Frecuentemente se confunde al Estado Nacional con Poder Ejecutivo solamente y a este con Democracia.
En realidad el Estado es el administrador y gestionador de los bienes públicos; vela por la seguridad del ciudadano, por los intereses comunes y hace respetar el estado de derecho de todos los habitantes de un país entre otras cosas, pero detengámonos aquí que ya es mucho pedir.
El poder ejecutivo, presidido por su máxima figura, y elegido por el Pueblo, “máximo soberano” del país, tiene entre otras funciones, representar a los habitantes ante el concierto de las Naciones y organismos Internacionales trabajando coordinadamente con la Legislatura y la Justicia, según el sistema Republicano.
La Democracia es el gobierno del Pueblo legitimizado ordinariamente en las urnas, siendo esta la máxima expresión de alteridad socio-política de una Nación.
La confusión de estas tres dimensiones suele ser la muestra, en algunos casos, de una joven cultura cívico-nacional y en muchas otras la de una corrupción de poderes que manipulan la “Soberanía Nacional” bajo oscuros intereses económicos o quién sabe de qué tipo.
Es clara la tendencia en la sociedad occidental (tanto en los países industrializados como en los emergentes) las riquezas tienden a reducirse a grupos selectos: riquezas materiales, intelectuales y tecnológicas entre otras.¡Menos mal que no se llevan las espirituales, todavía! Pero también hay despojo de estas…
De la otra gran mayoría de personas, algunos se sirven de las migajas que estos dejan caer de sus mesas voluptuosas y otros, que realmente son muchos, subsisten bajo los efectos de alguna anestesia existencial para no volarse la cabeza(droga, placer, hiperactividad, cuadros hipocondríacos, vicios de pantalla, etc…)
¿Cómo acomodar el poder para que sea más equitativo? ¿Es suficiente la Democracia o esta se diluye en la marea pública? ¿Nuestras mega metrópolis, nuestra hiper y nano tecnología no son una efectiva manera de disolvernos en la masa anónima y vanal?
Quizás una mirada más atenta a las pequeñas comunidades ( empezando por las formas familiares) nos saquen de esta angustia existencial, de este malestar cultural, de esta desidia de la vida y nos centren más en la belleza de la existencia, en la utilidad de sentirse vivos participando de un proyecto que nos realice como personas íntegras y cuando menciono esta palabra me refiero a todas las dimensiones del ser humano que voy a sintetizarlas en dos: la inmanente y la trascendente, es decir con los pies en la tierra pero sin perder de vista el cielo, enraizados en el presente pero proyectándonos al futuro.
Mucho sistema, mucha estructura, mucha artificialidad, muchas necesidades creadas, muchos vicios, mucha violencia, mucha “comunicación”, mucha soledad, pero poca realización, poca salud, pocas alegrías profundas, pocas seguridades, poca solidaridad, pocas ideas claras, poca valoración de la vida propia y ajena, en definitiva poca vida y mucha muerte sin estar ni en guerra ni ante una tragedia inesperada de la madre naturaleza.
Tal vez, para escaparle al estado de coma existencial, la reflexión sea un camino distinto y posible.
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