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viernes, marzo 29, 2024

¿Es machista el idioma español?: el debate sobre arrobas, equis y términos sexistas

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Las academias de letras hablan de “aberración”, pero los “@” y las “x” se cuelan cada vez más en el lenguaje cotidiano, incomodando a escritores y lectores. En tiempos de revolución de las mujeres, ¿debemos cambiar la forma en la que nos comunicamos?

En su libro El segundo sexo, Simone de Beauvoir intenta definir de qué hablamos cuando hablamos de la mujer, y para eso indaga sobre lo que significa ser hombre: “Representa al mismo tiempo el positivo y el neutro, hasta el punto que se dice ‘los hombres’ para designar a los seres humanos, pues el singular de la palabra vir se ha asimilado al sentido general de la palabra homo”.

Casi 70 años más tarde, y ante la resistencia estoica de las academias de letras, el debate sobre la discriminación a través del lenguaje se hace cada vez más presente en los centros educativos, las redacciones, los palcos en los eventos públicos y hasta en las pantallas de las computadoras cortadas por cursores titilantes. ¿Es la lengua española sexista? ¿Debemos entonces cambiarla? ¿Cómo deben ser esos cambios?

“Todo cambio cultural se refleja en la lengua, que es como un sismógrafo social”, explicó Pedro Luis Barcia, ex presidente de la Academia de Argentina de Letras y de la Academia Nacional de Educación, y con eso todos parecen estar de acuerdo. “Pero por falta de sentido y conocimiento del sistema lingüístico se mentan mal las realidades”, aclara, sobre el uso del símbolo “@” o de la “x” en las terminaciones de los sustantivos para esquivar los masculinos y femeninos, y da el puntapié inicial para el debate.

“El uso de la arroba al final de la palabra para sugerir doble valor femenino y masculino es un mamarracho, porque la arroba no es un signo lingüístico y no puede integrar palabras (…) En cuanto al uso final de la “x”, el mismo no alude a doble punta sino a una indeterminación, pues es signo de enigma por resolver”, explicó el lingüista. Sobre el desdoblamiento de los sustantivos, el juicio es aún más categórico, en tanto “contradice una de las reglas básicas del idioma: la economía”.

Desde México, la lingüista Concepción Company dialogó sobre esos interrogantes. La investigadora emérita de la UNAM, que ocupa la silla V de la Academia Mexicana de la Lengua, molestó recientemente con algunas declaraciones en la prensa sobre su oposición al lenguaje inclusivo, desde lo que ella define como una posición feminista.

“No es que me oponga, pero sí creo que el lenguaje inclusivo no sirve para nada. La igualdad no se consigue forzando un mecanismo tan sedimentado como es una lengua, sino por el contrario, el cambio tiene que venir de la sociedad; entonces sí, lo más probable es que la lengua lo recoja”, explicó, polémica, Company. “Aquí en la UNAM hubo una campaña hace poco cuya consigna era ‘Igualdad es que te llamen arquitecta’. Yo digo que no, que igualdad no es eso. Igualdad es que me paguen lo mismo por la misma tarea, no me importa que me llamen arquitecta, o que directamente no me llamen”, agregó.

El ejemplo importa aquí debido a que con las profesiones se da un caso paradigmático y se demuestra que el uso es lo que da sentido a una lengua. Hasta hace poco la palabra ‘presidenta’ no existía sencillamente porque no existían las presidentas, y eso habla de las relaciones de poder en las sociedades en las que el lenguaje opera. Y aunque en el caso de ‘presidente’ corre una realidad morfológica de la palabra (la terminación ‘e’ no la hace ni femenina ni masculina), lo cierto es que siempre fue un cargo ejercido por hombres, que ahora se somete a una transformación como consecuencia de un cambio de la realidad social.

Para Company, es cierto que vivimos en una sociedad machista, que se trata de relaciones de poder, que las mujeres están infrarrepresentadas en muchas instituciones u órganos de decisión pero insistió con una idea: la machista no es la gramática.

En relación al uso, por ejemplo, de la arroba, la también filóloga dijo que no sólo es impronunciable, sino que es “elitista”. “Sólo 100 de las 6100 lenguas que existen desarrollaron escritura (…) Entonces sólo puede “incluir” quien escribe, pero aún peor, quien tiene una computadora”.

E hizo un repaso por las distintas realidades y las lenguas. Las lenguas amerindias, por ejemplo, no poseen marca de género, es decir, una distinción dentro de cada palabra para indicar si es femenina o masculina. Y pese a esto, eran sociedades profundamente patriarcales. No les interesaba la marca de género, sino otras cosas como designar si el objeto del que hablaban era animado o desanimado. Otro ejemplo es el finlandés, que tampoco tiene marca de género y en cambio sí se trata de una sociedad bastante igualitaria. Pero si seguimos indagando, el turco tampoco tiene marca de género y es una sociedad muy desigual, en la que las mujeres están subordinadas. El hebreo, por su parte, se presenta como un extremo: incluso los verbos poseen marca de género.

Entonces, aunque el idioma español presenta una especificidad -así como el francés presenta la suya, en la que el debate sobre el lenguaje inclusivo se ha vuelvo aún más álgido por cuestiones morfológicas del idioma-, lo cierto es que pareciera que no existen evidencias de una relación directa entre lengua, género, sociedad y discriminación.

La doctora y profesora de Literatura Karina Galperin respondió a la pregunta sobre el carácter sexista del español: “No diría que el español es machista, pero sí creo que responde a un patrón que comparte con casi todas las sociedades que conocemos y que es que el masculino tiene una prevalencia por sobre el femenino”.

Por eso, explicó, las transformaciones en las lenguas ocurren, más allá de lo normativo: “No importa si el español debe o no cambiar, el asunto es que en efecto cambia”.

“Las academias de letras tienen un rol muy importante en algunos temas pero en este lo que digan tienen poca importancia, porque siempre van a ir detrás de los cambios sociales. Creo que lo que está pasando es que la sociedad entiende que la lengua no nombra adecuadamente las relaciones en la forma en la que las concebimos hoy en día, pero que es una cuestión de tiempo -inevitable- que se asimile esa transformación”, explicó.

Consideró, además, que nos encontramos en un momento de transición: cambió la convención social, tenemos conciencia de género en relación a muchos temas, y tenemos esa conciencia de que ahí hay un problema y que ese problema es también práctico, no sólo ideológico: “A veces queremos decir ‘los varones’, a veces queremos decir ‘los varones y las mujeres’ y otras veces queremos decir ‘las mujeres’, y no tenemos tres formas ni dos para eso”.

El arroba y la equis nos solucionan ese problema en donde se conjuga lo ideológico con lo práctico en la lengua escrita. Ahora, el problema sigue planteado en la medida en la que son signos impronunciables. Sobre qué cambios sí y qué cambios no, la especialista dijo que existe una suerte de darwinismo: “Por ejemplo el ‘todos y todas’. El desdoblamiento de los sustantivos en sus formas masculinas y femeninas es muy largo y lo largo en la lengua no va; por el contrario, son más plausibles las soluciones breves. Entonces tenemos algunas soluciones pero por el momento éstas son malas; es decir, son mejores que el problema pero seguramente no sean las soluciones definitivas”.

Desde España, la poetisa y editora de la revista PlayGround, Luna Miguel, habló con Infobae sobre su apoyo al lenguaje inclusivo: “Creo que nos ayuda a entender que el mundo en el que vivimos es más amplio y complejo de lo que se piensa. Y que hay cuestiones que nuestro lenguaje sexista no nos permite nombrar y que quizá deberíamos plantearnos corregir”.

La escritora es una defensora de las transformaciones del lenguaje, sobre todo en momentos en los que la sociedad cambia, pero no las limita a las cuestiones de género. “Todos los días encontramos palabras nuevas que surgen de aplicaciones o de las redes sociales, y que nunca antes hubiéramos imaginado que pasarían a ser parte de nuestra cotidianidad, como ‘tuitear’, ‘instagramear’, ‘linkear’ y un largo etcétera. Ahora yo me pregunto: si nuestro lenguaje se abre a la tecnología, como también se abrió a otras lenguas, ¿por qué se niega a la inclusión? ¿Por qué se niega al feminismo?”.

Miguel se refirió también a los desafíos con los que se ha topado como editora de una publicación y admitió que el tema del lenguaje se suele debatir sobre todo en la última fase de la creación de un texto. “Quizá podríamos empezar a plantearnos si deberíamos hacerlo desde el comienzo, como un propósito en sí mismo y no como una acotación”.

En cuanto a la literatura, arriesgó que cree que “puede ser interesante ver cómo todos estos cambios llegan a una dimensión más estética y más lírica. Quizá nos demos cuenta de que hasta puede sonar hermoso”.

“La lengua es creatividad”, dijo una lingüista dando una oportunidad a las transformaciones, y aclaró: “Serán los siglos -aplicados sobre esa creatividad de los hombres y las mujeres- los que decidan qué cambios se sedimentan y cuáles no”.

– Por Sofía Benavides
Infobae

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