La tibia respuesta de toda una nación ante la muerte del ex comandante es un símbolo del reclamo generalizado por un cambio en la isla.
Resulta difícil analizar una noticia de magnitud tal como la de la muerte de Fidel Castro estando en Cuba y siendo testigo en primera persona de la influencia que poseen los medios de comunicación, aún hoy día donde las redes sociales y los contenidos creados por ciudadanos comunes amenazan con terminar con la supremacía de medios tradicionales, si es que ya no lo han hecho.
Pero vivir en Cuba es, de alguna manera, viajar en el pasado a otra era en la que medios impresos como los periódicos son sin lugar a dudas una de las fuentes de información más esperadas por la población, que cada mañana y cada tarde se convoca en masa alrededor de los vendedores callejeros para saciar su sed de noticias.
El problema principal es que más allá de la existencia de una variedad de estaciones de radio y televisión en la isla, el relato siempre es el mismo y esto nunca se ha evidenciado de mayor manera que tras la reciente muerte del ex comandante Fidel Castro el pasado viernes por la noche.
El escueto anuncio de su hermano Raúl no brindó grandes detalles acerca de la partida final del «líder de la revolución», pero sirvió como una matriz para que los sucesivos días la ciudad de La Habana viviera la noticia como si nada hubiera pasado, con mensajes que repetían hasta el hartazgo los supuestos beneficios que la revolución de 1959 trajo a la isla.
En el caso de Fidel, la noticia prácticamente se supo al otro día por la tv cubana. Se esperaban cientos de manifestaciones de luto repetidas a lo largo y ancho de la ciudad.
Sin embargo las marchas populares ondeando la bandera de la revolución nunca llegaron, como tampoco pude ver a las comúnmente llamadas «llororonas» estallando en lágrimas, lamentando la partida de su pater máximo. Mismo los taxistas, quienes siempre tienen una opinión formada sobre todo, no importa la ciudad donde transiten, se mostraban indiferentes a la noticia, casi sedados.
No cabe duda que toda la república esperaba hace tiempo enterarse sobre la muerte de Castro. Pero resulta cuando menos inesperado ver como un pueblo que, en teoría, le debe su «libertad» al comandante, no atinó siquiera a fingir estar compungido. Al menos ante la mirada extranjera de nosotros los «yuma», apodo que se le da a todo aquel que no es de la isla.
Infobae en Cuba recorrió las calles de La Habana
Si existe un segmento de la población donde más se notó esta indiferencia fue entre los más jóvenes, aquellos que vivieron su infancia ya con Raúl al poder y siempre vieron a Fidel más como una leyenda que sus abuelos y en menor medida sus padres intentaban mantener viva y fuerte, con gran esfuerzo dado el contexto que les tocaba vivir en carne propia día a día, del hombre que marcó a fuego a Latinoamérica, probablemente más que cualquier otro en la historia moderna.
Resulta imposible ya poder conocer la reacción de Fidel ante la apatía de su muerte tras su partida. Pero sin lugar a dudas esta inesperada o tal vez completamente predecible tibia devolución de todo un pueblo tal vez sirva como llamado de atención definitivo para alertar al Castro sobreviviente sobre la necesidad de acelerar la apertura de Cuba hacia el mundo iniciada por su gestión en el año 2008.
– Infobae