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sábado, noviembre 23, 2024

¿Comenzarán las clases? El cambio va a un ritmo lento

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El beneficio de la duda en la democracia permite por un lado reflexionar y por otro, sacar conclusiones pero fundamentalmente, estar alerta a los resultados de una política. No hay tiempo. La educación no puede esperar. Y la batalla continúa…

“Antes los maestros enseñaban y los alumnos aprendían. No faltaban. Incluso alguien con sólo el 7º grado sabe más que uno que está por egresar de Polimodal…”, son aseveraciones comunes que llegan a nuestros oídos, sin entender si se trata de una añoranza de otrora o de una acusación a un presente incierto y de dudoso reconocimiento a nuestra capacidad pedagógica; de este modo nos enfrentamos nuevamente a un inicio de clases con oscuras nubes que no hacen alusión a factores meteorológicos sino a la oscuridad que acecha a las aulas y al conocimiento que en ellas transita.

No es una preocupación que nos alienta en nuestra escarpada carrera docente, parece ser una herida que nunca cierra y el dolor es precisamente porque vemos el presente como un circulo vicioso, donde el ayer se confunde con el hoy y avizora un mañana semejante, y quienes estamos llamados a andar, la quietud nos intranquiliza, sobre todo cuando año tras año somos testigos y/o protagonistas de lo mismo, y la pregunta es ¿Cuándo aprenderemos?

Nosotros que tenemos la tarea de educar pareciera que desoyendo la realidad y ajenos a ella retomamos el mismo manual, repitiendo monótonamente lecciones que nadie parece escuchar, es más, que a nadie parece interesarle.

Al principio gritaban en el desierto y el viento esparcía los sonidos que fueron llegando tardía pero firmemente al oído de perdidos transeúntes pedagógicos, cuya conciencia se encontraba atrapada en lo cotidiano y en la aceptación resignada del desplazamiento social, seguros que nuestra función de educar sólo tenía su recompensa en el progreso de nuestros alumnos, progreso al que nosotros mismos habíamos renunciado, ¿qué más podíamos pretender si sólo éramos docentes?, una profesión que parecía aglutinar a quienes habían fracasado en una carrera de élite profesional o que había llegado a ella por falta de otras oportunidades, no teníamos de qué quejarnos, estábamos donde debíamos estar, tratando de hacer valorar un saber, un conocimiento que nosotros mismos no valorábamos.

De este modo, desde islas pedagógicas buscábamos comunicarnos éxitos y fracasos, y al toque de timbre volvíamos a las aulas en cumplimiento del “deber ser”, llegando a nuestros hogares con la alegría de la tarea cumplida para enfrentarnos a la frustración de no poder cumplir con la tarea de vivir.

Así fuimos escuchando las voces que desde toda la provincia nos recordaban de nuestro olvido y acudimos a ella, para transformarnos en aguerridos y retóricos oradores o en ovacionantes y fervientes oyentes de aquellos que reclamaban lo que tanto nos ahogaba en nuestro interior.

Nos constituimos en un modelo admirado y admirable, convocante, masivo, pero lo más importante democrático.

Desde cada Asamblea las voces se elevaban desde proféticas hasta apocalípticas y se generaron cambio, una movilización no sólo externa, sino también interna. Pero no es fácil lidiar con la diversidad, sobre todo cuando nos posicionamos desde el lugar de victimas o victimarios en el mismo sitio y la misma acción, cuando la apertura ética de la escucha se transforma en un nuevo grito de atención a mis intereses que ya nos son comunes, o al menos no creo que lo sean.

De alguna manera y como era previsible se fueron filtrando entre los intersticios de la lucha, la desconfianza, el descreimiento, la traición, la sectorización.

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No son muchos los que saben lo que ha ocurrido con los huelguistas de hambre, con los que cortaron las rutas, con los que se comprometieron de cuerpo y alma con la lucha docente, quizás ni sus nombres recordemos, pero puedo asegurarles que para la mayoría nada volvió a ser igual, las tizas se tiñeron de sangre, de enfermedades, de soledades.

Y de aquella última Asamblea que abrió las puertas de las aulas del 2007 aún resuenan las palabras de descontento, de frustración, de rencores aunque también hubo quienes creyeron que habíamos triunfado, y sellamos un acuerdo que como otros quedó desdibujado en el tiempo y en las buenas intenciones que sirven de empedrados (o adoquinados) para algunos caminos.

Aquellos los de entonces ya no éramos los mismos…el fragor de la lucha transformó nuestros ideales y de alguna manera olvidamos cómo llegamos a reunirnos y a ser aquel baluarte que defendía los derechos olvidados de los docentes frente al silencio cómplice de nuestros representantes gremiales.

Y cuando la falta de confianza se instala en nuestro interior bajamos nuestras expectativas y reclamamos las “cebollas de Egipto”.

Es lógico poner en duda el accionar de quienes democráticamente nos representan, porque en su finitud humana cargan con virtudes y defectos, pero si ellos están “bajo sospecha” qué hacemos al respeto? Qué hicimos?

Quizás buscamos el cambio, pero no lo logramos y siguen representándonos, tal vez porque no presentamos alternativas, o las que presentamos no fueron convincentes, o porque no hubo una participación real de todos, o tal vez porque se merezcan estar en ese lugar, el hecho es que no es el centro de nuestra problemática, sí lo es una participación comprometida y tolerante de todos, porque sabemos que somos una fuerza que va más allá de la cantidad, es una fuerza de la unidad que se gestó desde la violencia de la que sí fuimos victimas.

Pero no podemos esperar más Noche de las tizas, más huelgas de hambre, corte de rutas, represión o alguna muerte para volver a mirarnos a los rostros como colegas que buscamos lo mismo, que queremos crecer y progresar junto a nuestros alumnos, para ser verdaderos docentes de la vida y dejar de ilusionar a otros con una vida por la cual no somos capaces de pelear.

Tenemos un compromiso moral con nuestra vocación que no empieza ni termina en el aula, como la tiene el gobierno, al que no le es extraño ni ajeno nuestro histórico petitorio, que no se trata de otra cosa que la reivindicación de la educación, lo que no será posible si se sigue haciendo del mismo modo que en gestiones anteriores, donde los cargos jerárquicos “políticamente adquiridos” llevaban a docentes, directores, supervisores a enfrentarse con los colegas en pos de una política educativa indefendible, generando antes, durante y después del paro climas institucionales tensos y a veces agresivos.

De este modo los “cargos políticos” por su inestabilidad, propiciaron divisiones, conflictos, traiciones…porque en estas circunstancias se juega desde la presión: o la fidelidad a quien te otorgó el trabajo o la desocupación; elección muy difícil cuando de supervivencia se trata.

Estamos en este momento expectantes al cambio que nos prometieron, en un ritmo demasiado lento, y no es que no respetemos el proceso… es que siempre para nosotros fue un proceso, un “se está haciendo”, “se está gestionando” “se está dialogando”, por eso permítannos el beneficio de la duda y que estemos alertas, porque el escenario políticoy el accionar tardío nos inquieta.

Colegas, alumnos y padres, estamos dispuestos a iniciar nuestra tarea educativa, lo haremos desde el aula o en las calles, pero no dejaremos de enseñar, mientras, nosotros también aprenderemos de nuestros errores, enfrentando nuestras debilidades e enriqueciendo nuestra fortaleza.

No sigamos la voz de nadie, sólo escuchemos nuestro interior, re pensemos nuestra historia y proyectemos nuestro futuro, descubramos que no se trata de una acción individual, sino de una propuesta social de cambio, donde la educación, los educadores y educandos, somos parte de lo mismo, y esto es imposible sin la tolerancia y la aceptación a la diversidad ideológica, pedagógica y fundamentalmente, humana.

No perdamos la esperanza de la transformación de una sociedad más justa, nos animemos al desafío de gozar de nuestra profesión y que este gozo no sea el resultado de la dádiva de nadie, sino simplemente el reconocimiento de nuestra dignidad.

Esperamos sin embargo que las clases propedéuticas en Salta, dejen de ser de una vez y para siempre cátedras dialógicas del gobierno.

NdR : César Alberto Saldaño es profesor, magister, fue uno de los últimos en abandonar la huelga de hambre durante el 2007.

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