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miércoles, mayo 8, 2024

El agotamiento político prematuro de Urtubey

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Hay quienes conjeturan que la ebullición dentro del Partido Justicialista para definir las candidaturas a diputados nacionales para las próximas elecciones, es un signo de la pérdida de poder político de Juan Romero. Una verdad nada reveladora.

Además la efervescencia, haciendo honor a la verdad, la provocó uno de sus más leales acompañante, Walter Wayar. Porque sus principales alfiles “estelares” Manuel Brizuela, Fernando Yarade, Javier David, amojamados, tan o más estigmatizados que él, sin ninguna inserción o gravitación en la militancia menos en el plano independiente, son impugnables para cualquier proyecto futuro. Más bien son identificados como símbolos de lo irregular o ilícito. Definitiva y decididamente deplorables como marketing.

¿Y después quién?

Así, la derecha ortodoxa o lo que queda agazapado del Consenso Washington del justicialismo a nivel nacional, desde el conflicto con el campo, ha venido in crescendo, no por su propio peso específico, sino por los horrores estratégicos de la necedad del gobierno nacional que ha dilapidado jirones de poder político. Sin cuestionar la esencia de la decisión, sino los modos, las vías.

Paralelamente, el más recalcitrante adlátere de ese modelo pernicioso, Juan Romero, tiene el efecto contrario y en picada.

Es tal el agotamiento y cansancio de confiabilidad que dispensa este espécimen de la política o de los negociados de la política, que el sobrino -para poder intentar presentarse en la interna del justicialismo local- ha tenido que peregrinar a la capital a buscar una foto de un referente no fulgurante como el ex gobernador de la Provincia de Buenos Aires: Felipe Solá.

Y ahora el propio Romero, con el argumento de una alianza -intrascendente o la nada en los medios nacionales-, va en busca del paraguas de la dupla bonaerense para su propia subsistencia política.

Romero está derrotado.

Ya vive su crepúsculo de la oscuridad. Si asoma el rostro en estas próximas elecciones, se formaliza la derrota. ¿Algo más que decir sobre el particular? Todo un epitafio.

Lo revelador y que los serviles y mercenarios pretenden desvirtuar de una y mil formas, es el agotamiento político prematuro e insoslayable de Juan Manuel Urtubey.

Es más el descrédito o desgaste del discípulo en poco más de un año de gestión que los doce del emblema de la decadencia de las instituciones republicanas: Juan Romero.

No se puede argumentar para su defensa -o como que nada tiene que ver con esta situación- que el peronismo o Romero está en una encerrona, porque no se lo reconoció a él –Urtubey– como el conductor natural de esa facción partidaria.

Nadie objeta la significación legal y fundamentalmente que su legitimación de origen ha sido de real trascendencia. Porque precisamente el imaginario colectivo consideró agotada la gestión y el modelo político de Romero. Pero carece de legitimación de gestión, por las serias contradicciones prácticas con su propuesta original, y literalmente por su cobardía de naturaleza.

Los liderazgos se ejercen, no se piden permisos o se esperan invitaciones. Claro, obviamente con autoridad política, humildad, transparencia, audacia, valentía de un hombre de bien, coherente con los valores esenciales de un ciudadano comprometido con la democracia y el estado de derecho real y no resabios y esencia del autoritarismo -muestra de su debilidad-.

El silencio o la mezquindad de Juan Manuel Urtubey con respecto a la interna no es una estrategia, sencillamente es porque no tiene la fuerza, crédito o poder político en el “Justicialismo” y porque sustancial y paradojalmente es un subordinado más de los pocos que le quedan a Juan Carlos Romero.

Este gobierno es absolutamente igual en su formato y en la propiedad de lo pernicioso al de Juan Carlos Romero. Con la única diferencia que Romero en su gestión, por “derecha o por izquierda”, tenía el poder político arriba y abajo en la bases. Urtubey no es que no debe patrocinar, sino que no puede intentar decir: “estos son mis candidatos”.

Porque no sólo que no los favorecerá, sino que sería una mochila pesada para ellos y una cada vez más empinada recorrida de su propia gestión. Y no hablemos de futuro político (ya no le alcanzará con ser “lindo”, estará a la vista todo el lado “feo” de la gestión).

En rigor, Romero ya es el ocaso, que oportunamente, al inicio o antes de esta gestión lo advertí. Reitero: falta formalizar la lápida.

Hoy, Urtubey no es garantía de triunfo para adentro del justicialismo, menos en las elecciones generales legislativas. Aún cuando Romero habla de lo “prestigiosa que es la Provincia después de su gestión y que las cuentas cierran” -que en su momento hablaremos del tema-.

Así, es una verdad de Perogrullo -es evidente y consabido- que Urtubey no bendecirá -exponiéndose él- a nadie en estas próximas elecciones. Corre el riesgo y teme que lo saquen de la cancha antes de tiempo. Tal es su “confianza”, que le manifiesta por lo bajo a los intendentes que ayuden a quien sea, pero no a su ex contrincante, hoy, su síndrome del broche de la capitulación: Walter Wayar.

También depende de los pasos y convicciones de este último. Más aún, ¿Y si Walter Wayar, además de participar en las elecciones para diputado nacional -por dentro o por fuera del Justicialismo-, también anuncia su candidatura a Gobernador 2.011?

Y sino, un enigma. ¿Quién puede ser el referente peronista, que con decisión y modestia, aglutine el voto útil ciudadano opositor que quiere formalizar la defunción política de Romero y castigar -dejándolo más enclenque- a Urtubey?

En este estatus quo y/o contexto de la política vernácula, más aún, los supuestos progresistas no pueden ser incoherentes o ingenuos, decir que hay que ganarle nuevamente al Partido Justicialista al tiempo que, paradójicamente, lo defienden al actual gobernador.

Porque Urtubey es en su esencia y se nutre en un 95 por ciento de ese anquilosado “Partido Justicialista Romerista” que ellos dicen que hay que vencer.

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