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viernes, abril 19, 2024

Feminicidio. Cuando los prejuicios lo impregnan todo

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Donde no debe reinar el prejuicio es en la política, en las medidas con que se enfrenta este tema. Ley y presupuesto, porque ley sin presupuesto es prejuicio.

Llevo años leyendo, trabajando, denunciando este drama. Llevamos años conversando en equipos multidisciplinares sobre el riesgo evidente que proviene de la lectura repetitiva de casos y más casos, de gran parecido, de igual drama. El riesgo de que a los profesionales se nos haga una cicatriz tal que nos haga parecer improductivo seguir trabajando.

Cuando se lee la prensa, cuesta. Pero no es motivo.

Trabajar clínica y teóricamente con este problema nos enfrenta a un nivel de angustia que señala la importancia suprema que tiene la formación de los profesionales y el psicoanálisis de los practicantes. No hay manera de que no produzca daño si no trabajamos en condiciones, en equipo sí, pero en condiciones, con recursos adecuados para realizar la tarea. Como muestra, algún que otro botón.

Cuando damos una conferencia, una mesa redonda y denunciamos esta lacra, no hay vez que no surja alguno o algunos que digan, “y qué pasa cuando es la mujer la victimaria.” Y siempre hay alguien en el público dispuesto a entrar al trapo, a desvirtuar lo que estamos diciendo. No falla. Es increíble y es cierto.

Es tan evidente que cuando una mujer mata a un hombre, no lo mata por ser hombre sino por ser ese hombre, que una se pregunta, ¿cómo se puede entrar al trapo? Cómo se puede comparar eso con el hecho de que maten mujeres acá y allá sólo por el hecho de ser mujeres. Y sin embargo, lo sabemos, ocurre sin parar. ¿Cómo puede compararse que haya mujeres asesinas con la idea de que una mujer siempre es pasible de ser maltratada, quemada viva para que aprenda?

Siglos de patriarcado

Años denunciándolo pero mientras los prejuicios y la impunidad reinen, eso no cesa ni cesará. Como nadie puede decretar el fin de los prejuicios ya que muchas veces se te denunciará como ingerente en la libertad de pensamiento, lo que cabe hacer tiene que venir por otro lado, tiene que hacerle obstáculo por las vías donde los prejuicios no resisten. Insisten pero no aguantan el trabajo acordado, coordinado y liberado de creencias.

Donde la mano no puede temblar al hilo de los prejuicios, es en la ley, en su aplicación. Donde no se puede parar de denunciar es en la educación, única vía aunque sea a larguísimo plazo, de enseñar a pactar. Es cierto, la violencia no dejará de existir por mucho que eduquemos más no por eso dejemos de educar. Donde no debe reinar el prejuicio es en la política, en las medidas con que se enfrenta este tema. Ley y presupuesto, porque ley sin presupuesto ES PREJUICIO, es pensamiento animista, porque pensar que porque la ley existe hace efecto, es como pensar que porque una botella de alcohol anda cerca, los microbios no se van a acercar. Sin embargo, sin ley tampoco había nada que hacer. En ese filo nos movemos.

La sociedad no cambia por la existencia de ley

Y a la vez, si la sociedad no hubiera cambiado bastante, jamás hubiera habido ley, legislación que penalice lo que siempre ha pasado por una tragedia, por un hecho natural, por un hecho de la vida privada en la que no se puede hacer ninguna entrada.

También hay prejuicios en el modo de leer las noticias y las cifras.

Por ejemplo en una nota aparecida en Clarín (12-1-12) leemos: “Sofía y Silvina fueron asesinadas el 1 de enero de 2011 y abrieron la lista de un año negro: 282 fueron las víctimas de la violencia de género en todo el país. Fueron 22 más que el año anterior. Y muchas más que en 2009, cuando las muertes sumaron 231, según el Observatorio de Femicidios “Adriana Marisel Zambrano”.

La Oficina de Asistencia a la Víctima, que depende del Ministerio Público Fiscal porteño, también refleja esa realidad.

Allí, en un año se duplicaron la cantidad de mujeres que llegaron pidiendo ayuda . Si en noviembre de 2010, la OFAVyT atendía 356 casos, en el último mes de octubre tuvieron que auxiliar a 715 personas. A lo largo del último año, la Oficina atendió 6.667 casos, orientando y acompañando a las víctimas durante todo el proceso judicial.”

Luego unos renglones más abajo reconocen que en realidad no hay cifras coordinadas a nivel nacional. Si no hay tal coordinación, es absurdo en el mejor de los casos y tendencioso en general, decir que hubo más o menos, signos que no sirven si no es para mediciones reales y no para sensaciones de la temperatura social. Hasta que no se las cuente una a una, y de modo coordinado, no hay manera de saber nada.

Aunque parezca mentira, hay muchos países, de los llamados civilizados, en los que no se cuenta las víctimas.

Y también es de lo más tendencioso insinuar que cuando se denuncia aumentan los casos, como si hubiera contagio. Si no los denuncio con su nombre y no los tipifico como delito, pasan por accidentes domésticos, por desgracias familiares, por crímenes pasionales, por cualquier cosa que desdibuje lo que es, un femicidio, en este caso que comenta Clarín, una madre y una hija que fueron apuñalada la una y degollada la otra por marido y padre respectivamente.

Tampoco es lo mismo leer aumento de número de muertes con aumento de número de denuncias, porque en todo caso lo segundo indica un éxito en las políticas de sensibilización social y el trabajo sobre la importancia de no sellar pactos de silencio, pactos familiares que impiden denunciar.

El femicidio ni es natural ni es privado. Es cultural: el patriarcado es su causa, y es social porque una sociedad no puede quedarse mirando cómo matan a sus mujeres como si de cuestiones individuales se tratase.

Ese es un doble prejuicio muy difícil de combatir pero imprescindible hacerlo si queremos avanzar con lo que ya sabemos, con lo que ya estudiamos y aprendimos. El campo de la prevención es el único que puede hacerle límite a este drama social. Y conviene recordar que, siendo un drama social, se materializa en cada caso, en cada casa familiar donde, toda la prensa lo dice, las mujeres adultas y las niñas corren más riesgo que en la calle. Con este aspecto del caso a caso, entramos en la clínica.

HACIA UNA CLÍNICA MENOS TONTA

He dicho que en estos temas, el trabajo se realiza y ha de realizarse en equipos multidisciplinares. Yo lo hago como psicoanalista y como tal, me toca intentar no perderme en los decires generales y ver qué puede aportar la clínica psicoanalítica para rescatar a las mujeres víctimas que no mueren pero que quedan atrapadas en un discurso que no las deja moverse bien y en muchos casos, con una devastación general de su amor propio y creencia en sus posibilidades futuras.

Durante mucho tiempo, al psicoanalista le toca ser el único que piensa que eso puede cambiar. No se trata, craso error de insinuarle a la paciente que si se esfuerza lo va a comprender. Si el analista es el que no tiene prisa y está ahí para facilitar el desarrollo de ese ser hablante, ahí ya las está pensando en un una a una, como a otras mujeres, como a otros hombres que vienen a análisis.

Pero insisto, durante un buen tiempo, eso corre a cuenta nuestra porque si nuestra posición no es exquisitamente respetuosa en estos casos, el daño es mayor que en otros, es mayor porque a lo mejor le cerramos la única puertita que se le puede abrir. Hemos de pensar que el miedo ha hecho unos estragos enormes y ha narcotizado de tal manera, que fácilmente nos tomará por otro u otra que le puede hacer daño.

Y digo esto para que se tenga en cuenta en nuestra clínica pero también lo digo para contestar a la creencia, del todo prejuiciosa, de que a estas mujeres no hay que psicoanalizarlas. Creo y sostengo que a estas mujeres es necesario abordarlas con la no injerencia que el psicoanálisis nos enseña como modo de operatividad imprescindible para ver la subjetividad que haya en juego.

El psicoanálisis puede enseñarnos a prestar una escucha sin prejuicios, una escucha que no ponga la etiqueta, que no piense que porque estuvo sometida y sostenida de un discurso que la dejaba muda, ella no tiene voz ni voto en su vida actual y en la que pueda procurarse. Una posición tal la del analista que no dictamine que eso no tiene buen arreglo posible, algún parche tal vez pero…Es obvio que no se debe entrar ni al trapo ni a saco. Es necesario que el analista esté analizado para qué su angustia no precipite una salida a destiempo del consultorio. No es fácil. Pero es posible.

Partimos de una víctima. No es cuestión de discutirlo. Pero tenemos que poder conducir una cura que la lleve a sostenerse de otro discurso. Para ello voy a señalar en este texto un par de cosas.

Las mujeres una a una, salen de esa trampa, se transforman. Producen una vida otra que la que vienen padeciendo y produciendo en el mismo movimiento de no salida en el que estaban atrapadas.

Y en eso no son distintas de los demás, hombres y mujeres que vienen a psicoanalizarse por el motivo que encuentren para iniciar su viaje. Es necesario poder llevarlas a incluirse, es necesario que podamos pensarlas con las estructuras freudianas que Lacan nos enseña a potenciar.

Pero una clínica menos tonta ha de obligarnos a los psicoanalistas a producir los textos que planteen seriamente qué ha pasado, cómo han quedado como resultado de atravesar ese drama social en las carnes propias, y en qué consiste ese aislamiento singular que las ha convertido en personas que como ya se ha dicho, duermen con el enemigo. En su cama y en el efecto devastador del sometimiento en el que están inmersas.

Una clínica menos tonta es aquella que lleve a usar los recursos ahí, donde hay salida posible. Una clínica menos tonta será aquella donde los psicoanalistas dejemos de tener que entrar con tanto cuidado al tema, como si defendiéramos barbaridades prejuiciosas.

Una clínica menos tonta será una vez más, aquella que piense la singularidad de estas mujeres en este tiempo que es el nuestro.

– Bibiana Degli Sposti – Psicoanalista – Mundo Argentino

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