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miércoles, diciembre 11, 2024

La enseñanza feed lot en la secundaria de hoy

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Ya es de reconocimiento público la existencia de un desajuste entre las características de la oferta educativa y el desempeño real de los estudiantes en el proceso pedagógico. Desde esta perspectiva, existe un malestar docente, así como un malestar de los alumnos, que no encuentran en la escuela un espacio significativo. En este sentido, hay una gran distancia entre la cultura escolar y la cultura de los jóvenes. Algunos las contraponen como irreconciliables argumentando que es la propia institución escolar la que construye y naturaliza esta oposición; es decir que la escuela sigue sosteniendo un modelo rígido, creyendo que los estudiantes tendrán ciertas características y responderán de un modo determinado, cuando, en realidad, las juventudes son diferentes según los contextos.

Se entiende a la juventud desde una perspectiva de construcción sociocultural, que tiene en cuenta la historia biográfica del sujeto, permitiendo reconocer las singularidades de las trayectorias juveniles. Sin embargo, en general, en la escuela, se ve a los jóvenes en el marco de estereotipos rígidos, con una mirada cristalizada sobre sus recorridos individuales. Incluso, a veces, pareciera que lo único preocupante es que permanezcan todo el tiempo en la escuela, culpabilizando a las familias de las dificultades en la escolarización de sus hijos, en lugar de cuestionar qué se hace con ellos en las horas de clases.

Está claro que la escuela no es un espacio aséptico ni homogéneo, pues la presencia de variables socioeconómicas y culturales juega un papel importante, aunque no determinante, en el éxito educativo. Varios autores señalan que un gran obstáculo radica en que muchos jóvenes atraviesan situaciones de precariedad y pobreza, por lo que deben asumir ciertas responsabilidades con el fin de ayudar al bienestar de sus familias.

Nadie pone en dudas que la escuela es la institución por naturaleza encargada de transmitir la cultura. Y, si bien hace ya muchos años que se la piensa como espacio de construcción del conocimiento entre alumnos y docentes, en algunos establecimientos sigue vigente un modelo de enseñanza verticalista, homogeneizante y rígido.

“A la escuela se viene para aprender”, repiten algunos docentes, en referencia a la tarea específica que pareciera tener la institución escolar. Y el apuro por concretar la planificación anual prevista hacen el resto para que algunas escuelas tengan prácticas al estilo feed lot.

Feed lot es un término inglés, de uso corriente en algunos países iberoamericanos como Argentina, utilizado para designar la versión contemporánea de lo que antes eran los corrales de engorde de ganado. Surgió ante la necesidad de intensificar la producción, y consiste en encerrar a los animales donde reciben el alimento en comederos a fin de mejorar los resultados.

Planteo esta visión de la institución, enmarcada en la metáfora del feed lot, para señalar que generalmente los alumnos y las alumnas estudian contenidos memorísticamente para pruebas que requieren de un conocimiento atomizado y fragmentado. La pregunta es si aprenden, si comprenden lo que se les pretende enseñar o si pueden recordarlo un tiempo después como herramienta para la vida cotidiana.

E. Litwin se plantea que una buena enseñanza equivale a preguntar si lo que se enseña es racionalmente justificable, digno de que el estudiante lo conozca, lo crea o lo entienda. Y, si bien en la escuela de hoy enseñar y aprender parece una tarea difícil, se pueden planificar estrategias, enmarcadas en intereses comunes, acordes a las características de vida que tienen esos sujetos.

El puntapié inicial podría ser pensar en las múltiples actividades escolares que favorecen el desarrollo de las capacidades metacognitivas. Es decir, que diariamente los y las estudiantes reflexionen sobre lo que aprenden, solicitándoles argumentación de sus juicios, confrontando ideas previas con situaciones problemáticas, ejercitando la autoevaluación, aprendiendo a definir conceptos, a trabajar con redes conceptuales, a predecir soluciones. Estas, entre otras, podrían ser algunas de las posibles pautas de acción para trabajar en la clase a fin de lograr la comprensión.

En palabras de Trillo Alonso, el objetivo es traspasar el control sobre el conocimiento de modo que el alumno adquiera plena conciencia de su papel activo en la evaluación de su experiencia, lo que permitirá que asuma mayor responsabilidad. Cuando se desmantela el andamiaje cuantitativo, cuando dejamos de calificar al estudiante de manera tan estricta y estereotipada, descubrimos que las ideas de fiabilidad y validez dependen cada vez más de la responsabilidad profesional del profesor, que consiste en hacer juicios sobre la calidad del aprendizaje. Para ello, resulta urgente involucrar a los estudiantes en la regulación de su propio proceso de aprendizaje.

Por tanto, es necesario formar a los docentes como profesionales capaces de tomar decisiones en contextos adversos e inciertos, con posibilidades de planificar otras formas de enseñar y evaluar y con una mirada abierta sobre el aprender. Más allá de la materia que cada uno pretenda enseñar, a la escuela se va para hacer experiencia con el otro, para interpretar y reflexionar sobre algunos contenidos indispensables para la vida -y otros no tanto- y para ayudar a transformar no solo el pensamiento, sino también el accionar del estudiante, en un marco de autonomía.

Es necesaria una escuela secundaria que rompa con la mecánica del feed lot, de “llenarse” de contenidos vacíos, a fin de abrirse a otras formas de estar en la escuela. Enseñanza a través de proyectos transdisciplinarios, de resolución de problemas, de estudios de casos, junto a otras estrategias, evitará el desgranamiento y la deserción e incitará el entusiasmo perdido no solo de los estudiantes, sino también de los docentes.

Por Carina Cabo

 

 

 

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