La ópera prima de Natalia Meta ubica los hechos en una Buenos Aires de los 80. El crimen de un hombre maduro de la clase alta en Recoleta descubre ante los ojos del espectador, las facetas corruptas de funcionarios públicos. El drama va más allá de ribetes policiales y se adentra en el espacio under de los gay. La clandestinidad nocturna juega su intriga a la par de la investigación en la que aparecen indicios del tráfico de drogas y la venta de cuadros falsos.
Detrás del crimen hay pasiones ocultas. El policial negro de ambiente oscuro se convierte en rosa, cuando el Ganso, policía novato interpretado por el Chino Darín, quien le rinde honores a su apellido en su primer protagónico en la pantalla grande, es puesto como carnada y hace su aparición en el boliche gay para entablar relación con el ex amante de la víctima, un bailarín y cantante sensible, muy bien interpretado por Carlos Casella. Luces ochenteras y una atmósfera psicodélica envuelven a policías y travestis tras el hallazgo de pistas que lleven a dilucidar un caso que estaba destinado a cerrarse desde el principio, bajo las órdenes de un Juez corrupto (Emilio Disi) que compra al rudo inspector Chávez, encarnado por el mexicano Demián Bichir. Chávez persigue las pistas con la obstinación de un “buen policía” pero actúa en connivencia con el Juez sin conocer las verdaderas causas del delito ni quién lo cometió. Acepta sobornos de aquel y guiado por la curiosidad, entra en un camino sin retorno, cuando se descubre apasionado y atraído irremediablemente por otro hombre.
El inspector Chávez, caratulado como infalible, está rodeado por un comisario adicto (Hugo Arana) y por una agente “gatuna”, tan sensual como arriesgada, cuyo único “defecto” son sus notables y perfectas curvas. La peligrosa bomba sexual está encarnada por Mónica Antonópolus, en un papel secundario que no le permite lucirse todo lo que debiera.
Las trampas de la vida arremeten contra Chávez, hundido en un juego de seducción. En pasajes, se nota una especie de doblaje realizado para ocultar el acento mexicano. Su actuación se relega a un segundo plano al emerger con fuerza la presencia del Chino Darín, actor sobre el cual cae el peso del film.
Imágenes de excelente composición como la del trágico final del amante de la víctima del crimen, cuyo cuerpo yace sobre un caballo que corre velozmente, terminan por armar un cuadro negro entre las calles porteñas del año 1989, enmarcado en la hiperinflación y los cortes de luz. Contexto que se une al encendido de un fósforo que da inicio a la primera pista del crimen.
La recreación de la época está muy bien llevada como así también la pintura del submundo gay. Los rituales amorosos tanto homosexuales como heterosexuales suman un elevado tono de erotismo al film que reaviva los contornos del policial negro y que evaden el estricto límite del género.
Las pequeñas escenas familiares del inspector muestran la vida miserable de un policía de rango en contraposición con la que llevan los ricos del film, como la hermana de la víctima, con una aparición rápida de Luisa Kuliok. En tanto el casamiento de Gómez, el Ganso, es una estrategia de distracción que utiliza el joven policía para confundirse con la imagen de “chico de barrio”, simple y humilde.
Entre los “pecados” del film, se puede mencionar la búsqueda del efecto por sobre la verosimilitud. Lo excéntrico gana terreno a lo simple pero la película es un curioso y llamativo retrato de extraños sucesos ocurridos en la Argentina en los últimos años.
La tesis sobre el deseo tiene una conclusión sorprendente. El film es una amalgama de relatos sociales que convergen en múltiples sucesos criminales. Muy buena.