Estaba yo, el martes 4 de mayo, almorzando en el sitio modesto de siempre, en que bebo mis grises y tenues días, a la par que me atormentaba un noticiero de “maldita tv”, con su seguidilla interminable de asaltos, violaciones, accidentes, etc., cuando en una pausa, en un instante en que pareció abrirse algo de luz en un túnel oscuro, llegó a mis nudosas manos, la novedad respecto a que don Juan cumplió el pasado 3 de mayo, 80 años de eso que se llama “edad”, con cierta imprecisión o alevosía (en el doble sentido, de que es inexacto o alevoso, el término “edad” y de que el poeta vivió de manera incierta y “alevosa”…).
Me pregunté entonces, qué decir, escribir acerca de él, de Gelman, que no fuera un “atentado” contra su prosa, los multiversos que esculpió y nos hizo respirar, en noches de acompasada soledad, melancolía o angustia, mientras se nos enredaban los segundos, los pulsos del tiempo, en lo que quedaba de nosotros, transeúntes opacos de astros pequeños.
Recuerdo, sí, haberlo escuchado junto a Galeano, “musicalizando” sus poemas en un CD ajado, que logré grabar en mi vieja computadora, que es la risa de mis hijitos, y que es como el hogar sin lugar, sin tierra en que me sobrevivo a mí mismo, en las cosas que destino para circular, como las palabras que ahora delineo en aguafuertes, una mañana templada de otoño, al borde de las 14 hs.
Encierra, libera él, en lo que dijo o le hago decir, en lo que talló o creo adivinar, infinitas vidas, numerosos flujos, devenires, atardeceres, circunloquios, laberintos, confluencias, resonancias, circunvalaciones, nostalgias, desvíos, sangre machucada, arena blanca, playas eternas. Mundos regalados en su pluma, por su pluma, a causa de su pluma. Donados para que haya mañana, mañana y concluya temporalmente, la noche, insondable noche, que no se acaba más (¿se termina la amada, tierna noche?; ¿no hay, no habrá fin de la noche, en la noche, abismal noche?).
