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domingo, noviembre 24, 2024

Juan Carlos Romero habló desde el Olimpo

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Juan Carlos Romero hizo de nuestro modesto Cerro San Bernardo su Olimpo privado. Desde esa altura imaginaria, colocado más cerca del bien que del mal, más próximo a la generosidad y al renunciamiento patriótico, que la soberbia y al egoísmo, Romero acaba de confesarse, diciendo:

«Yo ya goberné Salta y no tengo ganas de enfrentarme a los poderes provinciales con Urtubey, ni con Gustavo Saénz ni con Olmedo. No voy a atacar a nadie ni polemizar con nadie. Por eso acepté ser candidato a Gobernador y no Gobernador».

Semejante desprendimiento de Romero (“por amor a Salta”), expresado de este modo tan modesto, como dudosamente sincero, más que una lección de ética política es otro alevoso ejemplo de cinismo político.

Detrás de un falso renunciamiento, esconde su firme empeño en mantener a perpetuidad la banca en el Senado de la Nación a la que accedió en 1986, de mano de su padre.

Fingiendo un renunciamiento patriótico, detrás de esa explicación, Romero oculta que la suya no es una negativa personal a ser gobernador por un cuarto mandato: lo intentó en las elecciones de mayo de 2015 en las que, acompañado por Olmedo, fue derrotado por Urtubey que obtuvo 50.87% y Romero el 30.75%. Hoy su derrota sería mayor.

Esta nueva versión del viejo estilo de Romero, es un plato más del menú de sapos que vienen tragando miles de salteños desde hace años. Es que la decadencia de Salta va de la mano y se explica, en parte, por el caciquismo de Romero y Urtubey co responsables de las desventuras de Sata pero socios de sus venturas y fortunas personales.

El Senado romano estaba investía y estaba investido de honor. La función de senador era gratuita: Eran ejercidas gratuitamente, la única retribución era sólo honor que implicaba desempeñar el cargo (ad honorem).

A diferencia de Romero, sobre los hombros y la conciencia de aquellos senadores de la antigüedad pesaba la responsabilidad.» Su ejercicio implicaba, para su poseedor, responder por las infracciones a las leyes que hubiese podido cometer en el cargo. Los magistrados mayores respondían al terminar su mandato; los menores, durante el ejercicio del mismo».

Las varias causas que tiene Romero dormitando en la Corte de Justicia de Salta no solo lo ponen a enorme distancia de aquella responsabilidad. Esa conducta y búsqueda de impunidad no solo se contrapone con esa responsabilidad sino que es su flagrante y escandalosa violación.

Un senador romano no lo era a perpetuidad. Su mandato estaba limitado en el tiempo. Por regla general, duraban un año; en el caso de la censura, 16 meses. No era posible la reelección inmediata (iteratio), salvo, también, en el caso de la censura.

Ni el Cerro San Bernardo es el Olimpo, ni estos senadores y caciques provincianos son ejemplares senadores romanos. Tampoco Romero tiene otros virtuosos rasgos de los de la antigüedad: ellos tenían carácter «ad honorem«, debían dar cuenta de sus actos, tener conducta y su duración estaba limitada.

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