Cuba, ese pedazo del Caribe, contorneada por las arenas que pisaron los indígenas del Caribe, mientras miraban azorados las carabelas con velas blancas que llegaban a cambiar la historia, la tierra y aun el mito, es un jirón de amor y pasión en el corazón de América. Quien llega a ella, desea regresar siempre.
Llegar a Cuba es algo así como arribar a ese espacio de lo real maravilloso de Carpentier. La Habana y su malecón, el fuerte, el faro, las murallas que hablan de corsarios y españoles, la América fragante que descubriera Cristóbal Colón y que evocara Rubén Darío, las noches cálidas y arrulladas por el son, lo afrocubano, la Revolución del 59 y el heroísmo de su pueblo.
En ese marco, se vive el arte y la literatura de un modo especial. Los artistas y escritores de Cuba trabajan organizados en instituciones de larga trayectoria como la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba), que tal vez recuerda, de alguna manera, a nuestra vieja y legendaria SADE (Sociedad Argentina de Escritores) tan prestigiosa como conflictiva, tan avasallada por lo ideológico y los intereses del mercado que la han socavado.
En Cuba, en cambio, los intereses del mercado, reducidos a lo mínimo, no inciden en la calidad literaria. Instituciones nacidas con la Revolución como la Casa de las Américas continúan publicando y fomentando el lazo fraterno entre los países a través de una difusión cultural con una mirada cosmopolita y continental. Su presidente, el poeta y ensayista Roberto Fernández Retamar, autor de esa gran reflexión para todos los americanos que es Calibán, nos recibió en su famoso despacho del edificio de 3ra.y G en el Vedado. El viento del Malecón soplaba ese miércoles 30 de noviembre, y, mientras conversábamos y nos obsequiaba, el último número de la Revista Casa, pensamos en Oscar Wilde, cuyo aniversario se conmemora precisamente el 30 de noviembre.
En la sede de la UNEAC, conocimos a poetas de la talla de Luis Marrás, Premio Nacional de Literatura 2008 y Pablo Armando Fernández, Premio Nacional de Literatura 1996.
Si las actividades de la UNEAC son muy importantes, lo son también las del Instituto Cubano de Cine y del Instituto Cubano de Libro. Salas, auditorios, cafés literarios son escenarios de recitales, talleres, conferencias, muestras plásticas, conciertos, en una actividad constante y de gran calidad. En el Instituto Cubano de Cine está “Fresa y Chocolate”, un centro cultural plural y amplio, donde se realizan las tertulias literarias y musicales que coordina la poeta Juanita Conejero.
Si la importancia de las revistas literaria durante el modernismo y las vanguardias fue determinante, tal vez siguiendo la moda europea desde el clasicismo del siglo XVIII y el romanticismo, en la configuración de los mapas literarios y generacionales, de movimientos y grupos, Cuba, sin duda, es pionera en América Latina en este aspecto. Pensemos en las celebérrimas revistas de Lezama y Carpentier. En la actualidad las revistas literarias y culturales continúan ejerciendo su función aglutinante y testimonial. Revistas como Casa de las Américas, presente en América y el mundo desde 1960, Revista Unión de La UNEAC. La Gaceta de Cuba, fundada por Nicolás Guillén en 1962, Bohemia, Amnios, cuyo editor es el notable poeta y crítico Roberto Manzano, con quien estuvimos reunidos en un típico bar habanero, no dejan de publicar a las distintas generaciones de escritores como Mirta Yánez, Luis Toledo Sande, Nancy Morejón, Basilia Papastamatiu, Edel Morales, David Curbelo, Luis Lorente…
Y mientras se escucha el son cubano, por las calles de La Habana Vieja, Centro Habana y el Vedado se advierten en el aire aún los versos de José María Heredia, Julián del Casal, Nicolás Guillén, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Dulce María Loynaz y siempre y en cada rincón, las palmas inmarcesibles de Martí y el Che. Y si seguimos por el camino literario de La Habana, nos acompañarán las sombras queridas y admiradas de Hemingway yendo a La Bodeguita del Medio a beber su mojito o a Cojímar a contemplar el Caribe encrespado del mes de diciembre, de Julio Cortázar saliendo a la madrugada del Gato Tuerto, de Alejo Carpentier en la bella casa de La Habana Vieja que le inspiró El siglo de las luces, de los inclaudicables amigos de Cuba y de la Casa de las Américas, García Márquez, Benedetti, Martínez Estrada, Roque Dalton y Roa Bastos.
Sin rotura del lazo social, a pesar de los cincuenta años de bloqueo, Cuba es una lección de humanismo al mundo, se puede caminar por sus calles sin temor a la violencia que engendra la inequidad del capitalismo, sin miedo a la barbarie que comienza a poblar las ciudades que se alejan cada vez más de un principio que las ordene que no sea el mercado y los negocios que mueven su máquina. Cuba es una esperanza en este leviatán del siglo XXI que no parece deponer su signo de dominación por la fuerza y la virulencia que crece en los tejidos sociales. Su lección no es, por supuesto, una lección económica, como pretenderían las mentalidades pragmáticas del neoliberalismo. Su lección es una lección de sentido para todos los pueblos del mundo, especialmente en esta hora en que el entramado social de los países capitalistas se derrumba y la marginalidad, la drogadicción, la violencia, la desculturación, la caída de los valores éticos, etc. hacen estragos en sus territorios. El sostén moral de Cuba ha evitado que, en medio de las contrariedades económicas y de las carencias materiales, no se haya caído en la violencia o el delito. Todo un ejemplo.
Liliana Bellone y Antonio Gutiérrez
Diciembre de 2011