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jueves, marzo 28, 2024

La Letra apasionada

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No me queda otra opción que ponerme en primera persona, porque el sujeto de esta referencia soy Yo mismo. Escribo porque me sirve y anhelo que les sirva a otros también. Mi propósito es un soliloquio de por qué escribo y, algunas respuestas salen al frente.

La primera, es que soy un corajudo de otros tiempos: En general las personas tienen vergüenza a expresar sus ideas, sus sentimientos, sus pasiones. Se trata de una natural y común fobia a atreverse, una condición de nuestra originaria timidez. Se acumulan situaciones infantiles (no resueltas), que censuran nuestros deseos de exponernos. La timidez es una sensación de inseguridad o vergüenza en uno mismo, que una persona siente ante situaciones sociales nuevas y que le impide o dificulta entablar conversaciones y relacionarse con los demás. No sabemos si resultaremos competentes, valiosos o apreciables a los demás y esa inseguridad nos atenaza muchas veces a reprimirnos. En definitiva, la generalidad de las personas no se arriesga a exponerse por miedo al rechazo, a equivocarse, a hacer el ridículo.

Precisamente, es un capítulo superado en mi vida: Me friega ser tomado por desubicado, si la intención lo justifica. No es un dato menor, quizá propio de la adultez mayor, cuando uno cree que todo es perdonable, incluyo, la vejez.

En segundo lugar, me sorprende la espontaneidad con que me brotan las palabras, los sentires, (incluido, los temas) sin mediar que para escribir hay que estar dotado de talento, de genio gramatical, de casi una inspiración mística. No es mi caso, porque si reparo en los esfuerzos reales de todo escritor y las premisas literarias para abordar una escritura, renunciaría en el intento. Tamaña decepción (para los otros) reconocer la liviandad de mis motivaciones y la escasa solidez de mis condiciones literarias.

La sensibilidad me brota, como si fuera parte de mi sistema circulatorio y los temas también. Tómese nota que, justamente, no estoy haciendo un elogio de mis propias condiciones, que son mínimas. Reconozco tener envidia (sana o como quieran llamarla) de aquellos escritores formados en talleres, para quienes la escritura es un oficio, finamente, entrenado y que en Salta los hay sobradamente. A esta altura, puedo ser juzgado por descarado o charlatán, pero es que en este punto, también, está incluida la razón “existencial” de que se escribe (escribimos) para comunicarnos con el mundo, para dialogar con otros. Siempre el semejante presente, siempre el prójimo actuando y, sin el cual (los cuales), somos huérfanos en el universo. Como diría el Filósofo alemán Martín Heidegger: “El lenguaje es la casa del ser”.

Mi tercera razón, atendible, es que me beneficio de la inercia humana, porque doy testimonio único, de experiencias grupales que los demás “arrugan” por comodidad. Concurro a un Club de Ajedrez local, en donde se cansaron de manifestar las “ganas” de testimoniar nuestro andar por vicisitudes interminables. Nadie tomó tan preciosa iniciativa, sobrándoles dotes a más de uno; pero no, el único taradito que vio la oportunidad de narrar nuestra Historia, fue el suscripto, y de ahí salió una increíble historia de amistad, volcada en páginas de recuerdos. Primero la llamé “30 años de historia de los Locos del Ajedrez”, pero después la edité como “La novela del Ajedrez”, (mi segundo libro editado, de propio peculio) en donde doy cuenta de todos los avatares que nos migraron por toda la ciudad (diferentes bares), hasta que recalamos, definitivamente, en El Círculo (Gral. Güemes al 600), para sentar cabeza, gracias a la generosidad de sus directivos. ¿Qué frena a mis iguales para no animarse? ¿Qué les refrena el ánimo? Creo que, primordialmente, es la comodidad.

Actualmente, por la misma razón, tengo otros intentos testimoniales, en edición, que verán la luz por las causas citadas y me veré obligado, por motivos económicos a salir a la rúa, a venderlos, como los casos anteriores. Ese libro prometido (que ya sale a edición) , se llama “Los amigos de la vida” y relata los nuevos rumbos (literarios) que tienen a mis actuales compañeros de la Asociación de Jubilados, como protagonistas de mis últimos devenires.

En el que escribe (conste que no aludo a calidad o cantidad) prima la preeminencia de las proyecciones, esa conducta universal legitimada por Freud y que se solemniza como el hallazgo técnico más instrumental del Psicoanálisis. En el escribir se trata de Jugar (acción lúdica) con toda la fuerza de la interioridad, para compartir con los semejantes, todo ese huracán de emociones/sentimientos/afectos.

Ese destino incontenible que se pretende compartir. Jugar es hacer. Jugar es ofrecer las palabras y su sensibilidad a la sociedad común. Transferir, descarnadamente, un interior que quiere liberarse, para justificar la aseveración el mejicano Octavio Paz, cuando asegura que: “La palabra es el hombre mismo. Sin ellas, es inasible. El hombre es el ser de las palabras.” La comunicación humana es un fenómeno intrínsecamente social. Desde las primeras comunidades humanas (la horda, el clan, la tribu) el hombre ha tenido necesidad de comunicarse para interactuar en su grupo social y así resolver los retos que de siempre la sobrevivencia plantea. Profundizar más, nos llevaría por otros derroteros complejos, ya emparentados con la Lingüística, la Gramática, La Sintaxis, La Semántica y otros confines enredados, etc.-

U N A Q UE J A

Mejor dicho dos…

1) La primera es referida a cuánto escatiman nuestros lectores, responder a nuestras iniciativas literarias. Pocos y casi ninguno, se ofrece como interlocutor a nuestros intentos de diálogos. Las más de las veces, me ha tocado responder a adversidades ideológicas, poco edificantes. Se me imagina, como estar en el circo romano, recibiendo algunas pedradas de los lectores. Por eso desde este lugar, invito, a que se molesten por estimular la conversación íntima, sino resulta hasta autista nuestra labor.

2) La segunda, me la trajo mi hermano mayor (también escritor inédito), asegurando que mi audacia por vender mis libros en la calle, choca con la resistencia de nuestras amistades: “Sabés qué pasa Juan Pedro, nuestros amigos y conocidos, no son aficionados a la lectura”. Para no hacerme el difícil. A nuestros amigos y conocidos, la última pulga que les pica, es leer nuestras veleidades literarias, sencillamente, porque nos tienen ubicados en otro lugar, que no es el de escritores.

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