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viernes, marzo 29, 2024

El Secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, murió ayer, a los 72 años

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Abogado, periodista, historiador, ensayista, Duhalde fue un incansable defensor de presos políticos durante las sucesivas dictaduras. En el exilio aglutinó las denuncias contra la dictadura.

– Por Laura Vales

A los 72 años, en una clínica porteña donde estaba internado desde el mes de febrero, murió Eduardo Luis Duhalde. Hace un mes y medio había tenido que ser operado de urgencia por un aneurisma en la aorta abdominal, en el Sanatorio de la Providencia, donde ayer falleció por una complicación sufrida tras la intervención quirúrgica. Está siendo velado en la sede de la Secretaría de Derechos Humanos, ubicada en 25 de Mayo 544, y será inhumado a las 12 horas de hoy en el cementerio de la Chacarita.

Duhalde fue abogado, periodista e historiador; también, por un período relativamente corto, ocupó el cargo de juez, y desde mayo de 2003 había pasado a ocupar, en el Poder Ejecutivo, el timón de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. “Estoy ligado a los derechos humanos desde que me recibí de abogado, en el ’61”, definió en una de las entrevistas que le hicieron en el 2003, al asumir.

Su biografía tuvo que ver con la historia de la militancia de los últimos 50 años, desde la resistencia de fines de los ’60 a las luchas por el juicio y castigo por los crímenes de la última dictadura.

Duhalde había entrado con sólo 16 años a la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Su militancia más temprana estuvo vinculada con el peronismo de base. En los ’70, a medida que la represión de los gobiernos militares avanzaba hacia lo que sería el terrorismo de Estado, se convirtió en uno de los pocos abogados que se animaban a defender presos políticos.

Con su socio Rodolfo Ortega Peña estaban a cargo de la defensa de cerca de trescientos presos políticos cuando, en agosto de 1972, ocurrió la fuga de Trelew y el posterior fusilamiento de dieciséis prisioneros. Duhalde y Ortega Peña, junto con otros abogados, hicieron infructuosas gestiones contra reloj para salvarles la vida, por las que ellos mismos fueron detenidos y amenazados con ser fusilados. Aun así, lograron denunciar la masacre y aportar al proceso por el cual en mayo de 1973 el régimen de Lanusse debió entregar el gobierno.

Ortega Peña sería asesinado en 1974 en Buenos Aires por la Triple A y para Duhalde vendría el tiempo del exilio. La dictadura le incautó sus bienes. En España, Duhalde participó de la Comisión Argentina de Derechos Humanos (Cadhu), que recibía en el exterior denuncias sobre los secuestros y las desapariciones que ocurrían en el país. La Cadhu se ocupó de hacer conocer la situación argentina en los foros internacionales, difundiendo los testimonios de los sobrevivientes que habían conseguido escapar de los centros clandestinos de detención. En 1983, cuando la dictadura terminó, Duhalde publicó El Estado terrorista, un libro que fue el primero en analizar y sistematizar el funcionamiento del terrorismo de Estado, antes de la formación de la Conadep y la redacción del Nunca Más.

De regreso a Buenos Aires dirigió el diario Sur. Duhalde siempre habló bien de aquella experiencia y les decía a los periodistas que lo entrevistaban que alguna vez iba a volver a dirigir un diario.

Como juez, a finales de los ’90, estuvo al frente del primer juicio oral contra un funcionario acusado de corrupción, el caso del ex titular del Concejo Deliberante porteño José Manuel Pico. El ex concejal había armado una red de tráfico de influencias por la cual habilitaban la construcción de edificios en zonas sin autorización, con lo que habían perjudicado a cientos de personas que se quedaron sin casa ni ahorros. Duhalde era camarista de los Tribunales Orales en lo Criminal de la Capital Federal, tribunal que dictó la primera condena de su tipo.

En el 2003 renunció a su cargo en la Justicia para dedicarse a acompañar la candidatura de Néstor Kirchner, que tras asumir la presidencia lo designó secretario de Derechos Humanos. Desde allí, Duhalde trabajaría por la inconstitucionalidad de las leyes de punto final y obediencia debida, y más tarde sería uno de los impulsores de los juicios contra los represores. La secretaría actúa como querellante en muchas de las causas abiertas y el propio Duhalde fue personalmente testigo en el primer juicio a Luciano Benjamín Menéndez, jefe del Primer Cuerpo de Ejército durante la dictadura. Antes de que se abriera la posibilidad de los juicios en el país, había testificado en el juicio de Roma, convencido de la necesidad de una Justicia universal.

Ayer, cuando se conoció la noticia de su muerte, figuras de los organismos de derechos humanos y del ámbito político hablaron de su pérdida y, por sobre todo, reconocieron su aporte a la construcción del Estado de Derecho. Desde Abuelas de Plaza de Mayo despidieron “con mucha tristeza” a Duhalde y recordaron que él “siempre contribuyó solidariamente a la búsqueda de nuestros nietos”. También en la Asociación Madres de Plaza de Mayo, que preside Hebe de Bonafini, hablaron de un profundo dolor: “El compañero peleó por su vida durante muchos días, como él sabía hacerlo desde que decidió ser abogado de los presos políticos en los momentos más difíciles de la vida política argentina”.

El recuerdo de los organismos de derechos humanos

Como amigo, compañero y militante…

– Por Sol Prieto

“Un hombre que nunca dejó de lado sus convicciones.” “Un amigo.” “Una persona señera en la espera de la justicia.” “Un militante.” “Un defensor de los derechos humanos.” Referentes y organizaciones de derechos humanos, en diálogo con Página/12, definieron con esas palabras al fallecido secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde.

“Las Madres salíamos para saber sobre nuestros hijos y él nos cuidaba mucho. Nos esperaba, nos organizaba las salidas y nos conseguía las entrevistas con mucho respeto y discreción. El no entraba a esas entrevistas para que no nos vincularan con ningún grupo guerrillero. En esos tiempos había que hacer todo con mucho cuidado.” La titular de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, evocó esa escena para recordar a Duhalde. “Nunca dejó de lado sus convicciones”, agregó.

La referente de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, también apeló a una imagen de los viajes que las madres de desaparecidos hicieron durante la última dictadura para investigar sobre el paradero de sus hijos. En uno de esos viajes, en 1981, las Madres recorrieron once países. Uno de los destinos fue Madrid, donde estaba exiliado Duhalde. “En ese momento, todavía estábamos muy fresquitas, sin mucho conocimiento de nada ni nadie. Una noche en la que estábamos parando en un hogar de unas religiosas, nos vinieron a buscar en un auto para ir a una entrevista. Nos metieron en un coche y nosotras nos subimos sin preguntar. Después de un rato de viaje, le digo a la madre que viajaba conmigo: ‘Me parece que nos están secuestrando’. Por suerte, eran los de la CADU (Comisión Argentina de Derechos Humanos)”, rememoró Carlotto. “Sabíamos que eran muy luchadores, pero todavía no nos conocíamos”, explicó, y agregó que las Abuelas lo consideraban “un amigo”. También lo recordó María Isabel “Chicha” Mariani. “Eduardo Luis fue para mí una de las personas señeras dentro de la espera de la justicia. Lo conocí hace muchos años en España, cuando él estaba exiliado y trabajaba recogiendo testimonios. Lo valoré en su silencioso trabajo. Supe de su lucha casi silenciosa y me gustaba mucho porque coincidía con la mía, de trabajar y no esperar recompensa ni reconocimiento. Uno hace las cosas que tiene que hacer porque las siente, las lleva adentro”, dijo.

Nora Cortiñas, de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, manifestó su “gran recogimiento”. “Además de que fue militante en épocas duras y se tuvo que ir al exilio, después tuvimos en él a una persona que nos acompañó en todos estos años de lucha”, explicó. Su compañera, Taty Almeida, consideró que Duhalde formó parte de “una generación estupenda que se comprometió siempre y nunca dejó de luchar por los demás”.

La agrupación HIJOS despidió a Duhalde destacando “su militancia, siempre junto a todos los compañeros y compañeras que lo necesitaron, incluso en los momentos más difíciles”. “Dedicó su vida a la defensa de los derechos humanos, desde antes de la dictadura cívico-militar, en ese período, y hasta la actualidad”, aseguraron.

El bronce que sonreía

– Por Mario Wainfeld

Cuando alboreaban los ’70, Eduardo Luis Duhalde era un “bronce”. Defensor de presos políticos, docente, historiador revisionista. Para los abogados jóvenes, era una referencia, un modelo a imitar. Los libros que escribía junto a Rodolfo Ortega Peña eran material de consulta y debate entre la ávida militancia de la época. Ya que de “Militancia” hablamos, tal fue el nombre de la revista política que, en tiempos del tercer gobierno peronista, lo fustigaba y también marcaba distancia con “la gloriosa JP” y a todos los “corría por izquierda”. Era una publicación radicalizada, bien escrita, pletórica de sarcasmos, potente, adictiva aun para quienes discrepaban con su línea editorial.

En aquel entonces debía tener un motorcito propio para atender el estudio junto al Pelado Ortega Peña, mantener a pulmón una revista semanal, rolar dando charlas por donde se le requiriera, seguir “en la profesión” y jamás dejar de estudiar o de escribir.

Lo reconocían propios y extraños. Tan era así que la dictadura lo privó de sus derechos ciudadanos e “incautó” su patrimonio. Una suerte de “muerte civil”.

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Fue al exilio, luchó siempre por los derechos humanos. Se constituyó en una referencia, un anfitrión y un cicerone para Madres y Abuelas que salían de la Argentina, por primera vez casi todas, para hacer conocer las tropelías del terrorismo de Estado.

Fue también juez, periodista. En 2003 Néstor Kirchner lo designó secretario de Derechos Humanos, cargo que ejerció hasta ayer. El ex presidente lo eligió con la perspicacia simbólica que lo movió a proponer a Eugenio Raúl Zaffaroni como integrante de la Corte Suprema, en reemplazo de Julio Nazareno. Trayectorias de enorme coherencia, representatividad ganada como defensores de valores innegociables. Iconos, sin quererlo acaso. Y ¿por qué no decirlo?, al nombrarlos Kirchner añadía un bonus: el desafío a la cerril derecha argentina que sólo les reservaba la excomunión.

Terminó su carrera como funcionario. Seguramente no lo hubiera imaginado años antes. Agradecía a la vida haberle dado la posibilidad de llegar a ese cargo y de vivir las circunstancias que transcurrieron desde 2003. Secretario de Derechos Humanos en la etapa en que puso fin a las leyes de la impunidad, casi nada.

Fue un intelectual voraz y polígrafo. Un historiador con las antenas siempre alertas. Hasta en los años más recientes le robaba horas al sueño para seguir escribiendo.

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Hombre de convicciones firmes, tenía dotes de componedor. Debió ponerlas a prueba cotidianamente en la Secretaría. Es que los objetivos comunes y formidables de los organismos de derechos humanos no son un obstáculo para la existencia de internas y resquemores. Sabía conciliar, se hacía querer.

Era un buen conversador. Lo adornaban una sonrisa amplia, el sentido del humor que suele embellecer la inteligencia, condimentado con una socarronería digna de mención.

En los ’70 resultaba el Eduardo Duhalde más conocido. Con el regreso de la democracia, “tomó estado público” un tocayo muy conocido: Eduardo Alberto Duhalde, quien fuera gobernador bonaerense, vicepresidente y presidente. En los círculos de iniciados cundió la costumbre, tan burlona como certera, de motejar “Duhalde, el bueno” a Eduardo Luis. Lo era, aunque tenía espolones.

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El cronista lo miraba de “abajo” en los primeros ’70, apenas recibido de abogado. Subrayaba los libros, lo escuchó “n” veces. Después pudo conocerlo personalmente, más de cerca. El bronce sonreía, era el mismo tipo. Siempre fue el mismo, comentaron ayer Estela Carlotto y Esteban Righi, que lo conocieron mucho.

Cuando se recorren tantos espineles, durante décadas, se acumulan polémicas, cuestionamientos. La gestión pública es fértil en ese sentido. Nadie escapa a eso, nadie está de acuerdo permanente con nadie durante, digamos, medio siglo. Pero el promedio, la trayectoria lo colocan siempre de un mismo lado: batallando, dispuesto a propagar sus ideas.

En tiempos encalmados (los actuales lo son aunque usted no lo crea) cualquier cacatúa hace alarde de coraje o de pertenencia. Muchos se colocan en el primer lugar de la fila, pese a haber llegado un ratito antes. Eduardo Luis Duhalde era un ejemplo polarmente distinto. Luchador, militante popular, perseguido y odiado por dos dictaduras, consecuente del principio al fin. Lo suyo se edificó en décadas, con variantes porque la historia nacional las tuvo, pero sin claudicaciones.

Se fue respetado y querido. Se lo ganó palmo a palmo. Difícil reemplazar personajes así, imposible olvidarlos o dejar de agradecerles, así sea en unas pocas líneas.

– Página 12

Murió Eduardo Luis Duhalde, el abogado que desafió a la dictadura

Defensor de presos políticos, denunció el terrorismo de Estado desde el exilio. Fue elegido por Néstor Kirchner para llevar adelante su política de Memoria, Verdad y Justicia. También impulsó la causa Papel Prensa en los tribunales.

– Por Martin Piqué – Tiempo Argentino – 4 de abril de 2012

Con la muerte de Eduardo Luis Duhalde se va un pionero en la militancia por los Derechos Humanos. Con su partida, para la que se venían preparando sus afectos más cercanos, se va uno de los primeros abogados que se comprometió con la transformación social. Su vida es testimonio de las luchas del pueblo argentino desde la segunda mitad del siglo XX. Desde los tempranos años sesenta, mientras desarrollaba una prolífica obra como historiador revisionista, Duhalde abrazó la causa de la revolución y la pelea por la expresión de las mayorías populares proscriptas. Luego sería defensor de presos políticos junto a Rodolfo Ortega Peña, asesinado por la Triple A, su “hermano del alma”, como lo seguía llamando a casi 40 años del crimen. Este párrafo no alcanza para resumir todo lo que escribió, las causas que patrocinó, las luchas que dio. Tras una larga pelea contra un aneurisma en la aorta abdominal, se murió Duhalde. O “Duhalde, el bueno”, como lo llamaban en las redacciones.

Bohemio amante del tango y el jazz, fanático de River que llegó a escribir por mail a sus amigos que “su corazón sangraba en rojo y blanco” cuando el equipo de Nuñez descendió al Nacional B, Duhalde no ocultaba sus pasiones. Podía quedarse hasta las tres de la mañana buscando material para actualizar su libro sobre el fusilamiento de Manuel Dorrego cuando a las 8 de la mañana lo esperaba una dura jornada de trabajo en la Secretaría de Derechos Humanos. Sus colaboradores lo escuchaban con respeto. Sin hacer alarde de su trayectoria como abogado, historiador y periodista, sus pergaminos hablaban por él.

Había denunciado, junto con Ortega Peña, el secuestro del primer desaparecido de la historia argentina contemporánea: el metalúrgico Felipe Vallese. Defendió a los sobrevivientes de Trelew. Desde el exilio en España, tras fundar la CADHU (Comisión Argentina de Derechos Humanos), Duhalde escribió el informe “Argentina: proceso al genocidio”. Corría enero de 1977. Dos meses después, Rodolfo Walsh enviaría su “Carta de un Escritor a la Junta Militar”. En la CADHU lo acompañaban Rodolfo Mattarollo, Lili Mazzaferro, Carlos González Gartland y Lucio Garzón Maceda. La dictadura llegó a enviar a Madrid a un grupo de represores de la ESMA: el objetivo era secuestrar a los organizadores de la CADHU, entre ellos Duhalde. La misión falló.
Volvió con la democracia, fue juez y camarista en la Capital Federal, desde donde denunció a la Corte Suprema del menemismo. Como juez intervino en casos resonantes, como la investigación por la muerte de Sofía Fijman, la vecina de 76 años que murió con el cráneo aplastado por la puerta metálica de la Escuela de Inteligencia de la SIDE. Junto a los otros dos miembros del tribunal, Duhalde condenó a diez años de cárcel al agente de la SIDE que había accionado la puerta, “el pesado” Alberto Dattoli.

Renunció a su cargo en la justicia para hacer campaña por un gobernador patagónico, casi desconocido: Néstor Kirchner. Era enero de 2003, faltaban tres meses para la elección presidencial. Pero Duhalde no se equivocó. Lo había conocido entre 1998 y 1999. El contacto, desde el primer momento, fue con Kirchner y su esposa, la entonces senadora Cristina Fernández. Cuando le preguntaron qué le había llamado la atención del santacruceño para dejar las comodidades del Poder Judicial, Duhalde se limitó a contestar: “Ellos creen en lo que dicen, no es sólo un discurso.”

Duhalde recibió un encargo clave de Kirchner: la política de Estado en materia de Memoria, Verdad y Justicia. El funcionario asumió el compromiso y logró que la Secretaría de Derechos Humanos tuviera una visibilidad inédita. El abogado de presos políticos en los ’70, reconocido como un adelantado en la denuncia del genocidio (uno de sus libros más famosos es El Estado terrorista argentino), se esforzó para que los organismos de Derechos Humanos minimizaran sus diferencias históricas. Así logró sentar en un mismo balcón del Congreso durante la asunción de Cristina a Estela de Carlotto y Hebe de Bonafini. “Trabajar con los Derechos Humanos es como caminar hacia el horizonte. Caminás hacia adelante y el horizonte se corre un poco más. Lo mismo pasa con los Derechos Humanos”, solía decir Duhalde parafraseando a Eduardo Galeano y su clásico aforismo sobre la utopía.

En 2010, la presidenta le asignó otra tarea, no menos sensible. Le pidió que investigara el caso Papel Prensa, la empresa creada por David Graiver. Cristina quería información de primera mano de la apropiación por parte de Clarín, La Nación y La Razón, en sociedad con la dictadura, de la proveedora monopólica de papel para diarios. Así vio la luz el Informe Papel Prensa – La Verdad, que meses después él mismo llevaría a la justicia platense. Duhalde sabía cómo generar mística y sentido de pertenencia. Empleados de la Secretaría de Derechos Humanos todavía recuerdan cuál fue su reacción el 27 de octubre de 2010, el feriado del Censo, al enterarse de la muerte de Kirchner: fue a la Secretaría y pasó las primeras horas de dolor junto a los compañeros de trabajo. En las fiestas de fin de año, Duhalde solía animarse a bailar algunos tangos. Estaba casado hace 50 años con la abogada Laura Bartolucci, con quien se exilió en España. Juntos tuvieron cuatro hijos, muchos nietos, y un hijo del afecto. El secretario de Derechos Humanos decía que lo más importante, a lo largo de la existencia, era aceptar como guía un principio ordenador: “La pasión por la vida.” Le gustaba comer, el buen vino, viajar. “Es una pérdida irreparable. Se fue mi hermano mayor, mi maestro”, confió ayer a Tiempo Argentino su compañero de gestión, el subsecretario Luis Alén.

Sus familiares y compañeros lo despidieron en su lugar de trabajo

Los restos de Eduardo Luis Duhalde fueron velados en la Secretaría de Derechos Humanos, donde se desempeñó desde 2003, como funcionario de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández. El adiós de funcionarios, legisladores y jueces.

– Por Gimena Fuertes

Amigos, familiares y compañeros de militancia de Eduardo Luis Duhalde invadieron con flores y coronas la céntrica calle donde funciona la Secretaría de Derechos Humanos, que quedó cortada al tránsito. “Se nos fue un compañero”, fue la frase que más se escuchó. Conmovido, el subsecretario, Luis Alén, por ahora a cargo del área, junto a Marcelo Duhalde, hermano y director de prensa, recibían abrazos y oficiaban de anfitriones de la ceremonia de despedida.
Los restos del emblemático funcionario de Néstor Kirchner y Cristina Fernández eran velados ayer a la noche en el hall de la Secretaría que ocupó desde 2003, en 25 de Mayo al 500. El vicepresidente Amado Boudou llegó poco después de las 20 junto con el jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina. “Fue parte de un proceso en el que los Derechos Humanos son una de las claves de este tiempo, a partir del gobierno de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Fue artífice de aquellas cosas por las que soñaba: la Justicia la Verdad y la Memoria”, destacó el vicepresidente. Minutos antes habían llegado los ministros Florencio Randazzo, Carlos Tomada y Enrique Meyer.

También se hizo presente el juez de la Corte Suprema Eugenio Zaffaroni, quien opinó que Duhalde fue “un gran funcionario, pero también un gran luchador”. El diputado Agustín Rossi lamentó “la muerte de un compañero que ha luchado en todos los momentos difíciles”. Eduardo Barcesat, abogado de la Asociación de Madres de Plaza de Mayo, que encabeza Hebe de Bonafini, destacó la “gran dedicación” del fallecido funcionario. Por su parte, Estela Carlotto sostuvo que Duhalde “fue una persona impecable por sus principios y su trayectoria”. Camilo Juárez, de H.I.J.O.S. sostuvo que “se fue alguien que le puso el cuerpo a la lucha contra la dictadura en los peores años, y que luego impulsó los juicios por los delitos de lesa humanidad, una política central de Néstor y Cristina”. Junto a él caminaba Lita Boitano, de presidenta de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas. “Perdimos a un gran compañero, siempre nos enseñaba historia y nos acompañaba en los juicios con humor, con amor a la vida”, recordó. La noche caía en el centro porteño y cada vez más gente entraba a despedir a Duhalde: el diputado Eduardo De Pedro; la legisladora porteña Gabriela Alegre; el ex canciller Jorge Taiana; el juez Carlos Rozanski; el titular de Radio y Televisión Argentina Tristán Bauer; la secretaria de Derechos Humanos de la provincia de Buenos Aires, Sara Dorotier de Cobacho; el titular de la Comisión provincial por la Memoria, Alejandro Mosquera, entre otros. Junto a los empresarios Carlos y Alejandro Iaccarino, llegó el coordinador del Programa Verdad y Justicia, Guillermo Valera, quien lamentó la muerte de “una de las figuras más importantes de este proceso de fortalecimiento de los Derechos Humanos”.

En su memoria, por la verdad y la justicia

Desde la tapa de Tiempo Argentino, en su editorial del 24 de marzo pasado, el director de este diario, Roberto Caballero, escribió:

– Gustavo Cirelli

4 de abril de 2012

“En estas horas, nuestra redacción quiere rendirle homenaje a todos los luchadores contra el olvido, en especial a Eduardo Luis Duhalde, autor del libro El Estado terrorista argentino, publicado aquí recién en 1984, que acuñó el concepto que permite describir el rol exacto del Estado durante aquellos años, denunciante además de los grupos Clarín y La Nación en la causa Papel Prensa, leading case de la comunión de intereses entre la Junta de Comandantes y el poder empresario. No fue el único, por supuesto, pero sí fundamental.” Ayer murió “Duhalde, el bueno”, como lo llamamos en la redacción. Los detalles de su partida, una agonía prolongada e injusta, están narrados en la crónica de Martín Piqué. Sabíamos que esa última pelea se le presentaba difícil. Así fue. Esta vez, la pulseada se la ganó la muerte. Tenía 72 años. Fue abogado, historiador, periodista y secretario de Derechos Humanos, desde que Néstor Kirchner lo designó en 2003. Pero, por sobre todas las cosas, fue un militante inclaudicable. Su historia es la de un tipo irrepetible. Insustituible. Lo saben las Madres, las Abuelas y los Hijos. Lo saben los organismos de Derechos Humanos y los presos políticos que lo tuvieron como defensor cuando la represión venía fulera y el Estado empezaba a esbozar las formas del terror. Lo sabemos porque supimos tenerlo como colaborador en las páginas del diario. Lo vimos entusiasmado, generoso de elogios, cuando publicamos en Tiempo, en junio de 2010, la investigación periodística sobre la apropiación de Papel Prensa de la que fue víctima la familia Graiver. Por esa causa denunció ante la justicia a Héctor Magnetto y a Bartolomé Mitre, hoy investigados por delitos de lesa humanidad. Tenía coraje Duhalde. Su apasionamiento era contagioso. Se hace difícil ahora no imaginar a los canallas de ayer y de hoy con una sonrisa en sus rostros, parecida al cinismo o al alivio.
Para él, la última trinchera fue la función pública. Su figura es inescindible de la política de Memoria, Verdad y Justicia que impulsó el Estado en los últimos nueve años. Duhalde fue clave para que los tribunales de la democracia hayan sentado en el banquillo de los acusados a casi un millar de genocidas. En los últimos días, casualidad o no, la justicia rindió homenaje a su lucha. En Rosario, hubo cinco condenados por delitos de lesa humanidad. En Córdoba, otros tres. En total, ya suman 281 los responsables del terrorismo de Estado condenados. Hay 875 procesados. Entre ellos, más de 120 son civiles. Duhalde, “el bueno”, lo dijo una y otra vez: el golpe del 76 fue cívico-militar. No se equivocó. Dejó tras de sí una tarea titánica. Desde Tiempo rendimos homenaje a un ser humano fundamental.

Acompañamos a su hermano Marcelo y a sus seres queridos en el dolor pero también en el orgullo de haberlo tenido a su lado.

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