El mosquito lleva más de 20 años reinstalado en Argentina, pero la amenaza de epidemias se vuelve apremiante solo en periodos estivales. A continuación, especialistas analizan las causas de su permanencia y las posibles soluciones sociopolíticas y científicas que podrían erradicarlo.
Bacterias, repelentes, fumigaciones y hasta mosquitos transgénicos. Múltiples disciplinas científicas pusieron en marcha su inventiva desde que los virus del dengue, zika y chikungunya se transformaron en una verdadera amenaza regional.
En Argentina, el brote de dengue de la temporada 2015/2016 arrojó un saldo de 43.582 casos confirmados1, entre autóctonos e importados; un 51,92 por ciento más que en 2009, cuando ocurrió la explosión del virus más importante hasta el momento. Sin embargo, la población de Aedes aegypti del último verano no resultó significativamente superior.
Para pensar las causas de la epidemia reciente, habría que retrotraerse al último arribo del vector al territorio argentino, en 1985. Desde entonces, los factores climáticos, el movimiento interregional de las personas y las escasas acciones de prevención permitieron que el insecto se asiente y, con ello, se multiplique la probabilidad de trasmisión del virus en los meses de altas temperaturas.
Hasta el momento, se sabe que Aedes aegypti es un mosquito doméstico –no se mueve mucho más de cien metros-, su hábitat predilecto contiene cacharros donde se acumula agua, espacios protegidos del sol, plantas de donde proveerse su néctar de cada día y humanos rebosantes de sangre para acumular proteína.
Se sabe, también, que las hembras –las únicas que pican y trasmiten- prefieren ubicar sus decenas de huevos pegados en distintas superficies como cubiertas, bebederos de mascotas, rejillas, floreros, baldes, macetas, frascos u otros objetos que quedan olvidados en el jardín de la casa, en basurales, periferias de hospitales, escuelas, cementerios y hasta en depósitos de autos del Poder Judicial.
Se sabe, además, que la gran cantidad de los huevos sobreviven sin agua hasta la próxima temporada estival en la que eclosionan, se convierten en larvas, luego en pupas y, por último, en el mosquito adulto listo para picar, adquirir el virus y volver a picar.
Sin embargo, cabe preguntarse si se sabe realmente acerca del mosquito cuando ciudadanos y funcionarios postergan para el verano las acciones que deberían realizarse en invierno si se quiere reducir la población del Aedes, esto es: limpieza de recipientes con huevos pegados y eliminación de posibles refugios futuros del mosquito.
Sylvia Fischer, investigadora de CONICET e integrante del Grupo de Estudios de Mosquitos de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, no titubea: “Las políticas deberían apuntar a reducir la población del vector y eso se trabaja localmente, con las personas del lugar, para que incorporen nuevos hábitos a su vida cotidiana, ya que el mosquito no se mueve, el virus viaja con las personas”.
Los caminos de la (des)información
Desde hace dos décadas, múltiples mensajes se envían a los medios de comunicación en relación al dengue y a la acción de descacharrar, pero sin precisiones y a destiempo, coinciden los expertos consultados. Por el contrario, las acciones públicas llegan después de que se formaron los mosquitos, cuando la publicidad del repelente y la escena del fumigador en la plaza cobran relevancia por sobre la prevención.
“Las fumigaciones –según Fischer- no sirven para este mosquito, debido a que éste no está en los lugares que se fumigan habitualmente. Además, aún si tuvieran acceso al interior de las casas, fumigaran y mataran a los mosquitos adultos, dejan larvas o huevos en los criaderos que, a la semana, se convierten en adultos y, con esto, la gente piensa que se está haciendo algo y, así, se desentiende del problema”. Por otro lado, los insecticidas afectan la salud de las personas y de otros animales.
En el caso de los repelentes, su capacidad inhibitoria (producida por el principio activo DEET) se reduce a medida que se utiliza por tiempos prolongados, generando un aumento de la tolerancia de las hembras que necesitan sangre para producir sus huevos, por lo que la sobreexposición a estos químicos tampoco disipa la amenaza.
Ambas opciones responden a un fenómeno social, político y económico que Nicolás Schweigmann, profesor e investigador de Exactas de la UBA, decidió llamar “paradigma químico”, donde el ‘qué se puede tomar’ o ‘qué químico se puede aplicar’ son los primeros interrogantes ante un problema sanitario o ambiental.
“La comunicación científica –apunta Fischer- fomenta el paradigma químico, porque presume que nosotros vamos a generar las soluciones. Si bien este no es nuestro planteo, desde la biotecnología sí se vende más acerca de “la” solución. En realidad, la solución surge a partir del entendimiento del problema”.
A su vez, los investigadores señalan falencias en la información difundida por los medios y las escuelas porque no muestran al vector en su fase huevo y larva. “Es una falla muy grave, porque la gente conoce las larvas, ‘vio el bicho’ en su casa, pero no sabe que es eso lo que tiene que eliminar. Si se hubiera trabajado con los chicos hace diez años, esos chicos, de adultos, sabrían cómo actuar”, sostiene Fischer.
Frente a este dilema, Schweigmann sugiere volver a un “paradigma ambiental”, en el que se integre el sujeto con el ambiente en su conjunto: “Proponemos un modelo de trabajo y de prevención que llamamos ‘manzana saludable’ y se basa en la idea de comprender entre todos los vecinos que la manzana es el lugar en el que vivimos y la tenemos que cuidar”.
Esta propuesta implica relación, conexión, conversación entre los vecinos para pensar en la calidad de vida del lugar, “no solo para el mosquito, sino para un montón de cuestiones que pueden llegar a significar problemas para nosotros, como roedores o ruido”.
En busca de articulación
Para lograr el objetivo de manzanas enteras libres de Aedes, el trabajo debe incluir vecinos y directivas municipales, provinciales y nacionales. El Grupo de Estudios de Mosquitos realiza, desde 1998, un relevamiento constante en 218 puntos equidistantes de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
El mapeo se realiza con sensores de oviposición (frascos oscuros con agua y una superficie rugosa adherida para que las hembras depositen sus huevos) que se controlan y se limpian una vez por semana. Estos artefactos –en apariencia, rudimentarios, pero útiles para detectar su presencia en un lugar, buscar en las cercanías los criaderos y comparar su población con temporadas anteriores.
Empero, Fischer advierte: “No hay una base de datos regional sobre este tema. Sería necesario, pero implica asignar recursos económicos. No lo puede hacer gente que, al mismo tiempo, haga otras cosas, como ocurre en la mayoría de los municipios, donde no hay gente formada en el tema. No hay biólogos, hay veterinarios sin formación específica en el tema”.
Como alternativa, el Doctor en Neurociencias Mariano Rodríguez, diseñó un programa de prevención del dengue y otras patologías asociadas al Aedes en el que el Consejo Interuniversitario Nacional (CIN), la Secretaría de Políticas Universitarias y la Dirección de Epidemiología del Ministerio de Salud de la Nación capacitarán investigadores y especialistas en las universidades de las zonas afectadas.
“Se trata –amplia el investigador- de cubrir las diversas aristas de la problemática, desde lo biológico hasta lo social, incluyendo lo referente a infraestructura: redes de agua corriente y eliminación de basurales”.
Una lógica a la que Fischer adhiere: “Son sistemas transdisciplinarios en los que no se puede dar una única respuesta y donde se articula los saberes y lenguajes de las áreas involucradas, pero no son estrategias premiadas científicamente”.
Respuestas a la epidemia de Dengue, desde la biotecnología
Mientras tanto, la reciente expansión de este virus resonó en vastos sectores de otras ciencias y otras latitudes que se enfocaron tanto en la reducción de poblaciones del mosquito como en la erradicación del dengue.
Ejemplo de este último caso es el investigador australiano Scott O’Neill, quien propuso inocular al mosquito Aedes aegypti con una bacteria Wolbachia, que le permite generar resistencia a los virus dengue, zika y chikungunya.
Por su parte, el Centro de Estudios Parasitológicos y de Vectores, que depende del CONICET y de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), busca elaborar un larvicida biológico y durable a partir de la bacteria Leptolegnia chapmanii que mata a todas las larvas de mosquito existentes entre tres y 24 horas después del ataque.
Por otro lado, el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) optó por la esterilización del mosquito. Esta técnica radica en la cría de machos expuestos a radiación y su dispersión sistemática en los focos afectados, con el objetivo de bloquear la fecundación.
Otra de las maniobras de control de Aedes aegypti tiene que ver con la transgénesis de machos que, al fecundar a la hembra, generan huevos con un gen autolimitante que no permite que la larva se desarrolle, por lo que finalmente muere. No obstante, la efectividad y seguridad ambiental de estos métodos no está 100% asegurada, por lo que su aplicación también implica riesgos2.
Se trata de ensayos que funcionarían como medidas paliativas una vez que se está en presencia del mosquito adulto, pero, en Argentina, existe una temporada invernal con temperaturas inferiores a 12ºC en la que no hay adultos del vector. En otras palabras, se cuenta con buena parte del año para erradicar los huevos de Aedes aegypti en cada barrio y en cada vivienda sin generar ningún tipo de impacto ambiental.
De cualquier forma, queda pendiente un debate acerca de cómo se deben encarar las problemáticas epidemiológicas que derivan de factores tanto medioambientales como culturales, socioeconómicos y políticos, y de cuál es el rol de la sociedad, la ciencia, el Estado –y, por qué no, los medios y el mercado- en la solución o la profundización del problema.
La buena noticia: todavía hace frío.
1http://www.msal.gob.ar/images/stories/boletines/Boletin-Integrado-De-Vigilancia%20N318-SE28.pdf
2http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC3541591/
– Por Carolina Vespasiano (Agencia CTyS-UNLaM)
Colaboradores: Sebastián Alonso y Nicolás Camargo Lescano.