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domingo, noviembre 24, 2024

El historiador Eduardo Saguier teme por la vida de Bergoglio

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Bergoglio pidió por la vida de los jesuitas.

Este Lazarillo se puso en contacto con el reconocido historiador argentino Eduardo R. Saguier en cuanto recibió un largo comentario a su artículo Un cura argentino denunció a Bergoglio, publicado en La Marea y en este mismo DdA, a propósito de la complicidad de la iglesia católica argentina con la dictadura de Onganía (1966-1967). Una vez tenidas en cuenta las informaciones aportadas por el periodista Horacio Verbitsky en el diario Página/12 acerca de la colaboración de Jorge Bergoglio con la dictadura del general Jorge Videla, damos la versión aportada por Saguier, en la seguridad de que contribuirá a un conocimiento más amplio de aquel turbio y sangriento periodo histórico. El historiador e investigador argentino ha preferido resumir en una sola y extensa respuesta el cuestionario que este Lazarillo le planteó, si bien no se ha resistido a contestar así a la pregunta que le planteaba acerca del porvenir del papado de Francisco, sin argumentar las razones de su temor: Lo que pueda ocurrir de ahora en más lo ignoro, pero mucho me temo que intenten acabar con la vida de Bergoglio.

He aquí la versión de Eduardo R. Saguier:

«En principio, contra todas las explicaciones que han brotado sobre el denominado “Proceso” (1976-1983), entiendo que no se puede comprender dicho período dictatorial, de terrorismo de estado, sin concatenarlo con la dictadura militar previa, que fue la de Ongania , y sus sustitutos Levingston y Lanusse, que se extendió desde junio de 1966 hasta marzo de 1973. El período intermedio, entre 1973 y 1975, fue un interregno populista, donde existió un doble poder y una lucha feroz entre facciones del oficialismo peronista que se dirimió con el triunfo del ala más derechista representada por López Rega y su brazo terrorista: la Triple A , en cuyo transcurso ejecutó a más de un millar de militantes populares, en vida de Perón y luego durante la presidencia de su viuda, crímenes que aún se mantienen impunes.

Es en este contexto cuando Bergoglio –luego de haber estudiado para técnico-químico (1955-1957)- siente el llamado de la vocación religiosa ingresando como novicio (1957), y finalmente ordenándose de sacerdote doce años después, en 1969, el mismo año del Cordobazo (una insurrección popular que vino a enterrar la experiencia burocrático-militar de la dictadura de Ongania). Es en esa época en la que aparentemente Bergoglio se vincula con Guardia de Hierro, facción política natural para quienes tenían afinidades religiosas católicas (Julio Bárbaro, De la Sota, Chacho Álvarez, etc.), pues no era así el caso de los demás partidos políticos, que fueron y son agnósticos por naturaleza.

Es precisamente después del Cordobazo (29-V-1969) cuando comienzan a prevalecer las tesis militaristas de la lucha armada y el pasaje a la clandestinidad de muchos cuadros políticos, que hasta entonces habían militado en la superficie y en las organizaciones de base. Con el pasaje a la clandestinidad y la militarización de esos numerosos cuadros político-estudiantiles se acabó el debate político y la libre discusión en las asambleas de base.

Es también la misma época en que apareció por vez primera la novedosa presencia de los cristianos de izquierda estrechamente vinculados a los curas villeros o del Tercer Mundo (García Elorrio). Esa militancia política de los cristianos de izquierda se despreocupó de las reivindicaciones político-liberales, tales como las libertades de expresión y de cátedra, y pasó raudamente de la Acción Católica a la lucha armada, sin la más mínima experiencia política, y sin conocer siquiera lo que era un comité o unidad básica ni una comisaría por dentro. La militancia Tercermundista desconocía las luchas del liberalismo político contra el atraso y el despotismo clerical y por la Ilustración moderna. Es decir, se trataba de una militancia inficionada de un aventurerismo infantilista, contagiada por la experiencia castrista, en franca competencia ideológica con el guevarismo marxista, y en un afán reivindicador e idealizador de la previa experiencia Peronista (1945-1955). Ninguno de ellos había vivido su vida adulta en el primer Peronismo. La caracterización de la denominada Revolución Libertadora (1955) como un golpe de estado más, equiparándola a los golpes de estado del 30, 43, 62 y 66, es equívoca y falsa, pues en realidad el del 55 se trató de una insurrección cívico-militar de comandos civiles (en especial cordobeses) que fueron desplazados de la hegemonía insurreccional por los cuadros más jóvenes de la oficialidad militar (pues todo el generalato era peronista). Y tampoco ninguno de estos Tercermundistas, ni el PC ni las agrupaciones universitarias reformistas, habían acudido en defensa de los regímenes democrático-constitucionales, cuando cayeron por golpes militares los gobiernos de Arturo Frondizi en 1962 y de Arturo Illia en 1966.

Fue en esas contradictorias circunstancias, en 1970, a un año del Cordobazo, cuando aparece de improviso, como el hongo después de la lluvia, la existencia de una desconocida agrupación guerrillera auto-titulada Montoneros, con el secuestro y asesinato del General Pedro Eugenio Aramburu (29-V-1970), y luego se produce la posterior caída de Ongania (8-VI-1970) y su sustitución primero por el Gral Levingston (1970-1971), y luego por el Gral. Lanusse (1971-1973). Producido ese crimen, que fue fogoneado por los organismos de inteligencia ligados a la dictadura de Ongania (léase el ministro Gral. Imaz y los nacionalistas católicos que previamente habían acompañado al Gral. Lonardi en la Revolución Libertadora, tales como Rodolfo Walsh y Diego Muñiz Barreto, luego asesinados), comienza en el seno de la izquierda, y en especial en el seno de los organismos armados de la izquierda (FAR, FAL y ERP) un intenso debate que culmina con la capituladora asociación de las dos primeras (FAR y FAL, entre las cuales figuraban los periodistas-intelectuales Verbitsky y Gelman) a la hegemonía ideológica de los Montoneros. Esta última agrupación estaba casi extinguida debido a la represión sufrida luego del secuestro y muerte de Aramburu, por lo que la asociación con FAR-FAL vino a darle un auxilio numérico y estructural inestimable.

Los artífices de esa coalición armada fueron a mi parecer el Negro Quieto, en representación de FAR-FAL, y Pancho Aricó, en representación de Montoneros. Este último era un cordobés gramsciano, director de Pasado y Presente, que era conocido por los mismos Montoneros cordobeses que luego del secuestro de Aramburu habían tomado la localidad de La Calera (1-VII-1970), y que como expulso del PC, al igual que el historiador asesinado Rodolfo Ortega Peña, estaban desde hace años a la pesca de un “cable a tierra” (en especial desde la derrota del Che en Bolivia) que los ligaran a los movimientos políticos de masas (ver el debate provocado por la autocrítica del filósofo Oscar del Barco en diciembre de 2004). En este caso, la asociación de FAR-FAL a Montoneros (12-X-1973) supuso una abdicación del Marxismo-Leninismo y una adopción acrítica del populismo peronista.

Es justamente en esos cruciales momentos, en 1973, que Bergoglio es elegido Provincial de los Jesuitas. Elegido pese a su juventud (36 años) por tener una personalidad bien secular y mundana y una experiencia de vida que no poseían los demás padres jesuitas, muchos de los cuales estaban contagiados con el sarampión infantilista del Tercermundismo. Es en esos años, que la nueva asociación FAR-FAL-Montoneros se vuelca a la campaña “Perón Vuelve” que culmina exitosamente con el retorno de Perón, y que se inaugura trágicamente –en lucha contra la burocracia sindical– con la Masacre de Ezeyza (20-VI-1973). Posteriormente, dicha asociación FAR-FAL-Montoneros boicotea conjuntamente con López Rega la fórmula Perón-Balbín , la cual eventualmente y a título de hipótesis contra-fáctica habría podido evitar –luego de la muerte de Perón (1-VII-1974)– la catástrofe política que siguió.

Todo lo que sobrevino es muy conocido y creo que estaría demás que abundara en ello. Pero sí cabe especular cómo pudo haber lidiado Bergoglio con esa amarga realidad. Como no he leído el libro de Sergio Rubín no sé lo que él dice al respecto. Lo único que puedo expresar, porque lo experimenté en carne propia, es que la nueva Dictadura de Videla, inaugurada el 24 de marzo de 1976, fue de una naturaleza terrorista mucho más grave y sangrienta que la de Ongania. El terror se tocaba con las manos y nadie se atrevía a abrir la boca. Fue en esa terrible época, en la que alcancé a irme del país, que los escritores Borges, Sábato y Castellani, concurrieron a la Casa Rosada para pedir por la libertad del ensayista Antonio di Benedetto (La Opinión, 20/5/76). Que Bergoglio haya también concurrido a la Casa Rosada para pedir por la vida y la libertad de los curas Yorio y Jalic no lo hace socio de la dictadura. Que nada menos que Emilio Mignone lo haya acusado de cómplice de la dictadura, revela la naturaleza conversa de quienes habían colaborado desde altos puestos públicos con las dictaduras de Ongania y Lanusse (Mignone fue un nacionalista católico Lonardista que había sido subsecretario de Educación con Ongania). Por otro lado, Bergoglio no podía como Provincial de la Orden Jesuítica enfrentar a la Curia Eclesiástica , dentro de una estructura jerárquica piramidal como la Iglesia Católica.

Lo que es increíble y difícil de concebir es que Yorio y Jalic insistieran en esa época, luego de la triste experiencia del cura Carlos Mujica, en vivir y concurrir a las Villas Miserias. Esa actitud, temeraria en esos años de terrorismo de estado, equivalía a una provocación inútil, y a una sentencia de muerte. Por eso, la actitud de Bergoglio, de acudir en defensa de ambos curas, fue heroica y de una heroicidad mayúscula. Por el contrario, los que lo critican como Verbitsky, estaban protegidos por la clandestinidad y el aparato económico que lo sustentaba.

Mientras que durante la Dictadura de Ongania se pudo a duras penas, y con riesgo cierto de perder la libertad, protestar públicamente en las calles; durante la llamada Dictadura de Lanusse (23-III-1971 a 24-V-1973) reinó paradójicamente la más absoluta libertad de expresión y de prensa. Pero con la Dictadura de Videla, dichas libertades fueron imposibles, pues se corría el riesgo seguro de perder la vida, con la sola excepción de las Madres de Plaza de Mayo, que iniciaron su campaña recién a fines de 1977. Desde marzo de 1976 a junio de 1977, mes en el cual pude irme del país, no volaba una mosca, ni existían las Madres de Plaza de Mayo».

– Lazarillo – Diario del Aire

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