El malo y el bueno, cual novela de Stevenson, parece ser la ingenua división que reina en Salta frente a los hechos mediáticos provocados desde el gobierno de Urtubey y desde la redacción de El Tribuno.
Urtubey ha demostrado una clara línea a seguir (idea tomada de su antecesor): la provincia es una empresa que necesita auspiciantes y muchos medios están abiertos a la tentadora oferta de convertirse “legalmente” en adalides publicitarios. Pero hay un hada que no ha sido invitada a la fiesta del reino y cobrará venganza.
En la provincia gobierna la hipocresía y ciertos periodistas escudados detrás de su perfil de empresario se autoavalan y se autohalagan declarándose “libres”, olvidando sus escabrosos pasados en nombre de la «trayectoria» o del trabajo «serio».
Cantidad de artículos han pululado tras el pasado 7 de junio, Día del Periodista, en los que se habla sobre el rol de la prensa y el oficio en cuestión, ofreciéndose a la opinión pública varios discursos mentirosos de algunos periodistas que han operado para los gobiernos en situaciones más que convenientes y hasta tramposas, y que se ofrecen como ejemplos a las nuevas generaciones, colocándolos como verdaderos paradigmas mediáticos.
A su vez, frente a la pelea entre el diario de Romero con Urtubey, resulta irrisorio y parece una comedia de humor negro, que un medio como El Tribuno, se arrogue la verdad periodística cuando al menos en la última década, registra casos probados de falta de ética con hechos que son de dominio público. «El Tribuno no hace política partidaria; defiende desde hace más de medio siglo valores que quedan impresos a través del tiempo en sus páginas y continuará con su compromiso de publicar las noticias y las opiniones que los lectores se merecen», es una afirmación absolutamente política y falsa: todos recordarán el lobby a Olmedo que fue «pianta lectores». Cabe sostener que las ganas de decir la verdad justo ahora que gobierna Urtubey, llegó demasiado tarde como cuando el pastor mentiroso gritaba que venía el lobo hasta que fue cierto y no le creyó nadie. Y ese fue el inicio de la ficción.
Al mismo tiempo y convenientemente, el gobernador denuncia hostigamiento mediático a su gestión con lo que impone una gran estrategia: lo que diga El Tribuno sobre él es falso. Con ello se previene por largo periodo contra cualquier hecho desfavorable o irregular, contra toda sospecha hacia sus funcionarios e incluso, ha tocado un punto neurálgico de la prensa: devolverles la tan anisada libertad de expresión que no había ni hay, llevándola al punto cero de la credibilidad, pero sobre todo y mejor, si están en contra de El Tribuno -viejo y mañero monstruo sin el virtuosismo soñado por los periodistas- y a favor de sus hazañas. Instaló el acting out que permite garabatear hojas y hojas de tinta en los periódicos y que lo coloca del lado de todos aquellos que alguna vez sufrieron o padecieron a causa de ese diario. Se sabe, en su gobierno siguen los romeristas (ahora conversos al urtubeycismo) y con sus últimas declaraciones contra el matutino, se habrá ganado también a los no romeristas.
Su nuevo plan parece ser conquistar a los enemigos que se ganó El Tribuno, y en una actitud mesiánica, la oferta de un implícito «apóyenme», va seduciendo cual Yago, a sus Otelos.
Pero esta situación no ha hecho más que poner al descubierto un sistema perverso que opera en Salta en donde se sabe, para conservar el dinero de la pauta oficial hay que bajar el nivel de la denuncia y de la crítica. Vienen, ahora, a descubrir que el periodismo se vincula al poder político de una manera hasta peligrosa, cuando en realidad es un problema que se arrastra con la historia del periodismo en Salta, y de manera general, con la del país. De una u otra manera, los alternativos, los outsider, los héroes (pocos) han venido reclamando y denunciando esta verdad que por ser dicha por el gobernador – en este caso-, jefe del estado provincial, tiene asidero político y mediático.
De manera descarada y vergonzosa, salen los paladines de la verdad a vender sus productos empresarios en pos de una verdad que jamás fue su bandera, porque fueron arrastrados por intereses económicos que los cegaron y que los colocan lindando la corrupción. Son unos antipáticos. Pero lo importante del asunto, es que han conformado una real confederación de brazos políticos de los gobiernos de turno y representan el alfil en el tablero.
No sabía (yo) que para ser un hijo de puta o una hija de puta había que ir a la universidad. Y algunos alcahuetes se animan a aconsejarte y para males, se sienten los mejores alcahuetes, hay una constelación de alcahuetes que generan más alcahuetes, pero qué decir, hay una plaga de alcahuetes, un bosque, un bioma de alcahuetes.
Los frutos del alcahuetismo de alto nivel han ensombrecido al periodismo y ser periodista en ese contexto, es lapidario.
No hay nada más tautológico que la expresión «el fin justifica los Medios» para definir la actual política de gobierno emparentada con el rol de la prensa. Como si esto fuera poco, cuando Urtubey expresa que «El Tribuno no es la abuelita de Heidi», provoca la ruptura de los
estereotipos de un gobernador – cuyo calificativo fue el de ser conservador- y se ubica en las antípodas de un señor correcto cuya nueva imagen se forja en la línea del sarcasmo corriente y hasta casi vulgar. A lo Tinelli y digno de una tapa de Gente, provoca identificación que adquiere hasta cierto ribete de popular: un tipo que habla como el común de la gente, pero que se «saca» rápidamente. En síntesis: un Otro como nosotros, lo que lo desacartona bastante aunque a nivel connotativo exprese una acusación hasta infantil, si se quiere. Además, incorpora una imagen creativa de la historia al sumar a la ficción a una abuela que nunca conocimos en los dibujos animados, lo cual indica que Urtubey, tiene una gran fantasía. Al acusar de «complicidad narco» a ese diario superó con creces la frase cuyo sinónimo podría ser «no era caperucita sino el lobo feroz».
De un tiempo a esta parte, había reflexionado (yo) que el talón de Aquiles de nuestro gobernador era Salud y Educación. Sin embargo, la irritabilidad que generan las publicaciones de ese medio, ponen de manifiesto que lo importante es la publicidad de su gestión. Un punto que aún no cierra es la casi idolatría por el padre del dueño del diario y su posición pública adversa frente al hijo que en otrora, fuera su padre político.
La tardía adolescencia en su vida política que marca al padre como ídolo caído – en términos figurativos- es tremendamente ambigua y circunstancial.
Sin embargo y aún y pese a todo este análisis, hay que darle cierto crédito al gobernador: aunque su mirada esté enfrascada en la publicidad de su gestión y ese árbol tape el bosque, acertó en vislumbrar -por fin- la manipulación mediática de un medio que monopolízó por décadas la información. Esta vez le tocó a él, ¿antes pensaba lo mismo y calló? Ahora bien, ¿no usa él la misma artimaña política en los medios que le son favorables?
Adviértase que hay un gran problema, mucho más grave que criticar o no al gobernador. ¿Tendremos que creer que todo está bien, conformarnos con pensar que El Tribuno miente tratándose del gobernador y temas de su mandato, asumir que Urtubey es una víctima de la prensa de oposición y entonces fabricar nuestras propias conclusiones? ¿O tendremos que correr por el lado que disparan las fuentes oficialistas?
Está en juego mucho más que el acoso a Urtubey: está en juego la optimización de la información y la historia de nuestros propios procesos. Está en juego la conciencia crítica sobre la cual pocos están preparados para ponerla en práctica. Está en juego la dignidad de la prensa.
Todo esto no es más que una remake de «Feos, sucios y malvados», con personajes nuevos y diferente contexto. Misma esencia, misma comedia. Excepto que aún no se prevé cuál será el «Final del juego», en el que difícilmente, lo único que se pierda -como ocurría en la historia cortazariana – sea la ingenuidad al descubrir que el amor es imposible.
Si el gobernador dice la verdad tiene que ir a fondo y no sólo cuando le tocan las alforjas.