Días pasados, en el micro estadio de Atlanta (en la ciudad de Buenos Aires), la ex presidente habló en un acto armado para ella por los radicales kirchneristas, una pequeña fracción escindida del histórico partido político de Alem e Irigoyen.
El pretexto era rendir homenaje al “Peludo” Irigoyen al cumplirse 100 años de su asunción como Presidente de la Nación. También se reivindicaría en ese acto al Dr. Raúl Alfonsín, luego del sistemático ninguneo que hizo el gobierno kirchnerista de la figura del Presidente cuyo gobierno juzgó a las Juntas Militares cuando los militares genocidas estaban todavía con el fusil al hombro.
Como era previsible Cristina lanzó en esa ocasión críticas y chicanas contra el gobierno de Mauricio Macri sin salirse del libreto que su gobierno armó durante años y que los argentinos conocimos como El Relato.
Al hablar de la inseguridad la ex Presidente, como si recién llegara a la Argentina, dijo:
«La inseguridad, de la que tanto menearon y agitaron, hoy está adquiriendo en el Gran Buenos Aires y en la Ciudad proporciones dantescas. La gente no puede salir a la calle porque son asaltados cuando van a comprar algo al almacén. Esto es la crisis social. Cuando se empiezan a robar zapatillas, camperas, ya estamos en una sociedad que frente a la crisis económica y social puede salir para cualquier lado. Se sacan las cosas entre los pobres».
Cristina, que hacía un año y medio en la FAO, había asegurado que en su país la pobreza no alcanzaba al 5% de la población, esta vez estaba sosteniendo que durante su gobierno la inseguridad casi no existía, que todo estaba de maravillas y que con Macri el país se desbarrancó en ese aspecto.
El cuadro que trazó Cristina, lamentablemente, no es patrimonio solo de los nueve meses de la nueva gestión, sino una postal clara de lo que es el país en general pero especialmente las barriadas más humildes de la Capital Federal y del conurbano bonaerense desde hace casi veinte años, incluyendo los doce años de su propio gobierno en que las cosas empeoraron.
Las crisis económicas producen pobreza y marginación ya lo sabemos, y producen también emigraciones de pobladores de las provincias más pobres del interior del país hacia los grandes centros urbanos e industriales, en especial a la Capital y a los partidos del Gran Buenos Aires, en busca de trabajo. Históricamente esa ha sido la causa del crecimiento sistemático de las villas miserias que se expanden dolorosamente no solo por esos lugares sino también por el Gran Rosario o por el Gran Córdoba. Y son los habitantes más pobres los que más sufren el flagelo de la inseguridad. Para usar una de las frases predilectas de Ella: todo tiene que ver con todo.
Hace años que las salideras bancarias o las entraderas en las viviendas son las modalidades preferidas de robo; pero desde hace un tiempo nos tuvimos que acostumbrar también a un fenómeno que no conocíamos, mucho peor y que potencia esos males: el narcotráfico.
Hace unos pocos días el senador Miguel Ángel Pichetto en un discurso en el Senado de la Nación sobre inseguridad, narcotráfico y políticas de fronteras, dijo textualmente: “El narcotráfico ha crecido en forma vigorosa en los últimos doce años”. Recordemos que Pichetto ha sido en todos estos años el presidente del bloque Kirchnerista del Senado. Sabe de qué habla, y nadie, de ningún partido político se animó a retrucarle.
A principios del año 2012 –cuando todavía era el Cardenal Primado de la Argentina- Jorge Bergoglio denunció en una homilía el crecimiento de este flagelo, y agregó: “Es terrible ver como los transas venden la “merca” (usó esa palabra) a los chicos”. Sus curas, en especial aquellos que cumplen su tarea pastoral en las villas y las barriadas pobres de su diócesis, le informaban diariamente de lo que veían.
No ha sido casual que en las últimas elecciones, el Papa Bergoglio haya desplegado su influencia para que su feligresía apoyara a María Eugenia Vidal y derrotara al candidato kirchnerista Aníbal Fernández, un tipo acusado de connivencia con los narcotraficantes de la Provincia de Buenos Aires.
Durante sus doce años de gobierno Néstor y Cristina usaron el enorme aparato de inteligencia de la SIDE para espiar a sus adversarios políticos y preparar carpetazos, incluso el mismo Bergoglio cayó en la volteada. A ese aparato se sumó luego el servicio de inteligencia del Ejército cuando nombraron al General Milani como jefe de esa fuerza. El gobierno podía saber así qué hacían o dejaban de hacer en su vida privada y pública periodistas como Lanata y Longobardi, o políticos como Carrió, Lavagna y Pitrola, o fiscales como Campagnoli y Marijuán, pero no se enteraba que el Juez Federal de Salta, Raúl Reynoso, mantenía vínculos aceitados con el narcotráfico; no se enteraba cómo crecía el comercio de la droga en Rosario; o que los hermanos Juliá (hijos de un ex comandante de la Fuerza Aérea) hacía tiempo que llevaban cocaína en sus aviones privados a Europa utilizando el aeródromo de Morón o las pistas de Ezeiza hasta que la policía española los agarró en Barcelona con las manos en la masa. O que el país incrementaba año a año la importación de efedrina hasta superar a los Estados Unidos que tiene una industria farmacéutica mucho más grande que la nuestra; este insumo –conocemos- es esencial para la elaboración de las drogas sintéticas que hoy hacen estragos entre los jóvenes.
El Gobierno Nacional y Popular, aquél que venía a hacer la Revolución, dejó al irse doce millones de pobres que ahora, según el nuevo INDEC, son más. Hay un millón de jóvenes de entre 18 y 25 años que no estudian ni trabajan.
Las cárceles están superpobladas de presos por delitos de todo tipo que viven en condiciones infrahumanas, algo que el Kirchnerismo siempre trató de ocultar.
Hace algunas semanas el Premio Nóbel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel encabezó una comisión que visitó la cárcel de Olmos, en la provincia de Buenos Aires, para ver el estado de las instalaciones y las condiciones de los presos. Entre celdas con cucarachas y ratas, y baños inundados, pasan sus días los jóvenes y viejos internos. Se podían ver en las pantallas de la televisión cables de electricidad sueltos, que estos seres humanos usan para prender un calefactor precario en las noches gélidas o un calentador para preparar su comida.
Las cárceles de todo el país muestran estas miserias. Se dan casos de penitenciarías construidas en los últimos diez años que aún están sin terminar: baños con solo el contrapiso, paredes con solo el revoque grueso, caños de agua de baja calidad, comida pésima y preparada en condiciones antihigiénicas: la corrupción gubernamental aquí también dejó su huella.
Sin ir más lejos los salteños nos enteramos permanentemente de las condiciones en que pasan sus días los presos de las cárceles de Salta, Orán y Tartagal, donde los jóvenes internos son torturados por los mismos policías o guardias penitenciarios que deberían cuidar su integridad física, y duermen amontonados en un sucucho.
Ese es el doble estándar de la propaganda kirchnerista: hicieron de la escuela garantista del ex Juez Eugenio Zaffaroni una bandera. Por un lado se relegaba el derecho de las víctimas de los delitos porque se anteponía el derecho de los victimarios en nombre de los derechos humanos, pero por otro lado las personas procesadas o condenadas por algún delito eran arrojadas a los pozos de esas cárceles infrahumanas.
El trabajo que tiene el nuevo gobierno para erradicar estos flagelos es enorme, principalmente porque la delincuencia y en especial la relacionada con el narcotráfico tiene connivencias con políticos y cuadros deshonestos de la policía. Esperemos que, en un plazo prudencial, se vean resultados positivitos. A los argentinos no nos queda mucho tiempo porque el agua, ya, nos ha llegado al cuello.
– Por Oscar A. González (El Tala)