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jueves, marzo 28, 2024

Foucault. La sonrisa melancólica, ocasionada por el horror (I)

Notas más leídas

El libertino es un alienado por la anarquía destructiva de su Moral o por la ausencia de ella.

Paul-Michel “… señala que el descubrimiento freudiano del Inconsciente había …” revolucionado la manera de apreciar la locura –traslación del portugués

Roudinesco, Elisabeth: Em defesa da Psicanálise. Ensaios e entrevistas. Jorge Zahar Editora Ltda., Rio de Janeiro, 2010, 162

Intenté “… saber por qué … (se hizo) importante (ocuparse de alguien que presta a fondo perdido o de un ateo hasta la saciedad) …”; por qué fue esencial apagar tales existencias

Foucault, Paul-Michel: “9. La vida de los hombres infames” en La vida de los hombres infames, Editorial Altamira, La Plata, pp. 121/122

Primera Ceroidad

Lo que consideramos un grueso error de concepto y de caracterización de la trayectoria foucaultiana, es lo que nos impuso el despertar de nuestra siesta marxiana en la que nos comenzamos a aburrir y en la que no dejamos de girar en torno de lo mismo, sin alcanzar lo otro…

No existe nada peor para el Psicoanálisis, para Šlomo y para Lacan que las investigaciones del amigo de Louis René, puesto que Paul-Michel, en su etapa estructuralista, que dura desde sus primeras pesquisas, como la de Dolencia mental y personalidad hasta Las palabras y las cosas, intenta mostrar que el Psicoanálisis es una policía del deseo, de las pulsiones y del Inconsciente y que no es más que otro poder carcelario que se sucede en una secuencia de poderes opresivos en torno a uno de los ejes que obsesionó a lo que podría denominarse “Occidente” y que es la demencia.

Por mi lado, aquí y allá, expresé mi desacuerdo con esa desmesura y me pregunté por qué ese odio de Foucault, con relación al Psicoanálisis; no obstante, eso es otro tema y no es lo que abordaré; buscaré revelar que el gustador de Sade no aprecia ni a Freud, ni a Émile, ni al Psicoanálisis, rescatando lo positivo de las contribuciones de Paul-Michel e ignorando sus desventuras con respecto a Karl, al socialismo y a la insurgencia.

Primera “Primificación”

Una de las inmensas lagunas en Foucault es que no acota, al menos, en su período estructuralista, que abarca más de una década…, lo que comprenderá por “Occidente”. Es algo que da por sentado, cayendo en el sentido común académico de que Occidente es lo que se constituye con el Oriente griego y con la duplicidad Este/Oeste romano, hasta llegar a lo que denominará la Época Clásica, fase que abarca el Renacimiento tardío y la Revolución Francesa.

El “Occidente” es una estructura de larguísima duración y prácticamente inmóvil, excepto por las alteraciones en la espesura de los poderes, y de lo que dicen y de lo que nos obligan a enunciar.

Para comentar al galo desde estos axiomas, haremos una separación que es arbitraria y no, entre un libro como Enfermedad mental y personalidad e Historia de la locura

Como es sabido, esta segunda obra, que se divide en dos tomos por su extensión, es la Tesis Doctoral de un joven filósofo estructuralista, que después del estallido que gestó Derrida en la Universidad de John Hopkins, donde Elyah inventa solito el pos estructuralismo y la deconstrucción, postestructuralismo del que se harán eco los antiguos estructuralistas, como Deleuze, es la que torna famoso a un desconocido. El libro se convierte a gran velocidad, en un “best–seller”.

Por eso es que tomaremos como referencia la obra que glosaremos (puede que sea un criterio débil –sí; es cierto, pero en una sociedad donde el mercado es lo que domina, no está mal observar lo que se vende en el mundo de las ideas).

Primera “Atesis”

Podemos sugerir que desde sus tempranas indagaciones hasta el recorrido que Foucault concreta sobre cómo se fue construyendo la “demencia” para justificar el poder de lo que llamará más tarde, vigilar y castigar, Paul-Michel procedía por tanteos, hasta que se percata que con su descripción de cómo se conceptúa lo que se bautizará de locura, está efectuando una historia de cómo se convierten en objetos, en cosas, en entidades, palabras que son apropiadas por discursos y en cómo tales discursos son una de las herramientas de algo ubicuo, inasible y espantoso que son los poderes anónimos, que no se identifican ni con grupos, ni con clases sociales, ni con aparatos de Estado, ni con leyes, ni con tradiciones, etc., aunque puedan atravesar todos esos elementos.

Este es lo que podría denominarse el “segundo Foucault” y el que para nosotros, será el más original, completando ese periplo con El nacimiento de la clínica y con El nacimiento de la prisión.

Sufriendo críticas ácidas desde todos los frentes, Paul-Michel se hará mañoso y comenzará a negar siempre y de manera odiosa, lo que es evidente que sus palimpsestos dilucidaban; el ejemplo ejemplar es La arqueología del saber con relación a los ataques que sufrió Las palabras y las cosas.

Nosotros nos quedaremos, como lo adelantamos, con el mejor de los compañeros de Louis René y no con ese Foucault que negará con absoluto descaro que él nunca se ocupó de los poderes (ir a https://www.salta21.com/Alucinaciones-El.html) o que ignoraba a Marx y a pesar de eso, gritaba que no se le hablara más de Karl porque él, Paul-Michel, había nacido para superar a Marx, tal cual lo esparcimos en https://www.salta21.com/Marx-Theatrum.html.

El proyecto de ese “segundo Foucault” creativo se condensa en uno de los textos más hermosos, bellamente escritos y conmovedores de la Historia en general, que es el opúsculo “La vida de los hombres infames”.

Primera Secundidad. “Affermazione”

La Historia de la locura en la Época Clásica, se reparte en dos volúmenes.
El primer tomo se escinde a su vez, en dos secciones.

En la Primera Parte, hay un “Prólogo” que es una polémica en clave en contra de Derrida, enfrentamiento que se continúa con una larga glosa a Descartes y que en realidad, tiene su inicio en otra sesión, en otro lugar, en un artículo poco diplomático de Eliahou en el que llega a menospreciar a Paul-Michel, el que estaba presente en la conferencia y el que guardó inexplicable silencio durante años, hasta que, sin saberse por qué, estalló de ira y su enojo se plasmó en esa introducción que obviamente, no figura en su Defensa de Tesis, porque la Defensa de su Doctorado sucedió en 1960 y lo que registramos es posterior [la Tesis de Foucault hubiera merecido la máxima calificación, pero el obtuso Jurado, integrado por Canguilhem…, le otorgó una pobre Medalla de Bronce –ni todas las obras de Georges amontonadas, igualan las líneas más brillantes del amigo de Deleuze (pero ese es el destino que se padece con Tribunales de idiotas acartonados)].

El Prólogo alude socarronamente a lo que Derrida enarbola en desmedro de cualquier introducción en su libro La Diseminación.

La escasamente amable palestra de Elyah sobre Paul-Michel se incluyó en La escritura y la diferencia

Primera Tercerificación. “Verneinung”

La Primera Parte puede ser distinguida entre los tres capítulos iniciales y entre los otros dos conclusivos.

En el Capítulo I, se efectúa una lúcida presentación de los temas que se abordarán.
Lo que una vez, se “ignora” cómo, había asomado en Occidente, que son los leprosos y los leprosarios, desaparecen hacia principios del Siglo XVI. Despacio y de modo intrincado y algo avanzada esa misma centuria, se levanta una necesidad inédita de temer a algo. Los que sufrirán enfermedades venéreas, serán los objetos a los que conservar alejados, excluidos, segregados, marginados.

Con los enfermos por una sexualidad que se imagina descontrolada, se articula un aparato curioso, de ondas repercusiones en la Historia de Occidente; el internado; el internamiento.

La mirada social, anónima, comienza a fijarse en lo que se nombra de “locos” y para los “dementes”, se inventa otro aparato; la nave de los locos.

Este movimiento subterráneo, que no es simplemente inconsciente, se asocia con el acontecimiento de que la “demencia” adquiere la dignidad de ser hablada por los filósofos. Uno de los pensadores que tematiza la locura es Erasmo de Rotterdam.
La otra variable es que a los dementes se les asigna un saber que es inaccesible (no creemos, como Artaud, en una locura que sea enclaustrada, mas, desembragar a cada instante nuestras reservas contra tales vocablos, hace engorrosa la lectura del artículo e impacta en la faena de la Directora que se ocupa de editar mis contribuciones).

El otro componente es que hay una transformación de los lugares que la Razón asigna a la Razón y al universo oscuro de la Sinrazón. Al mismo tiempo, existe una conversión constante aunque no sin rupturas, de los discursos que se atarean con la demencia, hasta arribar a Freud –es el primer indicio que contradice palmariamente, lo que sostiene Elisabeth en más de una ocasión (e. g., en su obra acerca de la Historia del Psicoanálisis en Francia).

A partir del Siglo XVII, se da otro corte. De un internamiento difuso, se pasa al encierro de los locos en hospitales, en prisiones.

El Capítulo II aborda el espacio de la demencia en René y es este fragmento, a la par de otras cosas, lo que Derrida objeta.

El amado por Defert, sostiene que Descartes blinda la racionalidad de la Razón, no por el recurso a que si duda de la racionalidad de la Kāraṇaṁ no puede estar soñando, sino porque si duda, implica que no está loco. René fundamenta la racionalidad de la Razón y la confianza que se puede depositar en ella, en que es posible separar la “Iemesls” de lo que es demencia.

Para René, la locura no es depositaria de conocimiento alguno; la única que es hábil para la elaboración de un saber es la Razón.

En simultáneo al tratamiento erudito de la demencia, se esparcen aparatos de encierro. El hospital es uno de ellos; la Iglesia posee sus propias instituciones de aislamiento.

El resultado es que los aparatos de encierro se multiplican y la obsesión por segregar la locura, suscita un desorden en su exclusión.

Es uno de los pasajes donde se aprecia la fina ironía de Paul-Michel y que consiste en que se quiere gestar un espacio que sea propio para los insanos, pero los lugares de encierro se diseminan a tal grado, que aparece una locura en la diversidad de espacios de aislamiento para enclaustrar a los desquiciados.

La demencia de este desorden, de esa indiferenciación de los lugares de encierro, se une a la locura de que los insanos son juntados con los pobres, con los mendigos, con los desocupados.

A pesar de todo, en ese desorden que también es desquicio o insania, existe una Moral para Corregir lo que se evalúa torcido. Esa Moral es administrada por el Estado.

En el Capítulo III, Foucault dice que las instituciones de aislamiento, de ser enseñantes de la virtud…, otro sarcasmo, devienen poco a poco, en asilos que estigmatizan a los locos como asociales y se torna a los dementes en alienados.

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En p. 62, el compañero de Louis René usa por primera vez, el lexema “arqueología”, lo que significa que Paul-Michel está procurando concretar una arqueología de cómo se alucinó, en Occidente, lo que es locura, a través de mecanismos de exclusión que tienen sus antecedentes en la actitud con respecto a los leprosos.

Con un encierro un poco más atento, apelando a la Medicina para determinar el estatuto de alienado, en las postrimerías de la centuria del ‘600 la Medicina se vuelve cómplice de la Moral: determinado quién es insensato, es impostergable redimirlo de lo que lo transformó en alienado, lo que es seguramente, el alejamiento de la familia y de los valores familiares.

Esta Moral medicalizada y esa Medicina moralizada, moralizante y moralizadora, se enfoca en el libertino y en el licencioso. El insano es una suerte de “libertino” de la Razón y es alguien que se permitió en algún instante, la licencia de la Sinrazón.

El libertino es un alienado por la anarquía destructiva de su Moral o por la ausencia de ella.

Se percibe otra alteración; los insanos, el licencioso, los blasfemos, el libertino, los alquimistas, los disipadores, se miden por referencia a lo Normal. La Razón se calibra por la Sinrazón y por lo que se pondera Normal.

Primera Quartidad. Doble negación

Foucault rechaza la dialéctica y lo que hacemos con su presentación, es una interpretación “dialektiek” de su recorrido. Sin embargo, si la trayectoria del pensamiento del amado por Defert no se vulnera por eso, es que la estrategia es operativa (es plausible que el rebote de la vairud’dhyātmakata por Paul-Michel, sea una resistencia psicoanalítica, como lo es su patetismo con relación a Heinrich…).

El asunto es que en el Capítulo IV, en p. 83, el galo enuncia algo que pasó completamente desapercibido y es que no sólo se puede hilvanar una Arqueología de cómo se delineó lo que es el alienado, sino que los saberes, como el de la Medicina, pueden inventar su propia Arqueología, en este caso, de la locura.

La arqueología de la mirada médica sobre la demencia, transforma a los insanos en “enfermos mentales”, lo que será un proceso extenso y meandroso, que culminará en el Siglo XIX y en el ‘900, con la complicidad de la Psiquiatría y del Psicoanálisis (es la segunda ocasión en que Foucault, se opone a lo que le fuerza a decir Roudinesco).

La Medicina no se conforma con proferir que un alienado es un enfermo mental; desea clasificar a los locos –otra dolorosa ironía; un conocimiento que aspira a ser científico, cae en la demencia de taxonomías ridículas (la Medicina edifica una laboriosa separación entre los frenéticos, los pasivos, los furiosos, los lunáticos, los fantasiosos).

Al abigarrado conjunto que se está levantando a lo ancho de las centurias –exclusión, encierro, Moral loca que busca corregir, administración estatal y alienada de la demencia, aprovechamiento económico e insano de los alienados, clasificación desquiciada de los insanos como enfermos mentales, distinción loca de los dementes, medicalización absurda de los alienados–, se agrega un personaje que parece inofensivo: el médico; a esa figura, se le acoplarán los semblantes del enfermo y el del paciente.

El médico se asemeja a un carcelero titulado y el insano es visto como un enfermo.
De pronto, se añade otro elemento en esta danza macabra; la Justicia.

El Juez, la burocracia, el Estado, la Justicia tienen interés en que se diga quién está efectivamente, alienado porque se puede fingir la locura. Es idénticamente, para separar al desquiciado del criminal [otra carcajada triste de este Paul-Michel más íntimo (la Justicia no es capaz de observar su propia insania, al procurar diferenciar al alienado del criminal…)].

En el Capítulo V, Foucault amortigua sus asertos.
La locura que se cincela en la Época Clásica, es una “demencia moral” a la que hay que curar con instrumentos morales, por justificativos morales y con objetivos morales; no se corrige al desquiciado basados en una terapéutica médica.
La Sinrazón es moralizada y judicializada, más que medicalizada. Falta para eso…
En el ‘700, aparece otra penosa risa en Paul-Michel: los alienados son convertidos en espectáculo; los padres normales…, llevan a sus niños a observar cómo, por unos cuantos latigazos y por unas monedas, los desquiciados son hábiles para cualquier tipo de contorsiones (verdaderamente, ya hay que estar lo suficientemente alucinado para imaginarse que es de lo más sano, disfrutar de un domingo en familia, viendo cómo se golpea a los locos para que ejecuten morisquetas por temor a que los sigan castigando con el estímulo reconfortante del látigo).

Si leemos de esta manera a Foucault, lo que apreciamos es que lo que concretó el hombre con respecto a lo insano, es una demencia más terrible que lo que se descalifica de locura y que esa crueldad de unos para con otros, no merece sino una carcajada infinita, aunque ahogada en tristeza por cómo se pretende legitimar las demencias de vigilar, de estigmatizar, de castigar, de excluir, de corregir, de internar, de condenar, de pertrechar a la familia, de blindar al Estado, de apoyar la racionalidad de la Justicia, de creer en la cientificidad de saberes como la Medicina, de inventar aparatos y estrategias espantosas –los hospitales, las prisiones, el internado para los alienados, las cuerdas para los que se masturban, la preocupación por lo que se confiesa, el control de lo que es escrito, la distribución de la autoridad para hablar con autoridad.

Como fuere, el tierno espectáculo de los insanos contorneándose por el dolor de los golpes y para el goce de los normales, muestra lo que existe de animal en los individuos.

Paul-Michel concluye que a la oposición Razón vs. Sinrazón, y Razón vs. Anormal, se encajan las tensiones entre hombre y Naturaleza, y entre hombre y animal, oposiciones que nos llegan desde Aristóteles.

Todavía, en el Siglo XVIII, somos bastante griegos. Penosa, triste/mente; sí…

– Foto de portada: La nave de los locos (En Egoteca del antipático)

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