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sábado, abril 27, 2024

Desplumando un pavo real

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Marcos Aguinis confirmó en “Perfil” que a pedido de la DAIA escribió la biografía del almirante Guillermo Brown como homenaje y donación al almirante Massera, y que por su fugaz desempeño como funcionario cobra una jubilación de privilegio.

– Por Horacio Verbitsky – 2 de agosto de 2009

Para que parezca una desmentida disimula esta forzada admisión con injurias a mi padre y a mí, que lo retratan bien.

Esta es mi respuesta:

– 1

“El intelectual más conspicuo” de Río Cuarto, como se autodenomina luego de establecer que no le gusta hablar de sí mismo, dijo en su “sitio oficial” que escribió aquel libro porque quería que “nos emocionáramos con la historia para mirar mejor nuestro presente”.

Pero ahora afirma que lo hizo para “gestionar el paradero y la libertad de gente desaparecida”.

Esa fue la misma justificación del ex nuncio Pío Laghi para sus partidos de tenis con Massera.

De la DAIA sólo se conoce el canje que hizo su presidente, Nehemías Resnizky: la salida a Israel de su hijo por el silencio institucional sobre los crímenes de la dictadura y su defensa explícita en los casos de mayor repercusión internacional.

Hace poco se encontraron en la embajada argentina en Canadá películas de propaganda de la dictadura. En una de ellas, el presidente de la DAIA en 1980, Mario Gorenstein, sostiene que Jacobo Timerman no fue detenido por ser judío y que el gobierno es receptivo a las denuncias sobre casos de antisemitismo, que nunca atribuye a la dictadura.

El libro de la historiadora Gabriela Lotersztain “Los judíos bajo el terror” narra cuál fue el “lamentable papel de la dirigencia comunitaria local” ante las familias rechazadas cuando acudían en busca de ayuda.

Aguinis contradice tan documentado conocimiento e intenta presentar a ese judenrat como una organización preocupada por los judíos detenidos desaparecidos. Su inverosímil razonamiento pretende que el propósito era que su obra llegase “a todos los mandos y, fundamentalmente, a los sitios de detención”. De inmediato percibe la enormidad de lo que ha escrito y añade que “este objetivo no fue expresado, lógicamente”.

La idea implícita es que si los jefes de la ESMA recibían su hagiografía escolar de Brown se apiadarían de sus prisioneros judíos. Aguinis toma su fantasía por realidad y se alegra de haber contribuido desde su supuesta “trinchera de escritor a salvar varias vidas”, afirmación de la que no brinda detalles que permitan verificar a quiénes ayudó ese libro y de qué manera. Incluso participó en el acto de donación de 5.000 ejemplares en el Edificio Libertad, pero aclara, con las mayúsculas de la desilusión trocada por el tiempo en alivio, que “Massera NO concurrió”, lo cual sólo prueba el desdén con que el destinatario recibió la lisonja.

– 2

Aguinis dice que él no quería participar en ese emprendimiento despreciado porque le “sublevaba tener que bajar la cabeza ante los represores”. Para convencerlo, mi padre le habría dicho con los ojos húmedos: “¡Pero se salvarán vidas!” Citar a quien ya no puede defenderse de semejante falsedad no forma parte de las normas aceptables para una polémica. Esta técnica califica a quien la usa.

– 3

Muy considerado con su persona preferida, agrega que está feliz por haber escrito esa obra “de cuyo ritmo y calidad no me arrepiento”. Sólo le faltaría corregir su “sitio oficial”, donde este regalo a Massera figura como editado en 1971, y lo que afirmó “La Nación” hace tres años, que su edición argentina es de 1981. Ni 1971 ni 1981: 1977.

– 4

Aguinis afirma que yo estaba “contratado por la Fuerza Aérea”. Esa es una patraña inventada en 1991 por los servicios de informaciones del gobierno menemista cuando apareció “Robo para la Corona”, repetida desde entonces por los defensores de la dictadura. Que alguien a quien le consta su falsedad la use 18 años después es indicativo sobre qué poco tiene para argüir sobre los datos simples y concretos que publiqué acerca de él.

– 5

También me llama “escriba de Kirchner”. Los lectores de mis columnas saben a qué atenerse. Para el resto, sólo diré que esa relación inexistente fue inventada en 2003 en una revista de José Luís Manzano y repetida por quienes desean perjudicar al ex presidente asociándolo conmigo o dañarme a mí vinculándome con él.

– 6

Niega que cobre una de las jubilaciones de privilegio de la ley 21.121 por sus once meses como secretario de Cultura, porque dice que fueron cinco años y ocho meses, en distintos cargos, y que antes de ser funcionario pagó contribuciones en varias cajas previsionales. Confirma así lo esencial: que desde 1989 (cuando apenas pasaba los cincuenta años, mientras la jubilación ordinaria no se otorga a hombres de menos de 65) percibió el equivalente a 1,7 millón de pesos actuales, significativa contribución personal a la distribución del ingreso que propone el grupo Aurora.

– 7

Dice que es un embuste que su esposa usara auto y chofer oficiales y pregunta qué prueba tengo. Ya la mencioné en mi nota: el testimonio de su jefe, Carlos Gorostiza, quien hasta recuerda haberle hecho una advertencia por esa práctica republicana. Interrogado por “Perfil”, Goro no lo negó.

– 8

También afirma que su aporte a la educación fue el más original del mundo, que lo amenazaron por él con varios premios y que Alfonsín lo apoyaba con entusiasmo. Estas frases coinciden al milímetro con el relato del mismo Gorostiza sobre los informes de Aguinis al regresar de las actividades protocolares que le encantaban: “Estuve brillante”.

– 9

Escribí que en el diario “La Nación” compara a Kirchner con Hitler y considera antisemita cualquier cuestionamiento a las violaciones a los derechos humanos por el gobierno de Israel. Aguinis lo niega. Sólo remito a sus notas del 31 de julio de 2008 (“Psicología del tirano”) y del 23 de enero de este año (“Israel, judío entre las naciones”).

– 10

Aguinis anunció que “no me prestaré a seguir con un debate tan estéril. Mi atención es demandada por cosas más importantes”. Hombre prudente.

Con pena y sin odio

La respuesta a la nota de Horacio Verbitsky

– Por Marcos Aguinis*

Perfil – 26 de julio de 2009

Es evidente que Horacio Verbitsky suda odio y resentimiento. Por eso debe sentirse dichoso como escriba de Néstor Kirchner. Ahora lo proyecta en contra de mí con llamativa obsesión. No quería responderle para no infligirle una herida. Una profunda herida. Además, sus acusaciones son groseramente falsas y ya las he desmentido varias veces. Confieso que me cansa repetir explicaciones, máxime si se basan en calumnias. Aprendí de Arturo Frondizi que no se las debe contestar. Por último, no me agrada escribir sobre mí.

Pero en fin, dedicaré un rato a dar respuesta a las mentiras de Horacio Verbitsky. También anuncio a los periodistas que no me prestaré a seguir con un debate tan estéril. Mi atención es demandada por cosas más importantes.

Sin conocer la vida de Horacio, confieso que lo admiré cuando publicó Robo para la corona. Me pareció una investigación seria y valiente. Util para nuestro vapuleado país. Además, sentía un gran respeto y valoración por la vida y obra de su padre, el novelista y periodista Bernardo Verbitsky.

¿Por qué empiezo con la memoria de su padre? Porque Horacio la mancilla. Me explicaré mejor.

Yo había conocido al escritor Bernardo Verbitsky cuando viajó a Río Cuarto para presentar su gran novela Etiquetas a los hombres. Pudimos hacer un aparte y hablar horas. Coincidíamos en nuestra decepción del sistema soviético, pese a mantener vivos los ideales y valores de la izquierda, y estábamos irritados con quienes calumniaban sistemáticamente a Israel. Bernardo se había convencido de que el anti israelismo muchas veces encubre judeofobia. Lo expresaba en su novela y en las conversaciones. Además, había tenido el coraje intelectual de criticar a Jean Paul Sartre por haber negado el gulag soviético.

Meses después me escribió, porque había empezado a trabajar en la DAIA. Descubrió un cuadernillo que yo había publicado en Río Cuarto, titulado “La cuestión judía vista desde el Tercer Mundo”. Había persuadido a las autoridades de esa institución de que efectuaran una reedición masiva, y solicitaba mi permiso. Yo acepté encantado. Cuando más adelante me radiqué en Buenos Aires, lo visité en repetidas ocasiones.

Entre otros temas, hablamos sobre la suerte que tuve de abandonar la provincia de Córdoba antes del golpe de Estado, porque allí algunos empezaron a decir que yo me había “fugado”. Tenía sobre mis hombros el delito de haber publicado La cruz invertida y ser el intelectual más conspicuo de la ciudad, después del magnífico Juan Filloy. Bernardo estaba seguro de que si me hubiese quedado allá, podría haber corrido la suerte de muchos desaparecidos. Los dos sufríamos al enterarnos sobre el desfile de familiares que concurrían a la DAIA para buscar ayuda sobre parientes arrancados de sus casas. Fue entonces que surgió la iniciativa que, con patética bajeza, Horacio me achaca. No fue una bajeza, sino una determinación de la que me enorgullezco.

Frente a Bernardo Verbitsky los directivos de la DAIA me explicaron que hasta entonces sólo se habían ocupado de cultivar relaciones con políticos y gremialistas. Pero nunca con hombres de las Fuerzas Armadas. Para llegar a los altos mandos y gestionar el paradero y la libertad de gente desaparecida, estaban impotentes. No tenían muchos caminos, porque el antisemitismo era intenso. Por esa razón publicaron un cuadernillo sobre el general José de San Martín, encargado a un historiador llamado Grosso (que yo no conocía, pero sí Bernardo) y donaron la abultada edición al Ejército. De esa forma, establecieron contactos que les permitieron rescatar a algunos jóvenes. Querían llegar también a la Marina. Enterados de que en el año 1977 se cumplirían dos siglos del nacimiento del almirante Guillermo Brown, lucubraron publicar otro cuadernillo dedicado a este prócer y actuar de la misma manera. Bernardo Verbitsky se entusiasmó con la idea y afirmó que yo era el escritor indicado. Mi reacción fue negativa, quizá porque me sublevaba tener que bajar la cabeza ante los represores. “¡Pero se salvarán vidas!”, exclamó Bernardo, con los ojos brillantes por alguna lágrima.

En la misma época me habían invitado a dictar conferencias en Caracas (la democrática Venezuela que recibía muchos exiliados argentinos). Como lectura de viaje llevé en mi maletín materiales sobre historia de la Marina nacional. Hasta ese momento no existía una buena biografía de Brown. Sus peripecias me encantaron. Era un personaje que hubiera seducido a Dumas, Salgari, Conrad, Melville. A mi regreso acepté escribir el cuadernillo, pero sólo si yo me reservaba los derechos de una nueva edición.

La DAIA estuvo conforme, sólo quería imprimir 5 mil ejemplares y donarlos a la Marina, para tender el puente que lograse rescatar a la mayor cantidad posible de desaparecidos. Hablé varias veces con Bernardo Verbitsky fuera de la DAIA, para pensar la forma del texto. Le gustó que empezara a mitad de su heroico periplo, porque atraparía el interés del lector. Quien se ocupaba de traerme las pruebas de imprenta ¡a casa! era Herman Schiller, otro redactor de Página/12 que pronto lanzó el valiente periódico Nuestra Presencia, muy crítico del régimen, y donde yo colaboré con intensidad. Schiller también trabajaba en la DAIA. Cuando falleció Bernardo en 1979, ahí publiqué una extensa necrológica titulada “Bernardo Verbitsky también es América”, parafraseando su novela Villa miseria también es América.

Mi folleto se fue extendiendo hasta convertirse en libro. Cuando estuvo terminado e impreso, la DAIA pidió a la Marina que le permitiese efectuar la donación de una forma solemne, para que este esfuerzo se irradiase a todos los mandos y, fundamentalmente, a los sitios de detención (este objetivo no fue expresado, lógicamente). En la DAIA me dijeron que yo debía concurrir, como autor del texto. Me pidieron que estuviese listo para acompañarlos apenas me avisaran.

El acto se demoró bastante. Por fin se accedió a recibir la donación y a los directivos de la DAIA en el Edificio Libertad. El acto fue extremadamente informal, todos de pie, apenas se sirvió una bebida y habló el director de la Biblioteca, quien puso en claro que no todo el libro había gustado, aunque agradecía este esfuerzo. Massera NO concurrió. Un directivo de la DAIA preguntó si daban a conocer este acto a la prensa, dada la absoluta ausencia de periodistas. La respuesta fue categórica: “¡No! ¡De eso nos ocupamos nosotros!”. Y, en efecto, se ocuparon de que no saliera ni una línea en ninguna parte. No les resultaba grato que una biografía sobre Brown hubiera sido escrita por un judío e impresa por la DAIA. Sólo apareció una nota en el Diario Israelita.

De modo que Horacio miente cuando se refiere a este tema. Y yo estoy feliz de haber contribuido desde mi trinchera de escritor a salvar varias vidas. Además de haber escrito una obra sobre Brown, de cuyo ritmo y calidad no me arrepiento.

Por la misma época, Horacio Verbitsky estaba contratado por la Fuerza Aérea, pese a su pasado de montonero. ¿No debería darnos alguna explicación sobre su directa colaboración con sus odiados represores, ya que pide decencia? Mientras yo trataba de salvar vidas, ¿qué hacía él? Para no agregar: ¿qué hacían sus patrones, los Kirchner?

Otra grosera mentira de Horacio es afirmar que yo fui funcionario sólo 11 meses. Once meses fui secretario de Cultura, pero desde el 10 de diciembre de 1983 me desempeñé como subsecretario de Cultura. Y después de enero de 1987 seguí como secretario de Estado a cargo del Prondec (Programa Nacional de Democratización de la Cultura), considerada la idea más original de la XXIII Conferencia Mundial de la UNESCO en Sofía, y que recibió apoyo y ayuda de las Naciones Unidas. Por ese programa, años más tarde fui nominado dos veces al Premio Educación para la Paz de la UNESCO por iniciativa de otros países –enterados de la obra que había realizado para la activa participación de la ciudadanía–, ya que el embajador argentino decidió no respaldar mi candidatura debido a mi oposición política, seguramente.

Mi actividad pública cursó toda la gestión del presidente Alfonsín (cinco años y ocho meses), desde el primer al último día. Y conté con su apoyo entusiasta. El no olvidaba mis trabajos en el CPP (Centro de Participación Política), la Carta esperanzada a un general, que publiqué en pleno gobierno castrense, mi lucha contra todo tipo de censura (por eso nos llamaban “democracia pornográfica”), el odio que me tenía la ultraderecha (expresado por la revista Cabildo) y las tareas para hacer florecer una inolvidable primavera cultural en todo el país. Al terminar mis funciones, emergí más pobre que nunca, porque había desatendido mi consultorio profesional y debía reiniciar casi de cero.

Revela Horacio Verbitsky una bajísima calidad moral al acusar falsamente a mi fallecida esposa de haber utilizado mi auto oficial para asuntos domésticos. Nunca ocurrió tal cosa. Además, muchas veces ni yo mismo lo usaba porque era un cascajo con olores asfixiantes. Era más cómodo desplazarnos en nuestro auto o en el transporte público. ¿Qué pruebas tiene para lanzar semejante embuste?

En cuanto a su reiteración sobre mi jubilación de privilegio, ya he aclarado en cartas de lectores y otros medios que no es tal, porque hice todos los aportes necesarios, como marca la ley. Es más: pagaba en varias cajas simultáneamente por mis diversas actividades, y lo hacía desde muy joven, cuando me designaron jefe de Trabajos Prácticos en la cátedra de Neurología de la Universidad Nacional de Córdoba poco después de recibido.

En cuanto a mi posición sobre Oriente Medio, vuelve a mentir, y espero que sea por ignorancia. Debería leer mi novela Refugiados, crónica de un palestino y advertir la ecuanimidad y la información con que manejo este difícil problema.

Pero ocurre que soy un judío que puede defender a los palestinos en sus justos derechos sin tener que, al mismo tiempo, renegar de los justos derechos que también asisten a los israelíes. No padezco auto odio.

Y bien, Horacio. Ahora que he limpiado varios asuntos de tu letrina, podés dedicarte a investigar mi otro rubro: mi familia. Tal vez descubras que cuando pequeño le levanté la voz a mi abuelita y entonces demostrarás que soy un degenerado. Porque tu objetivo es descalificar a las personas, no un debate racional. Ya te conocen.

Espero que después de esta larga explicación (sobre la que pido disculpas a los inocentes lectores), se calme tu odio, respetes mejor a tu noble padre y, sobre todo, te parezcas más a él.

– *Escritor.

Qué dijo Verbitsky en ‘Página/12’

En su artículo “¡Decencia, canejo!”, Horacio Verbitsky publicó el domingo 19 de julio en Página/12 que el escritor Marcos Aguinis “tramitó una jubilación de privilegio” por su gestión de once meses como secretario de Cultura durante la presidencia de Alfonsín.

Verbitsky disparó contra Aguinis luego de que el autor de ¡Pobre patria mía! firmara una nota en La Nación, titulada “¡Hambre cero, ya!”.

Según el periodista, “en su nota, Aguinis atribuyó el hambre al ‘ineficiente uso que se hace de las multimillonarias cifras que se recaudan’”.

Y agregó, citando al antecesor de Aguinis, Carlos Gorostiza, que el escritor “usaba los vehículos y los choferes de la Secretaría de Cultura para las actividades personales de su esposa, una de las razones por las que ‘sólo duró pocos meses’. Le pidieron la renuncia el 21 de enero de 1987”.

Verbitsky dice que “por esos once meses de gestión, (Aguinis) tramitó una de las jubilaciones de privilegio de la Ley 21.121 y que su haber actual es de 6.629,68 pesos”. El cálculo del autor de Vuelos de la muerte es que “en los veinte años transcurridos, la jubilación de Aguinis implica un total de 1.723.716,80 pesos”.

– Fuente: Página 12

1 COMENTARIO

  1. Desplumando un pavo real
    Lo felicito a Horacio por poner al desnudo a un personaje “intelectual” que habla desde el resentimiento.
    Fue parte de un gobierno y participe de la política y del clientelismo político de su época y como no “engancha” nada habla a ver si le “tiran” algo.

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