El dolor sin nombre, los desaparecidos como siniestra consecuencia de viajar en tren, la desesperada búsqueda de familiares en hospitales, para ocultar el terror de imaginarlos en la morgue.
“En el truco, al saber le dicen suerte. En la política, a la crueldad le dicen tragedia”
(aforismo implicado)
“Las tres palabras que describen la situación de hoy, que son » tragedia, desgracia, y la del día luctuoso». (…) Normalmente en el Sarmiento son coches preparados para 250 personas por vagón y están llevando entre 2200 y 2500 personas en hora pico. Como estamos en febrero en este (tren) habría unas 1200 personas, con una particularidad: todos los que tomamos alguna vez el ferrocarril sabemos que es una costumbre muy argentina de ir a la punta del tren para llegar primero, para llegar antes, bajar antes, y no hacer colas, por lo que esos dos primeros coches estaban abarrotados de gente y mucha mas carga que la habitual (…) que como el segundo tren se montó siete metros sobre el primero eso generó que el accidente tomara un ribete de tragedia, porque si esto hubiera ocurrido ayer, un día feriado, seguramente hubiera sido una cosa mucho menor, y no de la gravedad de lo que ocurrió hoy que es un accidente extremísimo y de muchísima gravedad». (Declaraciones de Juan Pablo Schiavi)
(APe).- Puede fallar. Frase atribuida a Tu Sam. No es lo mismo que una de las leyes de Murphy (no confundir con Lopez Murphy, el que creyó que podía recrear) que dice: “si algo puede salir mal, sale mal”. Y así fue. Salió muy mal. El dolor sin nombre, los desaparecidos como siniestra consecuencia de viajar en tren, la desesperada búsqueda de familiares en hospitales, para ocultar el terror de imaginarlos en la morgue. Dolor sin nombre, porque pensarlo trae algo de alivio, pero sentirlo es un cuerpo que se desgarra sin palabras que suturen las heridas. Pero no se trata de acompañar en el sentimiento. Hay sentimientos que por su densidad, por su insondable profundidad, se niegan a ser acompañados. En errancia solitaria, deambulan los afectos que no encuentran lugar donde descansar.
Esta noche, mientras yo escribo, la desesperación que enloquece atraviesa cuerpos y almas, sin un segundo de quietud, y tampoco de esperanza. Pero el pensamiento fundante no retrocede porque sabe que en ninguna situación, tampoco en ésta, el silencio es salud. Pero algunas palabras pueden ser como los virus, portadoras de la enfermedad. Pienso que hay dos enfermedades del alma que tienen el potencial de destruir al sujeto, individual y social. La ingratitud y la crueldad. Alguna vez escribí que “para el cruel que me arranca el corazón con que vivo, cardo y ortiga cultivo, nunca más la rosa blanca” y por cierto, le pedí perdón a José Martí, el luchador sin odio, al decir de Gabriela Mistral. La crueldad es la planificación sistemática del sufrimiento. Por eso se diferencia de la violencia y de la agresión.
Viajar en el transporte público, que no es “para todos” sino para los pobres, humildes, trabajadores, obreros (me olvido del tren de la costa que pasa por Puerto Madero, caramba, porque será?) en las horas pico, o sea, las horas que te trituran, es en sí mismo, una tortura. Hace algunos años, un obrero que volvía a su casa, viajaba en el techo del vagón. Se cayó y falleció, y el vocero de la empresa, aunque habría que decir el buchón de la Corpo, explicó que había una cultura de viajar de esa forma. Lo que nuestro secretario de transporte, que apela nuevamente al argumento de la cultura del usuario, tampoco explica, es cual es el origen de esa cultura. Por ejemplo: la asignación por presentismo, hijo putativo de la flexibilización laboral y cervical…¿tendrá algo que ver con esa impulsión a bajar rápido para hacer lo mas rápido posible la combinación con subte, colectivos, o simplemente, correr para marcar horario de entrada? Lo que nuestro secretario de transporte no dice, además de informar donde está Jaime, es que la cultura de viajar adelante, o ir hacia delante cuando se acerca el descenso, es efecto de la cultura represora en la cual nada como piraña en el agua el capitalismo serio. Y que la declamatoria acusatoria sobre los “marrones 90”, choca sin freno pero a mucho más de 20 km por hora, contra los paragolpes de la realidad.
Clarín miente, Papel Prensa asesinó, las empresas de transporte público mienten y asesinan ahora. El desguace del ferrocarril además tiene daños colaterales como la epidemia de choques, la mayoría fatales, donde los camiones llevan la mejor parte, pero le dejan la peor a los automóviles y otras especies menores. Además de la contaminación, los ruidos, el colapso de tránsito, ya que dos camiones valen por diez piquetes. Además de la proliferación de empresas de “buses”, con la archiconocida super explotación de choferes y de los pasajeros. O sea que no se trata de hacer leña del tren caído. Se trata de entender quiénes son los responsables directos, los copartícipes necesarios de estas y de aquellas muertes.
La lógica Cromañón sigue siendo hegemónica, porque no se piensa antes, sino que se lamenta después. Lamentos que transparentan ignorancia, hipocresía o cinismo. O las tres juntas. Nos cansaron diciendo que si se puede prevenir no es un accidente. Mucho menos una tragedia. ¿Entonces qué es? Estrago doloso no dice nada, excepto para el jurista. Seamos simples: homicidios calificados agravados por el vínculo del Estado con sus representados. Estoy casi seguro que ninguna y ninguno de los que ocupan algún lugar en la Corpo Estatal viaja en tren, o bondi, en horas pico. Y no pico, creo que tampoco. Decir que si el accidente hubiera sido un día feriado la tragedia hubiera sido menor, roza, hasta diría que choca, con el paragolpe del delirio. ¿Será la solución que todos los días sean feriado, así los accidentes generan menos víctimas? Nuestro secretario de transporte dijo que se realizará un profundo “auditaje”. Hasta ahora, creía que era “auditoría”, pero a lo mejor es una condensación entre auditoría y chantaje.
Buscarán con lupa a la izquierda siniestra que ocasionó el accidente, a los gorilas disfrazados de pasajeros que se amontonaron en los dos primeros vagones, en fin, toda la parafernalia para no reconocer algo simple: no tenemos tren bala, tenemos tren bomba, los 90 están entre nosotros. Y eso no es serio: es grotesco. Confundir capitalismo serio con hegemonía mafiosa es un error político en el mejor de los casos. Toda corporación, y hay muchas en la Argentina, tienen una lógica mafiosa. Para la memoria colectiva, hasta Cavallo denunció que las mafias lo perseguían. En las declaraciones de nuestro secretario de transporte, no hubo una sola mención a la Empresa Concesionaria del “servicio” TBA. Causa Ferroviaria lo denuncia con precisión:
“La conversión de formaciones eléctricas Sorefame, traídas de Portugal, para ser remolcadas por locomotoras Diesel es reveladora de que toda la inversión estatal se transforma en retornos para los funcionarios y en una regresión tecnológica. Esas formaciones son producto de una compra multimillonaria de material obsoleto de la mano del ex secretario de Transporte Jaime (hoy procesado, pero libre y participando de actos oficiales)” Y sabemos que en toda cultura represora, el que calla otorga, y lo que otorga es impunidad. Que no es solamente jurídica, aunque también, sino fundamentalmente política. La peor de todas. Porque no tiene apelación posible.
La Presidenta suspendió el carnaval y la aparición en actos públicos por dos días. O sea: el 54% no habilita todo. Ahora deberá suspender el “otro carnaval”: el de los funcionarios funcionales a un orden predador que mata con la misma cobardía y crueldad con que las empresas financiaron el terrorismo de estado en la llamada dictadura militar. Además de la renuncia inmediata, o el despido más inmediato aún, a nuestro secretario de transporte le cabe recibir una fuerte dosis de justicia por mano propia: viajar en las horas pico durante años en el ferrocarril, y tener un empleo en el cual su salario necesite el presentismo. Por lo tanto, viajará en los vagones de adelante, rezando que el nuevo funcionario se haya ocupado de hacer tronar el escarmiento a TBA. No tendremos tren bala, pero tampoco queremos otro tren bomba. Nunca más.
– Por Alfredo Grande – Pelota de trapo