«Los pueblos débiles y flojos, sin voluntad y sin conciencia, son los que se complacen en ser mal gobernados«. Jacinto Benavente
La foto de Kicillof, sonriente, satisfecho, complacido, ante el retrato del Brigadier General Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rosas y López de Osornio, no es el anuncio de la inauguración del Marxi-rosismo, sino la confirmación de una patología política: la admiración por el caudillo, el hombre del destino que llevará al hombre-masa, incapaz de pensar por su cuenta, a una época de gloria «popular». Es que el Estado Democrático, en el que predomina el individuo y el gobierno de la ley afianzados en la libre discusión pública con participación de TODOS los sectores sociales, sigue siendo una rareza. Como lo demuestra la ONU, supuesta manifestación de universalidad política, donde dominan – si bien por escaso margen – dictaduras de todo tipo y de todas las regiones del mundo.
Es el paradigma de Louis XIV, rey de Francia, que dejó en claro aquello de que «L’État c’est moi«. La posibilidad del autogobierno del pueblo, por imperio de la ley común y no por la voluntad del caudillo-monarca, sigue siendo un desafío incumplido, sobre todo en nuestra América, hija del absolutismo monárquico y el totalitarismo eclesiástico. Esa realidad que denunció Alberdi y que nunca fue entendida del todo por nuestra felices masas vociferantes y en éxtasis en la Plaza de Mayo y a través del tiempo. Desde Rosas, pasando por Perón… sin excluir al Generalísimo Galtieri y hasta el presente Cristinista. Golpes de estado incluidos, entendidos como aberración de la misma patología.
Por eso, en homenaje a la felicidad del marxista-rosista gobernador actual de la Provincia de Buenos Aires, nada mejor que ampliar su dicha agregando el poco difundido retrato de Donald Trump con el uniforme de Rosas, denuncia-síntesis de sus compatriotas ante la presunción de su tentación caudillesca. ¡Aleluia!.
– Por Luciano Tanto
Tomado del muro de su red social
