas cosas que en la pantalla grande se muestran en primer término, aparentemente aisladas, para luego, al producirse el nudo en el que cada una desde su lugar, comienza a reverberar, implicando en mayor o menor medida sobre el conflicto o el nudo principal.” Yo pensaba en qué feos quedan los nudos en la mitad del tejido. Por eso, siempre desperdiciaba lana, con tal de no quedarme en la mitad de una vuelta, sin más, teniendo que recurrir a eso, al nudo.
Y César: “Hasta que luego, se van relacionando unas con otras, hacen eclosión, contribuyendo a conformar el ansiado desenlace, la resolución del conflicto.” Y yo, tratando de calcular cuántas horas por día había tejido el año pasado hasta terminar una bufanda que había empezado dos inviernos atrás, dejando pendiente, por dos años, el desenlace de mi esfuerzo y al fin, ponérmela al cuello.
César nunca presta atención a los tejidos. Es tan machista, que los considera invisibles, como las orquillas. “Entonces A comienza a significar y a su vez a justificar B y C; y se relacionan tanto A con B y con C, para pasar a ser D, la consecuencia tanto de A, de B como de C.” Y así, va entretejiendo su razonamiento, que cada vez se parece menos a una bufanda, todo derecho, y más a uno de esos modelitos de trenzas complicadas de “El arte de tejer”, que ni la mina que está más al pedo se pone a tejer.
“Pero en definitiva, al llegar al final, todo se justifica en A y en A’; o en Z, que es aquello en lo que se transforma el personaje, como mulléndose más que al comienzo de todo, en donde sólo era un asiento plano. Es decir, para ser Z, primero tuvo que ser A, indefectiblemente.” Y yo me quedé en el color de lana que hubiera elegido en la casa de lanas el día anterior a recibir la visita de César, si mi turno, en vez de ser el 33, hubiera sido el 31 y hubiera podido adelantarme a la del 32, que se llevó el azul más hermoso de la temporada, agotando todo el stock.
“Ese inicio que motivó la transformación, pudo ser un buen deseo o pudo ser un gran problema. El punto es que era la semilla necesaria para dar el fruto A’ o Z. Pero en el desarrollo, eso no se ve con claridad. En la evolución de la obra celuloide –qué feo sonaba obra celuloide, imaginaba la celulitis amplificada-, ciertamente A parece una molestia constante, algo contra lo cual el personaje lucha, deseando incluso erradicarla de su vida. Digo, la molestia que le genera ser A, ¿me seguís Etelvina? Largá los escarpines.” Uy, se había percatado del tejido, si él nunca se fijaba en eso, por considerarlo, invisible, como las orquillas, de puro machista. ¿Pero qué escarpines? No tenés ni idea. Primero que no tengo bebé a quien tejer. Empecé una bufanda, que como llegaste vos y te pusiste a hablar, ni siquiera puede considerarse que esté en situación A, como al principio de la película. Más bien está en “a” con minúscula, muy lejos de encontrar sentido, cada punto que armé, para pensar en llegar a abrigar mi cuello este invierno.
Qué le importa lo que digo. Ni siquiera me invitó alguna vez al cine y el día que nos cruzamos por la calle en pleno invierno, cuando yo iba, como en todo día bien frío, tapada hasta la nariz, con mi bufanda rosa y bordó, casi sigue de largo por no reconocerme. “Sin embargo, es lo que da sentido a su existencia; lo que sostiene, de hecho, todo el relato porque, no olvidemos que en la vida real, pueden pasar años sin que comprendamos qué vino a querer decir ser primero A, aún cuando ya nos hallemos convertidos en Z o en A’. No tenemos la menor idea del sentido. Y yo insito, me gustaría encontrarle sentido y explicación profundos a mi vida, como en las películas, en tan sólo hora cuarenta.”
Y dicho esto, apaga el pucho que había tenido encendido y apoyado en el borde de la mesa dentro del cenicero, que sólo dejo por cortesía, porque odio los fumadores. Y pienso, que en hora cuarenta, a mí, al menos me gustaría ir al cine, sin encontrarle sentido a mi existencia pero, más o menos, algún sentido a la película que fuera a ver. También pienso que en hora cuarenta, es un tiempo precioso para sí encontrarle todo sentido profundo a la existencia de una mujer. Y me pregunto, en cuál de todas las situaciones llamadas A, B, C, D, A’, Z, se queda César Pacheco, como para nunca hacer eclosión, en ese clímax de la historia de mi vida.
Pero que me hace pensar, no hay dudas. Para la próxima que se me aparezca, yo, voy a ser bien Z. De A, no va a a quedar ni rastro. Voy a tener la bufanda terminada y a un no fumador esperándome para disfrutar de hora cuarenta de algo. César, me tenés podrida con tus razonamientos, tratando de encontrarle sentido profundo a la evolución de las letras del abecedario que representan a tu personaje, con el minón que tenés adelante, que además teje. Sí. En hora cuarenta, puedo tejer tanto. No tenés ni idea, de la A que soy, todas las transformaciones por las que puedo atravesar hasta llegar a la Z. Pero vos seguí, seguí con lo profundo.
César Pacheco, cuando A, justifica a Z
Interpreto,en tu escrito,Irene,como un enfoque de las individualidades de nuestra epoca y que recien ahora descubres que ha empezado la accion,sin embargo hay una gran resistencia y hasta animosidad contra las palabras que se relacionan vitalmente con la accion.Recien estaras comprendiendo,el sufrimiento de un diluvio de palabras ,que nada dicen,si no acompanan una accion.y siento que estas en la busqueda de la sabiduria,entendiendolo como algo distinto al conocimiento.Maria Ruiz
César Pacheco, cuando A, justifica a Z
Gracias, María por tus apreciaciones. Me gusta mucho la diferenciación que hacés entre sabiduría y conocimiento. Espero no se interprete esto como creerme yo misma una alquimista y una erudita. Estoy en la búsqueda. Y, sobre todo, trato de divertirme lo que pueda en ese camino. Si no, es muy duro.