Entrevista a Eduardo Grüner, sociólogo y ensayista, donde critica duramente al grupo de intelectuales de Sarlo, y analiza la actualidad nacional.
A pocas semanas de cumplirse los 30 años de la ocupación de Puerto Argentino, se ha reavivado el debate sobre Malvinas.
Desde el gobierno se ha destacado como “causa nacional” al mismo tiempo que se resaltaba el “buen trato” a las multinacionales inglesas.
A su vez, un grupo de intelectuales entre quienes están Beatriz Sarlo, José Sebreli, Emilio de Ipola y Luis Alberto Romero, sacó un pronunciamiento donde se impugna el reclamo de soberanía argentina sobre las islas.
¿Cuál es tu opinión sobre este debate y las posiciones que surgieron?
– R. El documento de esos intelectuales es un manifiesto… despropósito, para decir lo menos. Fundar la crítica a la política del gobierno sobre Malvinas en el argumento de la “autodeterminación” de los llamados “kelpers” es un mamarracho lógico, político, ideológico y hasta jurídico –aún si nos atenemos a la juridicidad “burguesa” internacional-. Desde siempre, el derecho de autodeterminación es para las naciones, pueblos o grupos ocupados, no para los ocupantes.
Si estos intelectuales fueran consistentes, deberían demandar la devolución de Argelia a Francia en nombre de la autodeterminación de los pieds noirs, o el absoluto respeto a la autodeterminación de los colonos israelíes en la Franja de Gaza, o de las tropas yanquis en Irak y Afganistán (después de todo, esos pobres hombres hace años que están allí trabajando ¿no?). ¿Y de los irlandeses que hace 800 años que luchan por su autodeterminación, no tenemos nada que decir? En fin, de este “argumento” ni vale la pena ocuparse. Lo que sí es preocupantemente sintomático es que los firmantes elijan justamente ese punto indefendible para oponerse al gobierno.
Quiero decir: hubieran tenido muchas otras cosas de que agarrarse, bastante más gruesas. Podían haber señalado, por ejemplo, el contrasentido entre las declamaciones patrióticas y las excelentes relaciones con las multinacionales británicas (y no sólo ellas, claro), incluyendo las de la megaminería, el petróleo o las finanzas. O entre las diatribas contra el colonialismo en nombre de la democracia y la igualdad, y el sometimiento de nuestra soberanía a organismos internacionales para dictar nada menos que leyes “antiterroristas”.
Pero nada de eso se menciona, y menos aún se coloca el debate en el contexto de un conflicto con un gobierno decididamente y multisecularmente colonialista e imperialista como han sido todos los gobiernos británicos.
Al contrario, se usa el mismo argumento de Cameron. Sólo falta que digan que los colonialistas somos nosotros. Dadas esas omisiones y este argumento, sólo cabe una conclusión: es una declaración nítidamente de derecha, proimperialista, procolonialista o como se quiera decir (a propósito no digo “pro-británica”, porque “británicas” son asimismo las masas populares que resisten en las calles británicas los bestiales ajustes de Cameron y de las clases dominantes igualmente británicas, y si se quiere hablar de “intelectuales”, británicos son E. P. Thompson, Eric Hobsbawm, Raymond Williams, Terry Eagleton, Perry Anderson y etcétera , para no mencionar a Shakespeare y los Rolling Stones).
Para colmo, se empieza recordando el desastre de la guerra de 1982, implicando que las canalladas de la dictadura militar deslegitiman cualquier política de recuperación de nuestros territorios ocupados.
O sea, el viejo truco ideológico de la “parte por el todo”, que tan bien conocemos los intelectuales desde los sofistas presocráticos.
Otra cosa, insisto, hubiera sido decir que ningún gobierno burgués va a poder llevar adelante consecuentemente la lucha por esta o muchas otras justas causas nacionales, porque tarde o temprano va a chocar con los límites del “modelo”. Si no se dice eso, y sean cuales sean las intenciones subjetivas de algunos de los firmantes (que no estoy en condiciones de juzgar) esa declaración es un para mí un inexplicable disparate.
P. En las últimas semanas el gobierno ha salido a respaldar la minería a cielo abierto, ha salido a la luz la trama de espionaje a la militancia y los luchadores en torno al llamado “Proyecto X”, y la semana pasada en el Ferrocarril Sarmiento tuvo lugar un verdadero crimen contra el pueblo trabajador.
En este marco ¿cómo ves al gobierno y, en especial, a la intelectualidad agrupada en torno a Carta Abierta?
– R. El gobierno está en problemas. Todo eso que ustedes señalan –y que viene a sumarse a tantas otras cosas que se podrían citar de los últimos años- ha adquirido de pronto una “transparencia” (valga la expresión) que va volviendo cada vez más tartamudas las narrativas oficialistas (los últimos “lapsus”, por así decir, de Schiavi o Garré son interesantes síntomas, así como lo es el dislate desopilante de presentarse como “querellantes”). Ni siquiera las barbaridades de los medios opositores de derecha alcanzan ya para justificar comparaciones más o menos favorables. A lo de Once, en el mejor de los casos, se lo llama “tragedia”. Falso de toda falsedad. Aquí no hubo designios enigmáticos de los dioses, ni Orestes o Antígonas empeñados en hacer justicia contra el mismo Zeus si hiciera falta.
También se ha dicho que era “evitable”. En realidad, no: dada la oscura trama de complicidades estructurales entre las empresas, el gobierno, las burocracias sindicales, etcétera, tarde o temprano una cosa así era casi inevitable, como lo advirtieron incluso organismos oficiales; y en ese sentido se puede hablar de un “crimen social”.
Otros lo llaman siniestro, y eso no está mal: aunque no lo es en el sentido de un incendio accidental, sí lo es tomando todas las acepciones de esa palabra. Como sea, podría ser un punto de no retorno.
Es (como decíamos sobre Malvinas, sólo que enormemente más dramático en lo inmediato) uno de esos puntos en los que lo real de un régimen social le pone límites en efecto siniestros a todo intento de “simbolización” de un “modelo”. 51 muertos y 700 heridos causados por aquella trama es algo demasiado horroroso para “balancear” contra las “reparaciones” o “reformas”, incluso en el campo de los Derechos Humanos –de los cuales se ve que millones quedan excluidos sólo por subirse a un tren para ir a ser explotados-: son cosas inconmensurables.
Y desde ya que la “intervención” (¡por 15 días!) que se ha decidido no va a solucionar nada si no media una transformación radical del sistema, una nacionalización vía expropiación, y con la participación activa de los que saben en serio lo que pasa adentro: los trabajadores ferroviarios y los usuarios de las clases populares. Algo que el gobierno no puede hacer, está claro, aunque debe reclamarse.
No quiero decir con esto, todavía, que vaya a haber un vuelco espectacular de la situación política pasado mañana.
Pero las fronteras de lo que feamente se llama el “relato” (todos los “relatos”: también los de una “oposición” cínica que se “cuelga” de los muertos con las peores intenciones) están que arden. Esto debería alterar de fondo la lógica misma de los discursos sobre la “profundización” de “lo que falta”. Veremos.
P. Desde mediados del año pasado se viene desarrollando la Asamblea de Intelectuales, Docentes y Artistas en apoyo al Frente de Izquierda, con cinco asambleas, jornadas de discusión, los debates en el blog, las varias declaraciones que fuimos sacando, y ahora el proyecto de editar una revista de la Asamblea. ¿Qué papel tendría que tener la Asamblea de Intelectuales en la actual situación? ¿Y en particular que rol opinás que podría cumplir la revista de la Asamblea?
– R. La Asamblea (no es la primera vez que lo decimos) es un fenómeno inédito en la historia reciente de la izquierda, y por supuesto está vinculada a, o es un efecto de, ese otro fenómeno inédito, el FIT. Como tal, hay dentro de ella, para hablar rápido, una tensión delicada entre el decidido apoyo y la plena pertenencia. Por un lado, una tarea central de la Asamblea es la de contribuir al crecimiento y consolidación del Frente.
Por otro, y contra lo que podría indicar una primera lectura de “sentido común”, el mantenimiento de aquella “tensión” es altamente productiva o justamente para ese objetivo, entre otros. Permite una relación dialéctica dentro de la cual las potenciales diferencias se articulen en un nivel más alto que el de la mera sumatoria o “promedio” de las posiciones.
La relativa autonomía de los individuos o de los grupos “no alineados” debería hacer a un intercambio rico y creativo, desde ya dentro de los límites de la política común. Por supuesto, esa “productividad” se transformaría en parálisis si todo se limitara a la pura “tensión”. En este momento, eso sería lamentable. Por todo lo que veníamos diciendo, se abre una oportunidad única para que las perspectivas anticapitalistas consecuentes sean escuchadas, y pasen a ser parte del debate público. De entre los proliferantes agrupamientos de intelectuales, solamente la Asamblea está hoy en condiciones de producir un discurso –ya dije que no me gusta el término “relato”- argumentado de manera rigurosa para constituir una verdadera “alternativa”, una diferencia con los discursos hegemónicos.
Es lo que se ha venido haciendo en el blog o en las asambleas, sin duda, pero eso no basta, es tiempo de un salto cualitativo. Para eso hay que salir más a la calle (confesémoslo: la Asamblea no tiene la presencia pública que han conseguido otros colectivos que en verdad no representan nada, no digamos ya Carta Abierta, que sí representa algo). La revista puede ser esencial para ese “salto”, si sabemos hacer una publicación “abierta” e intelectualmente rigurosa, sin concesiones facilistas, debatiendo todas las diferencias, pero políticamente situada sin equívocos.
– Escrito por Agencia Paco Urondo
Entrevista realizada por LVO a Eduardo Grüner.