«Un poema es una cosa que será. / Un poema es una cosa que nunca es, pero que debiera ser. / Un poema es una cosa que nunca ha sido, que nunca podrá ser», dice Vicente Huidobro en el prefacio de su celebradísimo Altazor. Esta seguidilla de postulados propone algo que durante mucho tiempo estuvo en la cabeza de la crítica, y que puede reducirse a lo siguiente: el poema no es más que una imposibilidad. Pero ¿de qué tipo de imposibilidad estamos hablando?, ¿de una de orden semántico?, ¿de una de orden sintáctico?, ¿de una de orden fonético? Por lo general, se trata de una de orden semántico, aunque, en ocasiones, también de una de orden sintáctico y, en casos excepcionales, hasta de una de orden fonético. El poema es al fin y al cabo un imposible, y, por eso mismo, tiene la facultad de incomodar siempre. Rolando Revagliatti se ha ocupado de poner en evidencia este curioso hecho en cada uno de sus libros, y, naturalmente, Habría de abrir no pretende ser una excepción.
La imposibilidad/incomodidad planteada en este poemario se advierte en su hermetismo, un hermetismo que no tiene nada que ver con el de Ungaretti, Montale o Quasimodo, sino más bien con un discurso que se instala en los límites de lo interpretable, de lo atendible, mediante un conjunto de operaciones que buscan jugar (y lo lúdico reafirma aquí su
poderío) con el aparente sentido de los textos. El calambur, la aranomasia, la elipsis y el zeugma parecerían ser los recursos escogidos para que una suerte de confidencia se despliegue y, a la vez, recule en cuanto se vea descubierta, un ritual que podría sintetizarse, como nos lo sugiere el propio Revagliatti al final del primer poema de la serie (el que justamente le da nombre al libro), en un simple «abrir / sin abrirse».
Estas confidencias, si bien herméticas, adoptan diferentes niveles de tensión en su discurso interrumpido, lo que, paradójicamente, las fuerza a decir más. Por ejemplo, pueden jugar (y lo lúdico insiste en reafirmar su poderío) con lo escatológico, como en el poema «El hombre que volvió de la muerte», en donde leemos lo siguiente: «Soy todo cicatrices // Lo que de mí volvió / solamente a ustedes / les incumbe»; pueden apelar a lo cotidiano para actualizar una máxima socrática (la clásica «Solo sé que no sé nada»), que es lo que se insinúa en «Comportamientos», donde leemos: «Hoy / el comportamiento de las puertas / añade desconcierto / al de las persianas // Mal me lo explico // Así que mejor / no lo explico»; pueden hilvanar una especie de metamorfosis onírica para discutir la esencialidad del ser, como en «Que me tuvo no», donde leemos: «En una sola ocasión soñé que yo no era / en una sola ocasión soñé que yo no era quien soy / que yo no era un animal fabuloso / un animal animado por la fábula / un animal con ánima en la fábula // En una sola ocasión me soñé careciendo / de mis tradicionales atributos / una sola vez me soñé intrascendente: / un sujeto cualquiera redactando / un simple texto referido / a un sueño que me tuvo no / como animal fabuloso», y pueden vigilar de cerca los sentimientos —cuestionándolos, arrinconándolos, incluso, ahogándolos— para que no se conviertan pronto en sentimentalismo barato, que es lo que sucede en «Salven», donde leemos: «Los salvavidas / de plomo / como los sentimientos / son un plomo // aunque / a veces / salven / vidas // los sentimientos».
Habría de abrir fue publicado por la mítica Editorial Leviatán en septiembre de 2023. Cuenta con un interesantísimo prólogo del polígrafo venezolano Teódulo López Meléndez y con una no menos interesante ilustración de tapa de la célebre artista argentina Marcia Schvartz. Los lectores deberían imaginarse ya lo que habría de ocurrirles si decidieran abrir el libro, y si nada viene a sus mentes todavía, esto es todo lo que necesitarán saber por el momento: una sucesión de herméticas y lúdicas confidencias los esperan.
‘Habría de abrir’, Editorial Leviatán, Buenos Aires, 108 pág., septiembre 2023.