Horacio Pérez del Cerro nació el 5 de septiembre de 1950 en Buenos Aires, capital de la República Argentina, y reside en la ciudad de San Justo, partido de La Matanza, provincia de Buenos Aires. Cursó, sin concluir, las carreras de Ingeniería Electricista en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires, y en la misma universidad la Licenciatura de Antropología Social en la Facultad de Filosofía y Letras, así como la Licenciatura de Psicólogo Social en la Escuela de Psicología Social para la Salud Mental, de Alfredo Moffat.
Fundó en 1982 el sello Ediciones El Tranvía. Coordinó talleres literarios particulares y en “El Bancadero”, Asociación Mutual de Asistencia Psicológica. Creó y condujo espectáculos articulados entre poesía, teatro y música en ámbitos argentinos y brasileños.
Fue redactor de las revistas ‘Línea” (1982-1983) y “La Hoja” (2000-2002) y es colaborador de la revista literaria “Ayesha”. Integró el volumen colectivo de poesía “Taltriana” (1982). Su estudio preliminar “Contra la versión perversa de sus carceleros o la malversada tesis vulgar”, forma parte de la antología “Sade. Sistema de la agresión. Textos filosóficos y políticos” (con selección de Flavio Crescenzi, Ediciones El Tranvía, 2002). Como libro electrónico se accede en la web a su “El armisticio del tábano”, relatos I (2015-2017), de prosa poética. Poemarios publicados entre 1985 y 2002: “Multitudes en silencio”, “Los inviernos del fuego” (Antología 1992-1999) y “Crujidos”.
¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?
– HCP: Lo que atañe al acto de creación, corresponde al grado de disconformidad con el mundo que me rodea, y me rodeaba en mis primeros años de la niñez. Lo que sucede es que en aquel entonces no discernía lo suficiente para entender lo que sucedía y me limité, con elementales herramientas perceptivas que disponía, a construir transformando desde lo lúdico, si cabe como acto creativo.
Recuerdo dos juegos, hoy se les llaman didácticos: uno constaba de piezas de madera y cartón pintado, para construir casas, y el otro, de madera en su mayoría, para construir objetos mecánicos con movimiento. En la actualidad no existen como tales, y tal vez han sido reemplazados por otros materiales sintéticos.
El primero constaba de unas bases cuadradas de madera terciada gruesa de diferentes medidas, con agujeros cuadrados dispuestos en cuadrícula, en los que se insertaban unos palitos también cuadrados con ranura a lo largo, donde había que calzar unos cartones con forma de ventanas, puertas, barandas de balcón y otras lisas tipo pared, y unos en forma de techos que se engarzaban. Y el segundo, de palitos redondos de diferentes largos, y rodajas de madera a modo de ruedas lisas con ranuras en sus bordes y otras dentadas como engranajes, y agujeros en diferentes posiciones.
Al comienzo seguí las posibilidades que los juegos me permitían. Pero después de un tiempo comencé a fabricar, con cartones y madera, otros elementos que me permitieron expandir, transformar y hasta transgredir las libertades que me posibilitaban, además de combinarlos, uno con el otro.
Estimo este período de mi infancia entre los cinco a siete años.
¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?
– HPC: Vaya pregunta, nada sencilla, más que nada la última.
Con la lluvia muy bien, como cuando comienza un romance, pero si continúa por muchos días sin cesar, me resulta un tanto cargosa o tal vez insoportable.
Con las tormentas, sin embargo, tengo un amor incondicional. Sobre todo, en las que he estado en el mar o la playa. Recuerdo varias sucedidas en algunos febreros de mi juventud, en Mar del Plata. Me llenaba de gozo en compañía de un perrito, ir a la punta del espigón del puerto para que nos bañaran las olas que chocaban contra las rocas, o en una playa muy extensa, llamada Dinamarca, cerca del faro. La sensación de aquél espectáculo era comparable a estar escuchando “El holandés errante” de Wagner, o alguna sinfonía de Beethoven, entre truenos y relámpagos.
La sangre es como el soplo de la creación que nos da y une a la vida, y que desaparece con la muerte. Esta cualidad de ser y no ser o de estar y no estar, la emparento con nuestra finitud humana, y es lo que me hace mencionarla y metaforizarla en mi poesía.
La velocidad es más que un fenómeno físico, que los seres humanos deben aprender a regular en tanto y cuanto atiende a cuestiones psíquicas en nosotros, muchas veces provenientes de la ansiedad, la falta de atención sobre algún hecho, o la vorágine a que ante las apetencias de éxito (palabra horrible), y acumulación de bienes, nos imponen estos últimos tiempos.
La considero enemiga de todo momento de pensar y reflexionar, o realizar algún trabajo a conciencia. Donde no se miden las consecuencias de esa premura totalmente gratuita.
Asimismo, es inadecuada al momento de emitir un discurso, o como se dice vulgarmente “abrir la boca” para decir algo sin haberlo pensado.
En tanto al uso que se le da en otros aspectos, como los tecnológicos, está descontrolada. Como antídoto a los estragos que muchas veces produce, se me ocurren tres refranes o dichos populares: “No por mucho madrugar se amanece más temprano”, “Darle tiempo al tiempo” y “Chi va piano, va lontano”, es decir, “El que va despacio, llega lejos”.
Si bien las contrariedades son propias de la vida cotidiana, creo que se han incrementado en esta modernidad, por habitar en espacios cada vez más reducidos, rodeados de tanta sofisticación tecnológica, hacinados en ciudades, lejos del entorno de la naturaleza. Puedo decir que las soporto o las naturalizo para que no me afecten.
Tienen el aspecto de que algo sucede del afuera, contrario a nuestros deseos o designios. Es un rasgo de mezquindad de parte nuestra, o parte de nuestro antropocentrismo a ultranza. Como que algo está conspirando en contra nuestro o de nuestro deseo, por eso lo de contra-riedad… Quisiera saber qué de nosotros, o nuestra “riedad”, se encuentra herida. ¿Será que esa herida a nuestro narciso lo reescribe como “riedad”, y lo naturaliza, incluye y enmascara en el lenguaje? Quien quiera que saque sus conclusiones.
En este rincón” el romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro rincón”, por ejemplo, William Faulkner y su “He oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” ¿Tus consideraciones?…
– HPC: He leído ese reportaje que hicieran a Faulkner, y así como con otras apreciaciones muy acertadas, concuerdo plenamente con él.
Si bien hay una pulsión que nos lleva al acto de la escritura, luego de ese instante la obra se construye con mucho y dedicado trabajo. Trabajo por el sentido y el rumbo que deseamos tenga lo escrito, lo que nos dicen las palabras que utilizamos en un primer borrador, y lo que ellas combinadas hacen al texto. Es un ida y vuelta, lo que hemos escrito en una primera fase, lo que percibimos de lo escrito y nos devuelve otra idea otro sentido, otra construcción que no imaginábamos estaba ahí, y que solo el trabajo y la observación nos permite escuchar lo que nos dice el texto, su discurso oculto que no pudimos leer en un primer momento. Es todo un proceso de descubrimiento, un juego placentero en que nos sumergimos para escuchar otras voces, que luego con el trabajo quedan al descubierto y construyen la obra. Ese para mí es el trabajo, el tuteo con lo oculto que nos dictan las palabras combinadas de una forma determinada en un texto, los pactos y alianzas que establecemos para que nos permita hacerlo visible, sin traicionar el compromiso que asumimos, y motivo de su origen.
¿De qué artistas te atraen más sus avatares que la obra?
– HPC: En primer lugar, la palabra “artista”, que se usa para definir a toda persona que realiza un hecho artístico, está muy bastardeada.
Digo esto porque hoy se llama artista y se extiende su acepción a cualquier sujeto/ta, que realiza un adefesio en la plástica, ejemplo las instalaciones, al que escribe un mamarracho que pretende ser literario, por lo general voluminoso, acompañado de una miríada de presentaciones adulonas, o aquel que hace una morisqueta sobre un escenario y presume de actor o bailarín/a. Creo, al mismo tiempo, que hay una carencia generalizada de sentido crítico, en algunos de los que se pretenden autores.
Pienso que esto es fruto de una publicidad impostada, por y para beneficio único del mercado editorial, los marchantes de la plástica o el llamado mundo del espectáculo, o de “idiotización” masiva, como la televisión.
Yendo a la pregunta estrictamente. Me interesa la obra, lo demás es accesorio. Prima conocer el producto artístico, su calidad innovadora como su aporte al crecimiento del arte que se trate. Mi curiosidad por los pormenores y avatares de la vida del autor los considero necesarios si algo lo promueve o me lo reclama, de lo contrario no entran en mi campo de interés.
Como apéndice a tu pregunta, respecto al totalizador “artista”: la lengua castellana con que nos manejamos, adolece desde su aspecto formal de las mismas endemias de la cultura occidental judeo-cristiana que la creó, no solo estética sino ideológicamente, por eso es que el totalizador “artista” no está libre de esta cojera. Considero que esos totalizadores más que precisar, “embarran la cancha”. La ausencia de estos totalizadores de la lengua en ciertas culturas, coadyuvan mucho más a la excelencia y pureza de ellas que en detrimento; hay un ejemplo interesante de tomar en cuenta en “El pensamiento salvaje” de Claude Lévi-Strauss.
Lemas, chascarrillos, refranes, proverbios que más veces te hayas escuchado divulgar?
– HPC: “Al que nace barrigón es al ñudo que lo fajen”, “El que nace para pito nunca llega a corneta”, “Tantas veces va el cántaro a la fuente que al fin se rompe”, “Más vale pájaro en mano que mil volando”; el que ya te referí anteriormente, “No por mucho madrugar se amanece más temprano”, y su casi contrapuesto “Al que madruga dios lo ayuda”; “Dios dice: ayúdate que te ayudaré”, “Vísteme despacio que tengo que salir apurado”, “Una imagen vale más que mil palabras”, “Mil hombres juntos es igual a la milésima parte de un hombre”, “El perro es el mejor amigo del hombre”, “En boca del mentiroso lo cierto se hace dudoso”; uno muy terrible: “La letra con sangre entra”; “Serás lo que debas ser o no serás nada”, “Todo depende del color del cristal con que se mire”… Muchos de ellos me los enseñó mi abuela materna.
Qué obras artísticas te han —cabal, inequívocamente— estremecido? ¿Y ante cuáles has quedado, seguís quedando, en estado de perplejidad?
– HPC: En mi temprana juventud, la novela “Don Camilo” de Giovanni Guareschi, y en prosa o relato las “Confesiones” de Paul Verlaine. Luego y mucho más adelante, “El señor presidente” de Miguel Ángel Asturias; “Pedro Páramo” de Juan Rulfo; las cinco baladas del “El jinete insomne” y “Cantar de Agapito Robles” de Manuel Scorza; y la novela “Tadeys” de Osvaldo Lamborghini. En poesía, “Poema del cante jondo”, “Romancero gitano” y “Poeta en Nueva York” de Federico García Lorca; “Trilce”, “Poemas humanos”, “España, aparta de mí este cáliz”, y en general toda la poesía de César Vallejo; la de Blas de Otero en “Ángel fieramente humano”; algunos poemas de Vicente Huidobro, y algo de la obra poética de Juan Gelman.
Como artículo aparte tengo que mencionar la obra de Antonin Artaud, como algo que me abrió la cabeza a un universo muy diferente, y de un valor único y como hecho literario desestructurado de todo lo conocido; su teoría sobre el teatro a su vez me llevó a Alfred Jarry, y al “El teatro de la muerte” de Tadeusz Kantor.
Del cine te puedo referir, “I pugni in tasca” (Con las manos en los bolsillos) de Marco Bellocchio; “Barrio chino”, “El inquilino” y “A faca na agua” (El cuchillo en el agua) de Roman Polanski; “Ostia”, con guión de Pier Paolo Pasolini y dirección de Sergio Citti, así como “Teorema” y “Edipo Rey” de Pasolini (su poesía me gusta mucho también); “Grupo de familia” de Luchino Visconti; “El acorazado Potemkin”, “Iván el Terrible”, parte 1 y 2, de Sergei Eisenstein (me parecen estas dos últimas de una magnificencia poética sublime, su coreografía, iluminación fuera de lo común, teniendo en cuenta la época en que fueron filmadas); “Tiempos modernos” de Charles Chaplin.
Del teatro, recuerdo tres obras que me emocionaron, “El avaro” de Moliere, interpretado por Walter Santana, “La mujer sentada” de Copi, en adaptación de Alfredo Arias, interpretada por Marilú Marini y Alfredo Arias. Y “La nona” de Roberto Cossa, que se puso en escena en el teatro Lasalle de la ciudad de Buenos Aires, con un elenco fuera de serie, Pepe Soriano, Ernesto Bianco y Carlos Carella, por nombrar algunos.
En cuanto a la música, Johann Sebastian Bach, Ludwig van Beethoven, Richard Wagner, Mozart, y Carl Orff con su “Carmina Burana”, en lo que concierne a clásica. Mucho de nuestro folklore: del Uruguay, Alfredo Zitarrosa y José Carbajal; de Brasil, Chico Buarque y Maria Bethania. Del jazz, los blues, y un intérprete que me impresiona: Tom Waits.
En estado de perplejidad entré cuando pude ver y estar observándolo desde diferentes distancias durante cinco días, un cuadro de Vincent Van Gogh sobre un molino, no recuerdo ahora el título, en una muestra muy importante en el Museo de Arte de Río de Janeiro. Ahí estaban algunas obras de los pesos pesados de la pintura, Rembrand, Picasso, Modigliani, Portinari, Miró, Dalí, Chagal, Gauguin…, y de la escultura, Auguste Rodin. Pero esa obra, la de Van Gogh, me consternó de tal modo que me solazaba observando el tipo de movimiento del pincel, que era en círculos abiertos de izquierda a derecha; fue como retrotraerme en el tiempo y estar en presencia de Vincent cuando lo pintaba, fue una sensación muy rica y mágica a la vez, y sí, entré en un estado de perplejidad porque no sabía qué hacer con tanta belleza, era toda la belleza encarnada en ese cuadro y lo que me hacía sentir y dónde me llevaba. Era una “belleza convulsa”, parafraseando a Francisco Umbral, o esa otra belleza con toda su crueldad, que decía Artaud, no la crueldad morbosa de un criminal y sus crímenes expuestos pornográficamente, sino la que se expone abierta y sin artilugios ni remilgos decorativos, esa misma belleza virgen de lo salvaje, una belleza salvaje e impiadosa a la luz de las leyes humanas, que distan mucho con las del equilibrio de la naturaleza. Eso me sucedió, trascendió mi observación, me hizo vivir el acto mismo de creación de Van Gogh.
Tendrás por allí alguna situación irrisoria de la que hayas sido más o menos protagonista y que nos quieras contar?
– HPC: Sí, y bastante reciente. Fue cuando me internaron en el 2017, por una casi septicemia que se me produjo por el linfedema crónico que tengo en las piernas.
Me internaron en el Hospital Balestrini del partido de La Matanza, donde vivo, con un cuadro de coma febril agudo. Luego de varios días de internación, ya consciente, mi pareja de entonces me refirió que cuando ingresé por guardia, el o la médica, no sé, que me revisó al comienzo, trató de sacarme la dentadura, metiéndome la mano en la boca y comenzó a tirar con fuerza sin éxito; entonces mi pareja le explica que no tengo dentadura postiza, que los dientes y muelas, restando algunos, eran los míos. Cuando terminó de contarme la escena, mi pareja y yo nos desternillamos de risa.
Qué te promueve la noción de “posteridad”?
– HPC: Algo que estoy seguro que no voy a alcanzar a ver o vivir más precisamente. Me produce mucha angustia, pero a su vez un gran interrogante, y es el cómo me recordarán, los que se acuerden de mí, obviamente. Tal vez mi hijo y los parientes jóvenes, sobrinos y sobrinos nietos, algún amigo que me trascienda. Alguien que habiendo leído mi obra me recuerde, mal o bien. Hace poco tiempo recibí una nota en mi correo electrónico sobre una alumna de una universidad de Estados Unidos, que me había mencionado en una tesis, sobre un estudio crítico que escribí para el libro que edité en 2002, a partir de los textos filosóficos y políticos del Marqués de Sade. Me agradó en gran medida que un escrito mío haya servido para algo. Y lo que más me interroga es si mi obra se acordará de mí, si es que se acuerda, por supuesto.
¿La rutina te aplasta?” ¿Qué rutinas te aplastan?
– HPC: Quizá sea una contradicción lo que digo, pero apuesto a la rutina creativa, no a la mecánica o que se realiza por mandato propio o ajeno, salvo cuando cocino para alguna reunión de amigos o para mí; me gusta mucho cocinar porque lo encuentro un espacio creativo, mezclar sabores, experimentar con el antípoda dulce salado, elaborar conservas, me resulta muy placentero.
Lo que me parece rutinario e insoslayable porque atiende a cuestiones domésticas o necesarias para la subsistencia, las trato de resolver no dándole demasiada importancia, y ejecutándolas lo más rápido posible, con el afán de no invertir más tiempo de lo que merecen. El método que utilizo para que no me fastidien, es mientras las ejecuto, pensar en temas que me preocupan, haciendo disquisiciones, interrogarme sobre temas filosóficos o literarios, hablando en voz alta, la mayoría de las veces en completa soledad.
para vos , ¿“Un estilo perfecto es una limitación perfecta”, como sostuvo el escritor y periodista español Corpus Barga? Y siguió: “…un estilo es una manera y un amaneramiento”.
– HPC: Sí creo que es una gran limitación, si uno está supeditado a conservarlo rigurosamente sobre el esplendor que debe primar en el acto libérrimo de la escritura. Atenerse a un estilo voluntariamente o impostado lo considero una desgracia, no te permite entrar en la creación plena, con esa libertad que es la única condición que debe primar. El estilo lo da el trabajo hecho a conciencia y sosteniendo la motivación que te impulsa a escribir. Es una labor diaria letra por letra, palabra por palabra, se va construyendo, por lógica que en el comienzo es difícil reconocerlo por el lector o uno mismo, puede acarrear intertextualidades a veces muy dañinas, y algunas otras muy felices. Pero con el andar del crecimiento de la obra se va perfilando, pienso.
¿Qué sucesos te producen mayor indignación? ¿Cuáles te despiertan algún grado de violencia? ¿Y cuáles te hartan instantáneamente?
– HPC: Mayor indignación, la hipocresía de la iglesia católica ante los abusos sexuales contra niños y niñas, practicados por sujetos de la iglesia. Y ante la hambruna del mundo. Los abusos sexuales de toda índole, el femicidio, los abusos de poder y toda injusticia en general.
Me despiertan un grado de violencia, la violencia ejercida contra los niños, las mujeres, contra los animales y contra cualquier ser indefenso.
Me hartan la ignorancia voluntaria, cuando existen los medios para anularla, y la estupidez humana; a esto traigo a colación lo que decía Albert Einstein: “Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo; y no estoy seguro de lo segundo”.
¿Qué postal (o postales) de tu niñez o de tu adolescencia compartirías con nosotros?
– HPC: Cabalgatas de varios días a campo abierto, resereando con un zaino entre Buenos Aires y Entre Ríos o La Pampa, llevando tropilla de cabestro junto a otros muchachos amigos. Disfrutaba la libertad del viento pegándome en la cara, las charlas intrascendentes o no, hasta hacer noche en algún bosquecillo, alrededor de un fogón entre asado, ginebra y guitarras bien templadas.
Otra de las postales es una cabalgata de varios días en soledad, alternando entre el campo y la playa, desde Villa Gesell hasta Miramar. Durmiendo bajo las estrellas, leyendo y escribiendo algo así como un pequeño diario de viaje.
¿En los universos de qué artistas te agradaría perderte (o encontrarte)? O bien, ¿a qué artistas hubieras elegido o elegirías para que te incluyeran en cuáles de sus obras como personaje o de algún otro modo?
– HPC: En ninguno; ya tengo los míos, en parte inexplorados, como para andar perdiéndome en alguno ajeno. Sería como ponerme la ropa de un muerto, tratando de saber dónde están los bolsillos.
Y para la segunda, no deseo leerme como otro, la lectura en este caso, o verme dibujado o pintado no me seduce, perdería esa obra todo el encanto de lo desconocido. Porque en lo escrito como en lo dibujado si soy ese mismo que soy, al mismo tiempo me desvanecería como lector, o desaparecería como observador. Mataría al personaje de sólo leerlo u observarlo. Sería un suicidio.
El silencio, la gravitación de los gestos, la oscuridad, las sorpresas, la desolación, el fervor, la intemperancia: ¿cómo te resultan? ¿Cómo recompondrías lo antes mencionado con algún criterio, orientación o sentido?
– HPC: El silencio, imprescindible.
La gravitación de los gestos, y la lectura del cuerpo agregaría, para la franca comunicación, insoslayable.
La oscuridad, el espejo donde miro al mío mismo.
Las sorpresas, necesarias para devolverme a la insoportable cotidianidad, o algo se desajustó.
La desolación, la permanencia de la duda, un gran vacío a veces.
El fervor, una estupidez.
La intemperancia, una patología.
“A la gravitación de los gestos, sobreviene el silencio, interrumpido por la sorpresa del estúpido fervor, cayendo en la intemperancia. Luego la desolación me sumerge en la oscuridad.”
¿A qué artistas en cuya obra prime el sarcasmo, la mordacidad, el ingenio, la acrimonia, la sorna, la causticidad… destacarías?
– HPC: Eugène Ionesco, Raúl Damonte Botana “Copi”, Francisco Gómez de Quevedo, Dalmiro Sáenz, Omar Vignole, Oliverio Girondo, Juan Filloy.
¿Qué apreciaciones no apreciás? ¿Qué imprecisiones preferís?…
– HPC: Para la primera pregunta, las que conllevan rasgos absolutos me paralizan y las descarto. En cuanto a la segunda, las que contienen dudas: éstas ponen en funcionamiento el pensamiento, y en crisis el conocimiento, de ellas se aprende.
¿Viste que uno en ciertos casos quiere a personas que no valora o valora poco, y que en otros casos valora a personas que no quiere? ¿Esto te perturba, te entristece? ¿Cómo “lo resolvés”?
– HPC: Todo esto es producto de las expectativas que ponemos en los demás, sin darnos cuenta ni analizar los límites que cada uno tiene al establecer la construcción de un vínculo con el otro.
Pienso que cada vínculo crece en cantidad y calidad a medida que se va cimentando por el conocimiento de la otra persona, o se quiebra o rompe si lo que percibo del otro no concuerda con mis valores humanos. Los vínculos tienen la característica, afirmaba Enrique Pichon-Riviere, de que se establecen desde diferentes niveles del aparato síquico, lo que me da para aventurar que puedo vincularme desde las zonas blancas, las grises o las negras de mi siquis con la del otro. Por eso cada vínculo es diferente a otro, no todos responden a la misma arquitectura, por eso valores y quereres van, a veces, contrapuestos, alineados, simétricos o asimétricos. No me perturba ni entristece, y lo resuelvo con toda la amplitud de criterio que me es posible. El error, tal vez, es tratar de cambiar al otro en función del vínculo imaginado o fantaseado con ese otro, ahí comienzan los conflictos.
¿El mundo fue, es y será una porquería, como aproximadamente así lo afirmara Enrique Santos Discépolo en su tango “Cambalache”?
– HPC: El mundo es como es, en todo caso es inmundo, o sea impuro, pero tampoco se lo puede considerar así, el mundo hecho por el ser humano es idéntico y lleva la marca de su creador, el hombre. Que es un cúmulo de imperfecciones, por eso existe, y respira, de lo contrario no existiría; me llama a impostura pensar un mundo perfecto, acabado y encuadrado en leyes inviolables, es utópico. No hablo de la naturaleza, que si quieres vive por sus contradicciones, igual que el mundo creado por los humanos.
Considerarlo “Cambalache” remite más a una concepción o postura política que filosófica. Es no percibir que el mundo todo ahora sí, es parte de un “caos” y no de un “cosmos”. Uno en la antípoda del otro, desorden absoluto, que por ser absoluto es un orden perfecto, que equilibra por la operación de sus contradicciones contra un cosmos perfectamente equilibrado con una movilidad basada en la especulación racional, la antípoda vida–muerte, blanco-negro, no hay grises, y el mundo es gris.
El caos en perpetuo movimiento y el cosmos con un movimiento previsible, de acuerdo a ciertas leyes que el hombre tiene la intrepidez y soberbia de abordar con su enclenque aparato cognitivo de lógica racionalista. Contra la aventura del pensamiento planteada por los acontecimientos que le devela el caos cuando y como quiere.
Pienso que Discépolo no es la excepción, y que muchos han podido y pueden afirmar eso, pero creo que está más remitido a la idea de la finitud de la vida y la angustia que le provoca a todo “bípedo implume” que transite por este “valle de lágrimas” que es la vida en este mundo. Y necesita asirse a un código o dogma u orden para no entrar en la desesperación de haber conceptualizado e introyectado el sentido de la finitud de la vida. No por nada tienen tantos clientes las religiones que prometen aviesamente y muchas veces con fines non santos, la vida después de la muerte.
Por la fidelidad y entrega a una causa o proyecto, ¿qué personas (de todos los tiempos y de todos los ámbitos) te asombran?
– HPC: El Mahatma Ghandi, Martin Luther King, Ernesto “Che” Guevara, Eva Duarte de Perón, Manuel Belgrano, Severino Di Giovanni, Antonio Gramsci.
¿Qué te hace “reír a mandíbula batiente”?
– HPC: La aparición repentina de algo insospechado que rompa con toda lógica. Lo formalmente estipulado por las normas y costumbres sociales, quebrado en el afán de profundizar el acatamiento de su protocolo, o sea, “ser más papista que el Papa”. Los juegos de palabras transformando su sentido por el cambio de una letra, sus combinaciones.
¿Cómo afrontás lo que sea que te produzca suponerte o advertirte, en algunos aspectos o metas, lejos de lo que para vos constituya un ideal?
– HPC: Los ideales son ideales, los veo como algo a futuro medio difícil de sostener en el tiempo e improbables de incorporar, entran en el terreno de lo inalcanzable y los dejo en una repisa a modo de un adorno más del mundo que me trasciende.
Las metas las construyo, son producto muy fuerte de mi deseo, y habiendo tomado cuenta del sitio y espacio que ocupan, consciente o inconscientemente las sostengo, tal vez con hechos coherentes o no, pero con la certeza de que nada tienen que ver con la auto exigencia o auto imposición, sino todo lo contrario, y es que la puesta en acto de la voluntad que las sostienen tenga identidad, respire y de alguna manera se materialice.
Es una construcción si quieres del mí mismo, y sus consecuencias. Esas metas que nacieron de mi deseo y mi voluntad, siempre he tratado que sean sin plazo prefijado, sino que fluya su concreción, que es el hito fundacional de cualquiera de ellas, y no al revés. Cuando comienzo a construirlas sólo tengo la voluntad, pero nada más, no tengo lo construido que es lo que deseo, necesito construirlo para que se materialice el hito fundacional, o sea, construyo para atrás, si quieres verlo así. Es como cuando los chamanes invocan a sus antepasados, invocan al pasado, para proyectarlo al futuro por su intermedio en el presente, pero el acto de invocación es, en realidad, para que se concrete en el futuro, ese futuro desde donde los antepasados lo escuchan y no desde el pasado. Depende entonces de la fortaleza de la voluntad que arriesgó y puso el chamán en la invocación, para que ésta se cumpla, y traiga al futuro, y lo sublime al pasado, ahí se realiza el acto fundacional.
El amor, la contemplación, el dinero, la religión, la política… ¿Cómo te has ido relacionando con esos tópicos?
– HPC: Con el amor, desbordado, aunque conservando cierta cautela.
Con la contemplación, adicto crónico.
Con el dinero, un desastre.
Con la religión, enemigo acérrimo.
Con la política, amante en permanente ida y retorno al lecho de los despropósitos, a pesar de que me costó un exilio no muy prolongado.
¿A qué obras artísticas —espectáculos coreográficos, films, esculturas, música, pinturas, literatura, propuestas teatrales o arquitectónicas, etc.— calificarías de “insufribles”?
– HPC: A todas aquellas que presumen de arte y son engendros deplorables, comercialmente inflados, y publicitando para ir deformando y no formando el espíritu estético del público. Tiene mucho que ver con aquello de “para contribuir a la confusión general” de Aldo Pellegrini. O todos aquellos espectáculos, muestras, filmes, que responden a algún fin político, y que, salvando honrosas excepciones, son verdaderos pastiches mediocres, que me producen una gran tristeza.
¿Qué calle, qué recorrido de calles, qué pequeña zona transitada en tu infancia o en tu adolescencia recordás con mayor nostalgia o cariño, y por qué?…
– HPC: Las calles y las zonas aledañas o de la periferia de mi barrio de Flores. Por supuesto que te estoy hablando de hace sesenta años atrás, ahora lo desconozco, ya no es ese mi barrio. Y el porqué, se me ocurre por las vivencias primeras de sus arboledas, sus casas que databan de la época de la colonia prácticamente, cuando Flores era el lugar de veraneo de mucha gente que venía desde las zonas aledañas al puerto. Ojo, esto me lo refería mi abuela, de cuando había calles de tierra. Lo que yo conocí eran casonas que habían quedado de aquella época, y las calles ya estaban adoquinadas, con adoquín de piedra y de quebracho. Mis viejos nacieron y vivieron en Flores casi toda su vida. La casa de mis abuelos paternos estaba en la calle Bogotá 3145, que siendo pibe la pude conocer por dentro, cuando ya la familia la había vendido hacía varios años. Esa fue una experiencia inenarrable, que llevo muy prendida en el zurdo, porque a pesar de haberse convertido en un hotel, estaba muy poco modificada, de acuerdo al relato de mi padre. La casa de mis abuelos maternos estaba enfrente, así se conocieron mis viejos, esa casa ya no existía cuando conocí la otra.
En este barrio nacieron muchas o casi todas las facetas de mi personalidad: la política, con unos vecinos anarquistas, otros comunistas y otros peronistas. La escritura, el dibujo, no así la pintura, que fue más tardía en aparecer, lo mismo que la escultura en madera y el grabado xilográfico. Ahí contraje los primeros amores, y las primeras decepciones producto de mi introversión y timidez. También mis primeros ataques de asma y como contradicción mi adicción al tabaco. Este barrio me marcó para siempre, a pesar de haberme ido de mi casa a trotamundear a los veinte años.
¿Cómo reordenarías esta serie?: “La visión, el bosque, la ceremonia, las miniaturas, la ciudad, la danza, el sacrificio, el sufrimiento, la lengua, el pensamiento, la autenticidad, la muerte, el azar, el desajuste”. Digamos que un reordenamiento, o dos. Y hasta podrías intentar, por ejemplo, una microficción.
– HPC: “De la ceremonia de las miniaturas, el bosque danza el sacrificio de la ciudad que se debate en el azar de su autenticidad ante la muerte. Infringe el necesario sufrimiento a las capitales del ocio, y su desajuste a la brevedad del pensamiento.”
“Donde mueren las palabras” es el título de un filme de 1946, dirigido por Hugo Fregonese y protagonizado por Enrique Muiño. ¿Dónde mueren las palabras?…
– HPC: Las palabras no mueren mientras exista un hablante o quede un registro escrito, cuando la especie humana no exista. Mueren las personas.
¿Podés disfrutar de obras de artistas con los que te adviertas en las antípodas ideológicas? ¿Pudiste en alguna época y ya no?
H- PC: Sí, ahora y hace ya años, cuando supe separar ideología de arte. Te doy como ejemplo a Jorge Luis Borges, Giuseppe Ungaretti, Salvatore Cuasimodo, Ezra Pound, Pablo Picasso, Richard Wagner.
¿Cómo te cae, cómo procesás la decepción (o lo que corresponda) que te infiere la persona que te promete algo que a vos te interesa —y hasta podría ser que no lo hubieras solicitado—, y luego no sólo no cumple, sino que jamás alude a la promesa?
– HPC: A esa persona la considero un imbécil, soy muy estricto respecto de esto, así como lo soy para mí mismo. No voy, en un caso así, a reclamarle su promesa, por el contrario, no aludiré al hecho en ningún momento. Considero que la indiferencia es el mejor tratamiento del hecho, pero a esa persona le bajo el pulgar, estimo que el vínculo está herido de tal forma que no se puede reconstituir. Como decía mi padre, a esa persona “se le juega, pero no se le lleva…”
No concerniendo al área de lo artístico, ¿a quiénes admirás?
– HPC: Napoleón Bonaparte, José de San Martín, Nikola Tesla, Mahatma Gandhi, Martin Luther King, Srinivasa Aiyangar Ramanujan, Fidel Castro, Ernesto Guevara de la Serna, María Eva Duarte, Rosario Vera Peñaloza.
¿Tus pasiones te pertenecen o sos de tus pasiones? Pasiones y entusiasmos. ¿Dirías que has ido consiguiendo, en general, distinguirlos y entregarte a ellos acorde a la gravitación?
– HPC: Mis pasiones me pertenecen a partir de que mi conciencia crítica llegó a su adultez. Antes —soy honesto— intentaron dominarme y, a veces, lo lograron, aunque siempre puse una distancia prudente para minimizar las consecuencias.
De los entusiasmos, puedo decir que me acompañó la cautela; tratando de no ofender la susceptibilidad de tan distinguida dama, los pude controlar.
A unas las he distinguido después que los otros, y siempre estuvieron relacionados a la gravitación de los acontecimientos y sus características. Supe distinguir de los hechos su verdadera importancia, y de los acontecimientos la incidencia que gravitaban en los actos que me pertenecían. Hoy practico un escepticismo nocivo para algunos, pero de muy buen resultado terapéutico para mi vida, aunque no estoy exento de grandes broncas conmigo mismo en algún momento. Siempre he sido muy crítico de mí mismo.
¿Qué artistas estimás que han sido alabados desmesuradamente?
– HPC: A los mediocres, y los hay muchos. Es un tema de mercado editorial, hablando de literatura. Tal vez a Gabriel García Márquez, por sus “Cien años de soledad”, del ‘67, sin ser mediocre, aunque no deja de remedar al “Señor presidente” de Miguel Ángel Asturias, del año ‘46.
¿Acordarías, o algo así, con que es, efectivamente, “El amor, asimétrico por naturaleza”, tal como leemos en el poema “Cielito lindo” de Luisa Futoransky?
– HPC: Es un poema excelente, aunque no soy muy lector de Luisa Futoransky.
Cuando te contesté otra pregunta anterior, hablé sobre los vínculos que establecemos con el otro dentro de nuestra misma cultura y con el otro cultural.
El amor como cualquier otro vínculo, pero uno de los más relevantes, sino el más importante, por las connotaciones sociales que tiene, y como individuos.
Indudablemente es asimétrico, no creo ni conozco ningún vínculo amoroso entre dos personas que sea cien por ciento empático. El tema no es lineal, sino fluctuante, por eso es importante ver y comprender desde dónde nos enamoramos de alguien, qué nos enamora del otro, y qué no. Esto redunda en el mejor conocimiento del otro como beneficio secundario a tener muy en cuenta.
Pienso también que para que haya amor debe haber una tensión, y esa tensión se da por la misma asimetría, o sea que hay zonas de mayor fuerza que establece el vínculo en uno de los dos enamorados, y de menor potencia o fuerza en el otro; esa tensión asimétrica es la que permite una corriente de sentimientos y sensaciones que construyen y robustecen el vínculo en lugar de debilitarlo, aunque existan aspectos contrapuestos, éstos, creo, se equilibran justamente con el mayor grado de voluntad por el conocimiento del otro.
¿El amanecer, la franca mañana, el mediodía, la hora de la siesta, el crepúsculo vespertino, la noche plena o la madrugada?
– HPC: El amanecer seguido de la franca mañana, para escribir. Es cuando tengo la cabeza limpia de cuestiones de la mediocridad cotidiana. La noche plena para apuntar ideas y pensamientos que voy a utilizar para escribir más adelante.
¿Qué dos o tres o cuatro “reuniones cumbres” integradas por artistas de todos los tiempos y de todas las artes nos propondrías?
– HPC: Te voy a contestar con el inicio de un poema de mi último libro, “Relatos 3”, todavía en elaboración:
Diferencias filosóficas
Henri Cartier-Bresson discute con Zenón de Elea
Hume discrepa con Platón
Parménides está entusiasmado con Bergson
Descartes conversa con Telémaco pero discute con Sartre
Aristarco discrepa con Goethe
Nietzsche recrea la vanidad de la obsolescencia
Jung se putea con Foucault, y Freud
se la chupa.
Y la otra reunión cumbre que se me ocurre como fundante, sería:
Platón, Nicolás Maquiavelo y Giuseppe Tomasi di Lampedusa, diseñando el tratado o manual de “pensamiento, operatividad y ejecución para el gobernante perfecto”.
Seas o no ajedrecista: ¿qué partida estás jugando ahora?…
– HPC: Un gambito de dama alterativo, muy complicado pero placentero.
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Cuestionario respondido a través del correo electrónico: en las ciudades de San Justo y Buenos Aires, distantes entre sí unos 27 kilómetros, Horacio Pérez del Cerro y Rolando Revagliatti, 1 de abril de 2020.
http://www.revagliatti.com/act0509/Huasi_perezdelcerro.htm
http://www.revagliatti.com/041004.html