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La exquisitez del impresionismo musical

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Izcaray prescindió de la partitura.

Salta, Jueves 9 de agosto de 2012. Teatro Provincial. Solista Fernanda Morello (piano). Orquesta Sinfónica de Salta. Director Honorario Maestro Felipe Izcaray. Maurice Ravel (1875-1937): Pavana para una Infanta Difunta (1910). Concierto para piano y orquesta en sol mayor (1929-31). Claude Debussy (1862-1918): Nocturnos “Nubes” y “Fiesta” (1903-05). El Mar (1897). Segundo concierto de la visita anual del Mº Izcaray.

Cuenta la historia que un periodista le preguntó a Ravel, en memoria de quien escribió la “Pavana para una infanta difunta”. La inesperada respuesta fue: “Aunque no lo crea, cacofónicamente me gustaron el sonido de estas palabras juntas. No está compuesta en memoria de nadie”. La pieza fue magistralmente ejecutada por Izcaray y la orquesta. Recatada, sutil, de paisajes que muestran una cierta lejanía, espiritual y aristocrática. Para nada pusilánime como un famoso crítico dijo alguna vez, lo cual me viene bien para recordar que el crítico nunca es dueño de toda la verdad sino solo de su propia verdad. Buen inicio para un repertorio basado en los dos compositores representativos del maravilloso impresionismo francés.

Luego apareció nuestra conocida solista, Fernanda Morello. Fue emotivo ver a una de sus primeras maestras, María Fernanda Bruno acompañarla en esta nueva presentación en Salta. Puso todo su talento, toda su musicalidad para superar las falencias de un instrumento que cuando menos se puede tildar de difícil, para ser generoso en el calificativo. Muchos saben que Gershwin fue a buscar a Ravel para adquirir los conocimientos compositivos que le faltaban. Ravel no quiso matar el infinito mundo melódico del músico de Estados Unidos y no fue su profesor. La cita viene porque cada vez que escucho este concierto, escrito entre 1929 y 1931, viene a mi memoria el Concierto en Fa del norteamericano, escrito en 1925 y a pesar de los años que los separan me hubiera gustado saber quien influyó en quien. Morello tuvo excelente actuación. Su cadenza del primer movimiento, su electrizante final, los bellísimos diálogos con la flauta y el corno inglés del segundo esquicio, la síncopa implacable del tercer movimiento fueron los puntos altos de un toque intenso, pleno, tremendamente musical. A su vez Izcaray -que explicó con sabiduría cada obra- tuvo a la orquesta en la contención adecuada para lucir a la solista. El vigoroso aplauso generó una de las brevísimas danzas rumanas de Bela Bartok.

Segunda parte. El otro impresionista, anterior al primero. Debussy, que tiró por la ventana (metáfora) los tratados de armonía para crear un mundo sonoro huidizo, especial, particular, también sutil y sugestivo. Para comenzar los dos primeros “nocturnos” del tríptico sinfónico denominado precisamente “Nocturnos”. Sus “esfumaturas” ejecutadas con extremo cuidado al punto de descubrir la magia de la música debussyana, donde el color y la tonalidad reinan en el espectro sonoro.

Final. Una obra maestra del francés. “El Mar”. Izcaray prescindió de la partitura y recurrió con su notable memoria a exponer una página que requiere claridad y refinamiento para que los claro-oscuros de una orquestación atípica lleguen al oyente. El autor habla de “tres bocetos sinfónicos” pero sin duda son mucho más que esa definición. Primero la calidad de las maderas en el “moderato” inicial, luego una cuerda delicada y fluida en “Juegos de olas” donde los movimientos del mar son justamente éso, juegos de sus elementos, para cerrar con un “Diálogo entre el Viento y el Mar” en el cual surge la tentación de la explosión orquestal en la que el director no cayó, sino por el contrario buscó mostrar que sus dirigidos también pueden llegar al lujo de una pacífica exhibición contrapuntística. Deja el maestro la esperanza de escucharlo otra vez el próximo año.

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