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domingo, noviembre 24, 2024

Divorcio a la salteña

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Una de las consecuencias aquí es el rápido cambio de la estructura de la vida familiar.

Francisco fue claro y arriesgado cuando le dijo a su mujer de 40 años de compañía ininterrumpida: ”Me quiero divorciar”, como tampoco la respuesta de Antonia se hizo esperar: “Ni se te ocurra”. La respuesta me da el margen para aclarar el entuerto del que se trata.

Primero dije “claro”, ya que fue directo, sin rodeos, preciso sin “medias tintas”. Luego dije “arriesgado”, en la inteligencia de que no esperaba tamaña oposición. Del lado de Antonia fue un NO rotundo, inconfundible, sin malos entendidos. Fue un NO cartesiano, con la evidencia suficiente como para que no hubiera dudas de que la respuesta de “quedáte en el molde y no me provoqués”, como las mujeres de otras generaciones. Lo cierto es que la orden de Antonia era terminante, al estilo bíblico que las cosas del matrimonio las decide Dios y Él las separa.

Qué extraña distancia con las formas modernas de relacionarse en que están planteados nuevas formas de relacionamiento, un replanteamiento fundamental en la manera en que conducimos nuestras relaciones. Una de las consecuencias aquí es el rápido cambio de la estructura de la vida familiar. Las cifras de los matrimonios están bajando, los divorcios aumentan, y la mayor parte de las parejas son actualmente parejas de hecho. Ahora más que nunca las nuevas relaciones son estratégicas, se huye de las relaciones que no funcionan en lugar de tratar de arreglarlas, y esto significa un aumento considerable del número de solteros.

Hoy, supuestamente, prima el reinado de los solteros (auténticos o forzados). También significa que nuevos tipos de familias están emergiendo, muchas de las cuales tienen a la cabeza a un solo adulto. Por ejemplo, las familias de divorciados son las que ahora están creciendo rápidamente. La estructura de familia tradicional ha cambiado (cohabitación vs. matrimonio/ padres y madres solteras adoptando hijos/ matrimonios del mismo sexo, etc.). Además, las familias deciden tener menos hijos y no renunciar a su nivel de consumo.

Lo de Francisco era casi un juego, quizá como esperando esa respuesta de: “por aquí no pasó nada”, pero las cosas de la convivencia se desgastan, las relaciones agotan la santa paciencia y la capacidad de armonía sostenible. Pero en Antonia qué primaba para resistirse a la tentación de no querer dar el portazo. Quizá se apegaba al orden de lo feliz que tiene estar “cazado” y tal vez realmente fuera “auténticamente” feliz en su estado de compromiso conyugal. La cantinela la tuve que aguantar Yo, que en mi condición de Psicólogo, tenía que tener las respuestas precisas para colmar el desconcierto de mi amigo del bar. En el bar somos todos amigos, a excepción de cuando surge un problema; ahí los inofensivos socios pierden tal condición, para pasar los abogados a resolver las cuestiones jurídicas, los médicos a atender las consultas extra-consultorio, los contadores a dibujar (sin honorarios) el estado patrimonial de los compañeros trebejistas y, en mi caso, a responder a los interminables conflictos de la vida moderna. Es el momento en que se deja de ser el jugador de ajedrez, para ser amigo del alma.

La Nueva Cultura

Para sostenerse en esta época hay que entender, inexorablemente, las reglas de juego de esta cultura, muy difícil de sostener desde la formación tradicional a fuerza de ser un antiguo. En ese sentido cómo explicarle a Francisco, que su Antonia era una romántica decimonónica, aferrada a los principios de sus padres y abuelos, que la criaron en el silencio (la no rebeldía) y el acatamiento. Que el trato era “hasta que la muerte nos separe” y su memoria no puede mancharse. Pero, lamentablemente, para ella cada vez son más felices las parejas sin el matrimonio.

Las encuestas demuestran que el matrimonio se ve desacreditado en su paso hacia el compromiso. El amor mutuo, la confianza y el respeto ahora son más importantes. El matrimonio se ha convertido en solamente la celebración de un día y una mera formalidad. Que en este nuevo realismo (realismo siglo xxi) las reglas de la monogamia están vistas más como unas guías y unos ideales que como auténticas reglas que hay que imponer sin compromiso. Estamos ante el síndrome de las relaciones aceleradas. Las relaciones y la intimidad están avanzando más rápido que nunca. En nuestra creciente sociedad de las prisas, el tiempo o la falta de él están teniendo un enorme impacto en cómo encontramos el amor, la compañía y el sexo. Mientras las horas de trabajo se expanden y el tiempo de ocio desciende, nadie puede permitirse perder el tiempo en una relación que no va a salir adelante. Y por eso, cuando conocemos a una persona queremos que cumpla con todas nuestras expectativas de forma rápida.

Con el perdón hacia el género femenino (a quienes admiro y respeto) todavía queda entre las mujeres la táctica del “último recurso”, aquél referido a los embarazos (durante el noviazgo) tendiente a dar caza a la presa reticente, es decir aquellos especies masculinos que, contra todo obstáculo, se resisten a dar un sí consentido y prefieren esperar a que un inesperado traspiés de embarazo los obligue a enfrentar el púlpito del altar, con el consiguiente malestar de la familia política.

Entiendo que, a pesar de no quedarle otra a las “ingenuas” enamoradas, no les queda alternativa frente a la obstinada resistencia. No es el caso de mi querido Francisco y su férrea Antonia.

Lo cierto es que como hombre de varias generaciones pasadas, sigo siendo fiel al conservador estilo de un noviazgo prudencial para conocerse, probar si hay un cariño auténtico, compartir ideales y, si la cosa funciona aceitadamente, formalizar un real proyecto de amor con mucho presente y futuro venturoso.

Precipitados en la globalización, lo extraño del hecho no es el propósito de divorcio y por qué a la salteña, porque en la posmodernidad prima lo líquido, lo etéreo, lo insustancial y es poco común que, en estos tiempos una mujer (tanto como un hombre) privilegie la continuidad a cualquier costo (en el buen sentido) que la vehemencia de una ruptura. Lo abracé, tiernamente, a mi amigo y compañero de juego y le afirmé convencido: “Hermano, dale para adelante, que lo de Uds. es muy sólido y no vale pena aventurar lo inédito”. Para arrepentirse hay tiempo, y los Sicólogos tenemos la impunidad para equivocarnos.

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